Para triunfar el 23/11
El modelo del ejercicio político implícito en la construcción del SSXXI es
la democracia revolucionaria. Esto es el modo de ejercer los derechos
ciudadanos, consagrados en la Constitución Bolivariana, para dirigir la
sociedad con base en el cambio de estructura que lo sustentan sus tres
postulados fundamentales: (i) el bien común (cambio en las relaciones
sociales), (ii) la participación directa (cambio en las relaciones de poder)
y (iii) la producción social (cambio en las relaciones de producción). La
democracia revolucionaria es diametralmente opuesta a la democracia
representativa, pero es sinónimo de democracia directa. Busca la democracia
revolucionaria establecer el poder popular que es en última instancia la
razón de ser del proceso revolucionario. El poder popular se basa en la
transferencia de la toma de decisiones al pueblo organizado.
Cuando el pueblo de manera consciente, estructurado en unidades socialistas
planificadas y siguiendo las metas que trazan los proyectos para la
emancipación soberana del colectivo, se asciende a un nuevo estadio en la
evolución de la sociedad. Esta acción se traduce en participación directa lo
que significa que la dirección del gobierno, las líneas maestras (tácticas y
estratégicas) que definen el rumbo de la República y la concepción
filosófica del ser para el ejercicio político, lo determina el mismo pueblo
sin la intermediación de entes colaterales o de intermediación. Esencia,
pues, de la democracia directa. Nada fácil de alcanzar, pero es la lucha que
libra hoy el Proceso Revolucionario. La democracia directa o democracia
revolucionaria, que para mi es lo mismo, requiere de consciencia, capacidad
de asimilación, voluntad y constancia del colectivo revolucionario para
poder sustituir la cultura representativa arraigada en nuestro pueblo. Lo
representativo se traduce en clientelismo, pragmatismo y consumismo atado al
ejercicio del poder de las cúpulas. Es por lo tanto exclusión, sectarismo,
cogollismo y pragmatismo corruptor. Por ser usufructuaria, la representación
niega la participación de la gran mayoría, generando su alienación, lo que
se traduce en la pérdida de la consciencia crítica. Es, en última instancia,
la contrarrevolución, ya que no busca el cambio de estructura de la
sociedad, sino por el contrario aferrarse a la manutención estructural. Su
práctica es la sustitución de los hombre o mujeres que administran o dirigen
el aparato del Estado y de las instancias de mando de la sociedad, pero sin
cambiar la estructura social.
El Proceso Revolucionario, cuya meta es la consolidación de la revolución,
sí tiene que buscar el cambio de estructura. Si no lo busca y, por lo tanto,
no lo alcanza entonces no es revolución. Es sencillamente continuar con la
representación y el sostenimiento de la cúpula como ente de dirección. De
allí que la democracia revolucionaria como sinónimo de democracia directa y
medio para la práctica del Socialismo, tiene por fin el establecimiento del
poder popular. Debemos saber que el poder popular, concepto usado como
muletilla propagandística y el cual no es lema ni debemos abusar de su
empleo emulando a quienes lo minimizan; decía, el poder popular es el
ejercicio directo del pueblo organizado que se deriva de la acción
colectiva, consciente y planificada, para dirigir la República sin
operadores políticos.
Entonces, dada la importancia de digerir estos conceptos y actuar, tenemos
como responsabilidad primaria estudiarlos y asimilarlos para hacerlos parte
de nuestra cotidianidad cognitiva