La unidad ante el 23N: un clamor nacional
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El requerimiento unitario se ha convertido no sólo en un clamor nacional, sino en una exigencia ineludible. De verificarse un fracaso en el intento por reconquistar los espacios democráticos el próximo 23 de diciembre y se perdieran gobernaciones y alcaldías que se creían ya seguras en manos opositoras, como Carabobo o el Zulia, Miranda o el Municipio Libertador, Falcón, Mérida o el Táchira la responsabilidad no será de los electores ni muchísimo menos de esa sociedad civil que ha puesto alma, corazón y vida en el empeño por ponerle un fin a esta pesadilla. Será de la dirigencia de los partidos políticos y de los propios candidatos, principales factores de la oposición partidista que ha asumido la responsabilidad por esta estrategia electoral, así como de quienes perseveran en sus aspiraciones perfectamente conscientes de que de no someterse a la decisión de respetar el acuerdo unitario de enero para desbrozar el terreno cuanto antes se convierten automáticamente en cómplices del totalitarismo gobernante. También lo será de quienes, así reclamen en sus medios y ámbitos de influencia la unidad, no ven más allá de sus narices, prisioneros de una visión electoralista, gradualista y acomodaticia a sus propios intereses. Precisamente de aquellos que aseguran no haber otra alternativa al desastre imperante que esperar sentados al 2013, así el país se desangre y desmorone como un castillo de arena.
La insistencia en las ambiciones partidistas y/o personalistas de dirigentes y candidatos – la mayoría de ellos porfiadamente opuestos a llegar a acuerdos para encontrar candidaturas unitarias y ungidos a las alturas de sus expectativas por propia iniciativa, que tampoco es que se merezcan los cargos a los que aspiran por alguna notable ejecutoria – ha ido socavando la confianza ganada en un año y medio de derrotas oficialistas. Ni siquiera impuestas por el esfuerzo de esos dirigentes y esos candidatos, o de esos cerebros grises de la oposición gradualista. Son el resultado exclusivo de los descomunales errores cometidos por el presidente de la república y el precio que ha debido pagar por su imprudencia, su impericia y sus desaforadas ambiciones. Que lo hacen moverse en el terreno internacional como bisonte en una cristalería. Y en el país como si éste fuera su hacienda y la de su familia.
Lo que es aún más grave: ante cada uno de esos errores, que en política externa se han traducido en un creciente y peligroso aislamiento internacional y en política interna en el creciente malestar de una población torturada por la inseguridad, la inflación, el desabastecimiento y los contumaces abusos de sus jueces, asambleistas y funcionarios del llamado «poder moral», esa dirigencia opositora y esos candidatos no han dicho estabocaesmía. Obnubilados por sus ambiciones no se han ocupado de otro asunto que de autopromocionarse, pisarse las mangueras y darse de codazos para conquistar los cargos a que aspiran. Que tampoco se sabe a ciencia cierta para qué es que aspiran a esos cargos. Que no sea para montarse en donde haya algo. Que de un proyecto nacional o del diseño de un país verdaderamente alternativo al imperante no habla nadie.
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Es tal la catalepsia que sufre el llamado liderazgo que no ha sido capaz ni siquiera de aprovecharse de los descomunales traspiés del teniente coronel y adelantar una estrategia unitaria para acorralarlo. Ninguna de las vergonzosas acciones de estos jueces, contralores y asambleistas que provocan vómitos de indignación y vergüenza ha sido esgrimida para desenmascararlos. Cierre de RCTV, maletines, humillaciones internacionales como la sufrida ante el rey de España, retrocesos en cuanta iniciativa intentara – como la ley de seguridad nacional, el nuevo diseño curricular y tantas otras iniciativas engavetadas ante la indignación y el rechazo popular – y particularmente el gigantesco fiasco en su intento por entrometerse en los asuntos internos de Colombia. Ni una sola iniciativa opositora para exigirle rendición de cuentas. Silencio absoluto. Ni siquiera han salido en defensa de la constitución, mínima obligación que les cabría. El caso de las inhabilitaciones es patético. Si el país democrático ha respondido en todos y cada uno de estos casos emblemáticos del desastre gubernamental, no ha sido gracias a los partidos. Ha sido gracias a los pocos medios que restan en nuestras manos, a periodistas y comunicadores, gracias a la sociedad civil y a sus organizaciones y a las voces de quienes abandonan sus responsabilidades para asumir las que no les corresponderían.
