El túnel al final de la luz
Abba Eban, canciller de Israel durante los años 1966-1974, además de tener una bien ganada fama por ser un hombre brillante, la tenía por sus dotes de gran orador. Sirvió en las Naciones Unidas desde la fundación del Estado de Israel hasta 1952. Dicen que hablaba a recinto lleno: nadie quería perderse sus discursos.
Sus comentarios eran agudos, mordaces y en ocasiones cáusticos. Una vez, refiriéndose a Yitzhak Shamir, líder del conservador partido Likud y dos veces primer ministro de Israel, dijo que éste era «el túnel al final de la luz». ¡No puedo pensar en una manera más terrible de calificar a alguien! Porque si la luz al final del túnel representa la esperanza en tiempos difíciles, el túnel al final de la luz es lo que cercena esa esperanza. Y cuando ese «túnel» es un político, peor aún.
Nuevamente, me siento en la obligación de alzar mi voz para llamar a los factores de oposición a la cordura. Aquí se soltaron los demonios y llevarlos al redil –o al infierno- nuevamente, luce como una misión imposible. Pareciera como si los desaciertos sucesivos no nos hubieran deparado ya daños políticos terribles, pues no nos vacunamos contra ellos. Pareciera, ¡qué tristeza! que no hemos aprendido de esas pésimas experiencias. El triunfalismo, la soberbia y la falta de palabra son cada uno en sí mismos factores de daño, de perjuicio, de ruina. Pero los tres juntos son un caos.
El triunfalismo nos llevó a perder el revocatorio. Mientras Chávez repartía dinero a diestra y siniestra en forma de misiones y becas, y encima prometía el paraíso en la tierra, la oposición lo que decía –porque ni siquiera ofrecía- era «¡claro que sí!»… ¿»claro que sí» qué…?… ¿»claro que sí» vamos a sacar de la presidencia al señor que le ganó a San Nicolás en la repartidera? ¡Por favor! Las encuestas a favor de Chávez subían mientras que las nuestras bajaban. Pero muchos no las creyeron. Nos dijeron que estaban vendidas, viciadas, mal hechas. Aquí en Venezuela las personas más vituperadas son los encuestadores, no los políticos.
La soberbia la seguimos pagando cara en Venezuela. El que nuestros líderes se crean infalibles y únicos poseedores de la verdad ha cobrado una buena cuota de exabruptos, y también de dolores y sacrificios. A Chávez lo han subestimado constante y consistentemente.
Y la falta de palabra… ¡pensar que hace unas décadas la palabra tenía el mismo peso de un contrato firmado en un registro! Era una cuestión de honor y el honor era algo sagrado. Aquí se comprometieron públicamente a que las candidaturas serían únicas y ahora algunos –menos mal que no son todos- dicen que ese compromiso venía con otras condiciones no estipuladas con anterioridad.
Y esto para no entrar de nuevo en el ya tratado tema de las descalificaciones entre personas que supuestamente, supuestamente, están en el mismo bando.
Y todos los días vemos cómo la oposición desperdicia las oportunidades de convertirse en vocera de los millones de personas que se ven afectadas por el desgobierno que padecemos y además labra el camino cierto de la derrota. ¿Es que no se dan cuenta de lo imprescindible que es la unidad?… ¿Cómo explican que las encuestas sólo las creen y les sirven cuando los favorecen?… ¿Será que siguen pensando que «Chávez está acabado» y que ganar es pan comido?… ¿Por qué no se dan cuenta de que una de las grandísimas fortalezas del chavismo ha sido la unidad, y que si hoy se ven debilitados es porque ésta se ha perdido?…
¡Cuán trágico es que nadie experimente en cabeza ajena! Los nicaragüenses se dieron el lujo de ir divididos a las elecciones presidenciales y después de todo lo que sufrieron con los sandinistas, con tanta miseria y muertos a cuestas, tienen de nuevo a Daniel Ortega de presidente. A llorar al valle, pues. ¿Creen que aquí no puede pasar lo mismo?… Al paso que vamos, hasta Chacao lo podemos perder.
Noviembre puede ser la luz al final del túnel… pero de seguir como vamos, también puede ser, como dijo Ebban, el túnel al final de la luz.