Culto a la personalidad (vestimentada)
Consabido, José Stalin promovió y disfrutó de un ilimitado culto a su personalidad que se deshizo lentamente, luego de la celebérrima y secreta denuncia que hiciera Nikita Kruschev en el XX congreso del PCUS. Un novelista, Richard Lourie, pudo esbozar la normalidad de una devoción a la que el supremo conductor simplemente se habituó, aún en medio de una cruel guerra – por cierto, asimétrica – que se llevó por el medio a 20 millones de sus compatriotas, después de sacrificar a un generalato que pudo evitar cifras tan inverosímiles, sin renunciar a la salvación de la patria o sin pactar con Hitler una tregua que sorprendió a todos los marxistas del mundo. Sin embargo, tan buen ensayista como novelista, si se quiere, Isaac Deutscher ilustra mejor una escena litúrgica en la que el dictador del proletariado asume estupenda y convencidamente su papel.
En efecto, Deustcher reseña la aparición de Stalin, el más igual de los iguales, con su uniforme de mariscal, charreteras bordadas en oro y estrellas preciosamente empedradas, en un acto de 1943. Recibir la Orden Suvórov ameritaba el despliegue de una inequívoca y ambiciosa distinción marcial y social, por lo que el culto atravesaba fronteras más exquisitas: Vassili Zaitsev, el protagonista de “Enemy at the Gates” de Jean-Jacques Annaud (2000), no lo hubiese sospechado al abnegarse como francotirador en Stalingrado, gracias a una magnífica película que a veces parece un western.
El caso está en que acá, en los inicios de una nueva centuria, Hugo Chávez también es sujeto y objeto de un culto que pudiera llegar a la estratosfera de lo increíble, pues el reciente decreto con rango, valor y fuerza de ley, relacionado con la Fuerza Armada Nacional, aparentemente insiste y precisa el máximo grado militar que ha de ostentar el ciudadano Presidente de la República. Y decimos aparentemente, porque el texto de la reforma habilitada de la Ley Orgánica de la institución armada aún no se conoce y mal podría únicamente reconocer la condición o carácter constitucional de Comandante en Jefe a Chávez, cuando éste y los suyos han insistido en la más alta cota de la escala militar (ya es normal denominarlo “Comandante-Presidente”), faltando solamente por la concesión del rango de Capitán General o de Generalísimo.
En esta ocasión, no deseamos extendernos sobre un texto desconocido, fruto de la democracia participativa y protagónica según lo entiende el chavezato, sino enunciar la posibilidad de un empleo extremo de los símbolos castrenses que, sin duda, impactará a la población. Una trivialidad siempre presunta, las apariciones del mandatario civilmente elegido, en un impecable uniforme de teniente-coronel, ha generado consecuencias en el inconsciente colectivo, habida cuenta de una atención no desterrada hacia el caudillo armado que ya había desaparecido en las décadas anteriores como movilizador esencial de las inquietudes políticas.
Probablemente, la vanidad presidencial engrana con los presupuestos de una maquinaria propagandística y publicitaria que aconsejará exhibir a Hugo Chávez con una novísima e inigualada vestimenta militar, la que haga palidecer a la que portaron sus generales en jefe o su almirante, designados por estos años, con sus más modestos signos, señales o avisos jerárquicos. La forma cobra una inusitada importancia política en la era de los media, por lo que quizá sepamos de actos o eventos donde brille sin titubeos, una espléndida señalización y majestad del rango militar.