Se comprende entonces la indignación que bulle entre nuestros electores y la amenaza cierta de que la indignación ceda a la apatía y la apatía al abstencionismo. Los culpables tienen nombre y apellidos. O rectifican – y todavía es tiempo – o serán arrasados por la historia. Pues nada asegura que en las actuales condiciones esa oposición no salga del 23 de noviembre con las tablas en la cabeza. Si no se ha montado una gran estrategia de enfrentamiento contra las inhabilitaciones y no se ha hecho valer nuestra fuerza en momentos de máxima debilidad del régimen – que será progresiva e inevitable, hasta desembocar en un colapso mayúsculo – menos se ha recordado el lamentable estado de indefensión en que nos encontramos frente a un árbitro electoral tramposo y desembozado. Confiado en el barato triunfalismo provocado por el fracaso del régimen el 2D – más una derrota presidencial que un triunfo opositor – apenas si se ha mencionado que el CNE continúa siendo un despacho directa y absolutamente subordinado a la voluntad de Miraflores.
Y si el 2D pilló al teniente coronel echado en un chinchorro y a sus instrumentos electorales durmiendo el sueño de los injustos, esta vez la cosa luce muy distinta. Chávez ha sacado las debidas conclusiones y ha procedido con su característica transparencia: poniendo todas sus cartas sobre la mesa. Ha intentado imponer la mal llamada reforma constitucional por vía del decreto o los simples hechos consumados. Ha fracasado en el intento, pero no ha descansado. Sigue en sus trece. Ha afirmado e impuesto su liderazgo y ya tiene a sus peones en el campo de batalla. Y mostrando una versatilidad que debiera llamarnos la atención, ha decidido arrastrar la cola ante la comunidad internacional, tragarse el burro atravesado de sus hechos y palabras, arrodillarse ante Uribe y aparecer como el campeón en la celebración de la liberación de Ingrid Betancourt. Ya debe estar avanzando tratativas para darle todo su respaldo en su inveterado intento por desbancar a Uribe y meter baza en los asuntos internos de Colombia. Y ya se ve el efecto que causa en Sarkozy y en la misma Betancourt tantos cantos de sirena.
Su osadía y su desvergüenza son tan abrumadoras, que se hermana con su enemigo de ayer y trata de arrastrarlo hacia las aguas de su molino. ¿Y la oposición democrática venezolana? ¡Muy bien, gracias!
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Chávez, qué falta hace decirlo, es un contendor de extrema peligrosidad. Tramposo, inescrupuloso, inmoral y decidido a emplear todos los medios legales e ilegales, sanctos y non sanctos para no ceder un ápice del poder que detenta y del que ya hace uso como si le fuera a pertenecer por la eternidad. Ha logrado partir a Venezuela en dos: la suya, que dispone de todo el aparato de Estado, la burocracia, el ejército, las instituciones y el petróleo, ha alcanzado una articulación tal que se encuentra superpuesta sobre la Venezuela real, que esquilma, explota, reprime y somete. La Venezuela oficial, la chavista, consta de tal autonomía que bien podría existir al margen de la Venezuela real. Y si dispusiera de un territorio, independizarse como para coexistir con la otra, la nuestra, como hicieran durante casi medio siglo la República Democrática Alemana y la República Federal de Alemania.
Ya ha comprendido que no podrá someter a la Venezuela real, la productiva, la civil, la democrática, la opositora. Y mientras encuentra la manera de entronizarse, hará cuantos esfuerzos sean necesarios para garantizarse la administración plena de la suya. De un lado, tratando de vestir el gorro frigio de su fingido democratismo. Del otro, deslastrándose del peso de sus aliados marxistas- leninistas – que él no es más que un caudillo militarista, autocrático y ambicioso, al que cualquier ideología le viene bien si se acomoda a sus siniestros planes – y aparentando la reconciliación y el entendimiento. Ese es el objetivo que espera del encuentro de este 11 de julio con su archienemigo jurado, Álvaro Uribe. Es lo que desea de Ingrid Betancourt, que ya se ha declarado de izquierda: usarla. Como en el pasado a Piedad Córdova, seguramente excretada ya, como todos aquellos que dejaron de serle útiles.
En cuanto al dominio sobre su Venezuela particular – que esquilma y explota para beneficio propio y de los suyos y cuya pérdida le arrastraría daños inimaginables – jugará todas sus cartas a impedir el triunfo opositor sobre sus enclaves de Poder. Usará el CNE a sus estrictos fines y objetivos. Tratará de neutralizar a la oposición ahondando sus diferencias y liquidando a los más exitosos de entre sus candidatos, así como neutralizando tanto como le sea posible la función mediatizadota de las Fuerzas Armadas. A esos fines sirve su descarada politización de la FAN y el uso del contralor Russian, uno de sus más abyectos lacayos.
Es un escenario de cuidado que requiere de una oposición unida, lúcida y combativa. Por lo visto optó por no impedir las inhabilitaciones y se ha ido acomodando a los desafueros del régimen. Juega su última oportunidad. Si su mezquindad se impone sobre su generosidad y su aldeanismo sobre su universalidad, la derrota será estrepitosa. Y su culpa, inocultable. La elección es suya. Dios la ayude a optar por la única opción válida: pensar en la Venezuela del futuro y unir sus fuerzas para iniciar la gran aventura de su construcción. Los juegos están dados.