La rebelión de las regiones
Puede que las elecciones del 23 de noviembre próximo provoquen un deslave político y la emergencia de un nuevo liderazgo nacional, surgido al calor de las aspiraciones más sentidas de las regiones y el castigo a las pretensiones centralistas y burocráticas de quienes creen tener la sartén por el mango.
Como demostración valga el cuestionamiento que las regiones manifiestan ante la voluntad de quienes, en Caracas o en las capitales de Estado se creen dueños, amos y señores de la administración. En uno y otro lado del espectro político. Es la forma solapada de los atávicos caudillismos, que tanto daño le han causado a la Nación. Y se la siguen causando bajo esta forma arquetípica de autocracia venezolana que hoy sufrimos bajo el omnímodo poderío del teniente coronel.
Es cierto: no es fácil sacudirse determinaciones ancestrales como el caudillismo vernáculo. Que se creyó desterrado con la construcción de la democracia de Punto Fijo para renacer con renovados bríos y una mucho mayor ferocidad con la elección en 1998 del teniente coronel Hugo Chávez. Pero si no asumimos la emancipación de todas esas formas de caudillismo, estaremos condenados a recaer en la regresión y la barbarie.
Hay casos emblemáticos de gobernadores o alcaldes que se creen propietarios de la administración de sus regiones. Llegada la hora de entregar el mando pretenden hacerlo sólo en apariencias, nombrando a sus sucesores entre pobres hombres sin otra virtud que la lealtad perruna a sus jefes. El caso se repite a todos los niveles. Caudillos convertidos en grandes electores que no trepidan ni siquiera en desenmascarar sus apetencias dejando, cuando no a subordinados, a familiares cercanos en la custodia de las sinecuras.
El 23N podría verificarse un profundo reclamo contra esta perversa costumbre nacional. Dios la facilite.