Opinión Nacional

El síndrome de Garrido

Este artículo bien podría subtitularse ¿Por qué vemos las contramarchas de Chávez como celadas astutamente planificadas para jodernos? ¿Por qué no las vemos como lo que son: una sucesión de importantes derrotas que comprometen seriamente el futuro de su proyecto totalitario? En eso consiste parte de lo que llamo «síndrome de Garrido»: en atribuirle a Chávez, como solía hacerlo el desaparecido analista en sus numerosos libros y artículos, una preternatural capacidad para planificarlo todo; absolutamente todo; y de un modo tal que, hagamos lo que hagamos, Chávez siempre tendrá la mejor mano de la mesa.

Muchos de sus lectores y, no pocos radioescuchas de programas de opinión al que Garrido era invitado con frecuencia, llegaron a aceptar, sin mayor examen y durante todos estos años, la noción de que Chávez goza de la protección de un hado burlón que desbarata cualquier intento coordinado de oponérsele.

Irónicamente, Garrido, uno de los más honestos y denodados adversarios Chávez que tuvo jamás, echó a rodar un amasijo de creencias sobre la invulnerabilidad de Chávez que siguen alimentando el descorazonado escepticismo con que muchos venezolanos interpretan equivocadamente la serie de reveses que el bipolar de Sabaneta ha venido sufriendo desde hace ya más de un año.

Ver derrotas inminentes, en las que en realidad hay enormes posibilidades de victoria, lleva a muchos a interpretar las patéticas reculadas de Chávez como astucias finamente calculadas que le permitirán permanecer en Miraflores hasta el bicentenario de la batalla de Carabobo.

Pero algo más grave se deja ver en el ánimo de quien piense que las retractaciones y frenazos de Chávez no son otra cosa que el proverbial vellón de cordero con que el lobo engaña a sus víctimas.

Esa imagen del lobo taimado que se pone el vellón de un cordero fue, por cierto, el tema de una caricatura de mi admirado Weil.

Por una vez voy a estar en cortés desacuerdo con su visión de las cosas.

Rebobinemos un poquito el video del desempeño de Chávez para poner de bulto que no solamente lo ha abandonado su proverbial buena fortuna, sino que ha sufrido auténticas derrotas políticas.

Las derrotas políticas de Chávez significan que alguien se las ha infligido y salido victorioso, ¿no es cierto? Hace poco más de seis meses, Chávez no solamente era el valedor de las FARC, sino la más importante baza del grupo terrorista para lavar su desalmado rostro de secuestradores y narcotraficantes y ofrecerse al mundo como un movimiento popular armado, con legítimas razones para la rebelión y suficiente músculo militar para, lejos de ser soslayado, ser más bien considerado políticamente beligerante. El propósito de Chávez era, ostensiblemente, convertirse en factor decisivo del proceso político colombiano.

Hoy, Chávez exhorta a los faracos a abandonar la lucha armada pues ésta «no tiene futuro en América Latina». No es éste el lugar de recapitular, una por una, las derrotas que el Gobierno de Bogotá ha infligido militar y políticamente a las FARC, y de rebote, a la reencarnación subcontinental de Bolívar. Importa dejar dicho quién le ha ganado la mano: el doctor Álvaro Uribe Vélez.

Valga lo que valiere el que aún no sepamos a ciencia cierta con cuánta ventaja fue derrotada el 2D la reforma totalitaria, el hecho escueto es que se trató de una derrota infligida por millones de electores venezolanos, y cuento en ellos tanto a los que acudieron a las urnas como a los tres millones y medio de votantes chavistas que se quedaron en casa.

La respuesta de Chávez a esta derrota, ya lo hemos dicho en otra entrega, ha sido conducirse como si no hubiese ocurrido y, desafiando la voluntad general, echar adelante ordenanzas y leyes implícitas en su mostrenca reforma, prevalido de la Ley Habilitante otorgada por una asamblea obsecuente.

Obsérvese bien que el currículo bolivariano, la Ley de Pesca y la Ley Sapo, por citar tres recientes despropósitos, no han sido dejados sin efecto por vía de gracia, sino porque hallaron decidida oposición en millares de padres y representantes, en el pujante movimiento estudiantil, en los pescadores, en la curia, en los medios, en personalidades hacedoras de opinión y en los partidos de oposición que, entre todos, hicieron retroceder a Chávez.

Francamente, no veo yo dónde está la «astucia» de Chávez en cambiar de opinión después de una paliza. Se trata, simplemente, de alguien que debe dar marcha atrás porque encuentra tal oposición en una sociedad que no está dispuesta a que el NO del 2D sea desoído, que no tiene más remedio que declararse en retirada.

De estas sucesivas derrotas parciales podrían extraerse muchas lecciones para el futuro inmediato, en lugar de repetir los descorazonadores presagios del síndrome de Garrido.

La primera constatación que puede hacerse es que los sectores que, contra todo pronóstico, derrotaron la reforma hace seis meses, han crecido de modo significativo en este medio año gracias a los atropellos ¡contra su propio universo de seguidores! que tiene el modo dictatorial con que Chávez interviene en la vida partidista del chavismo. Pero la ceguera ante estas realidades prefiere magnificar las deficiencias de la oposición.

Hace poco leí en su blog (%=Link(«http://caracaschronicles.blogspot.com»,»http://caracaschronicles.blogspot.com»)%)) una convincente explicación que Francisco «Quico» Toro da a este trastorno de la percepción. Dice Toro que la prolongada sensación de impotencia ante los desafueros de un lunático genera, desde luego, mucha rabia. Pero convencidos como estamos de que Chávez tiene las Siete Potencias de su parte y que no hay nada que hacer, desfogamos esa rabia, ¿en quién? En los partidos, en las personalidades de oposición e incluso en el movimiento estudiantil porque no hacen lo que deberían, que según muchos es acabar con Chávez apretando el botón de un envase de aerosol.

Sea como fuere, algo debe estar haciendo bien, y sobre todo con perseverancia, la oposición (padres, maestros, estudiantes y también los partidos) desde mayo de 2007 que no augura para Chávez sino derrotas cada vez más graves.

Lo importante es que sepamos verlas como lo que son: victorias de la combativa sociedad civil venezolana sobre un déspota y no como concesiones graciosas del rey Hugo I para confundirnos

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