Opinión Nacional

Una vieja película

No hay nada que hacer. No enmiendan, ni hacen el propósito. Son definitivamente incorregibles. Y como lo de la autocrítica es trampa “caza-bobo”, se reciclan sin cambiar formato. Son farsantes de tomo y lomo desde los inicios las luchas sociales entre la cuarta década del Siglo XIX y la primera del XX, cuando desataron la violencia contra quienes pensaban distinto, mientras voceaban consignas a favor de la paz y la convivencia.

En Venezuela comienzan la faena con el enterramiento de Gómez y su dictadura. Los líderes sociales emprenden, con pasión agónica y fe de carbonarios, la tarea de organizar partidos políticos y sindicatos en un país atrapado en el analfabetismo y de voluntad domeñada por 27 años de prédica contra la política y sus instrumentos. A la hora de las definiciones ideológicas, dentro del Partido Democrática Nacional (PDN) se baten dos idearios: el comunista atado conceptual y orgánicamente a la coyunda Soviética y el democrático-nacionalista comprometido con la venezolanidad. Quienes respondían a directrices internacionales adelantan sus planes de asalto a organizaciones de base. Sindicatos y juntas pro-mejoras de los barrios sufren agresiones. Fueron derrotados. Se marcharon con sus esmirriados cuadros, pero no cejaron en el empeño de arrebatar cuantas veces perdieran torneos cívicos.

Esa pelea traspone los límites de la clandestinidad y se hace abierta a todo público entre 1941 y 1948. Baja de tono e intensidad ante la persecución desatada por la dictadura militar. Con el restablecimiento de la democracia se reabre el debate y el ejercicio de la violencia por parte de los comunistas que no se resignaban, no se resignan a ocupar el lugar de las minorías otorgado por la sociedad.

El irrespeto a la voluntad popular y su fidelidad a las fórmulas violentas se materializan en lo sucedido en Caracas en Diciembre de 1958. Con el oportunismo y el subyacente militarismo que les son consustanciales, apoyaron la candidatura del VA. Wolfgan Larrazábal para Presidente de la República. Logró mayoría de votos en Caracas y otras ciudades del centro del país, pero insuficientes para superar los votos consignados a favor de Rómulo Betancourt, el triunfador en la contienda. Impedidos para asimilar el revolcón que les propinó el más odiado de sus contendores, al decir del común: se les voló la taponera. El día de la proclamación echaron sus Comandos de Asalto a las calles, con el propósito de impedir la realización del acto. Fueron rechazados por la ciudadanía y la fuerza pública. De la misma manera actuaron el día de la toma de posesión. La paliza que recibieron fue histórica. La población los espero en plan de combate. Y…¡A correr!
De manera que, para quienes vivimos esos y otros episodios protagonizados por la feligresía del Manifiesto de 1848, el vandalismo escenificado en las plazas conquistadas por la oposición, no resultan sorprendentes. Porque, como no enmiendan, no pueden escapar de su conducta histórica y, desde las cumbres del poder, ordenan el saqueo de oficinas públicas, el arrebato de atribuciones a gobernaciones y alcaldías junto con el desarme de las policías, dejando las ciudades y sus habitantes a merced de la delincuencia reinante, valida de la incuria gubernamental. Declaran la guerra a la sociedad.

Se reprisan como una vieja película. Los actos vandálicos no son del agrado ni realizados por ciudadanos de bien. Esa tarea incivil la ejecutan gamberros rojos-rojitos dirigidos y financiados por el bellaco que en ocasiones trabaja en Miraflores. Y deben andarse con cuidado, porque las cintas cinematográficas de tanto pasar por el proyector se rayan, se revientan y hasta cogen candela.

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