La neolengua de Maduro
En su novela, 1984, George Orwell retrata a la neolengua, idioma oficial del imperio totalitario en el que desarrolla su historia. Una referencia a tres consignas que penden de las paredes del Ministerio de la Verdad, denotan el sentido de esta lengua:
La Guerra es la Paz
La libertad es la Esclavitud
La ignorancia es la Fuerza
Sin duda, una poderosísima herramienta para socavar todo significado a las palabras con las que puede aprehenderse el mundo –prerrequisito de toda pretensión de libertad-, para hacer a las personas totalmente dependientes de la única interpretación posible, la oficial. La policía del pensamiento obraba para asegurar que nadie se desviara de tales verdades. Ello se remachaba con la presencia conminatoria del rostro del Líder observando desde grandes cartelones colocados en cada esquina, bajo el lema: El Gran Hermano te Vigila.
La similitud con la Venezuela actual no es mera coincidencia y ayuda a entender el sentido de muchas proclamas del presidente Maduro. El miércoles 19 anunció una reforma a la Ley Contra la Corrupción, pero la acompañó de un conjunto de leyes que exacerban los controles y las sanciones sobre el quehacer económico del país. Salvo para los más enceguecidos fanáticos, nadie duda de que los excesivos controles, regulaciones y extendidas puniciones, son los motores de la bestial corrupción que hoy destruye el tejido económico, social y político de la nación.
La presencia de un dólar paralelo empujado por encima de los Bs. 120 por un racionamiento funesto de divisas a precios absurdamente bajos constituye un gigantesco incentivo por trasegar bienes a países vecinos para obtener ganancias fabulosas. El caso más notorio es el de la gasolina que se vende internamente a 9,5 céntimos de bolívar, pero cuyo precio en Colombia y las islas del Caribe supera $1,2, más de 1400 veces mayor al tipo de cambio paralelo. Con tal margen de ganancia, no hay complicidad que no pueda comprarse. La sobrefacturación de importaciones, la subfacturación de exportaciones y, sobre todo, la connivencia de ciertos funcionarios para ponerse en estos dólares oficiales, son vías expresas para lucros estupendos. Luego está la reventa de bienes subsidiados y prácticamente desaparecidos de los estantes, a precios varias veces superiores, a través del comercio informal. La actividad especulativa, muchas veces con sobornos de por medio, reditúa mucho más que dedicarse a una empresa productiva, sobre todo en un contexto tan aplastante a la iniciativa privada como el actual. Más allá, contratos abultados otorgados sin licitación a los “amigos de la revolución”, permiten embolsillar jugosas comisiones sin pestañear.
La falta absoluta de transparencia en las decisiones sobre el usufructo de la riqueza nacional, la ausencia de rendición de cuentas y el atropello a lo que queda del Estado de Derecho a conveniencia de quienes ocupan el poder, es gasolina para el fuego de la corrupción. Sobre todo si la complicidad de un poder judicial obsecuente asegura total impunidad, como lo muestran a diario los oligarcas en el poder, a-lo-Jaua. ¿Cuántas otras “colitas” no estarán dándose mientras los jerarcas se llenan la boca denunciando a la corrupción? ¿Cuántos negocios ilícitos, robos descarados, explican que, con USA $100 el barril de petróleo, a Venezuela no le alcancen las divisas?Finalmente, la profusión de controles de aplicación discrecional, con un arsenal sancionatorio cada vez más temible, constituye el arma perfecta para la extorsión de cuánto funcionario policial, militar o del SUNDDE se siente alentado “a contener la especulación”. Que lo digan los buhoneros y los pequeños comerciantes. Pero es menester reconocer que la “revolución” democratizó a la matraca: incorporó a la milicia y a los consejos comunales.
El modelo político-económico “socialista” trasuda corrupción. Asegura lealtades y complicidades avivando oportunidades de “negocio” expedito con sólo plegarse a los dictámenes del poderoso. Es la mejor garantía de Maduro para mantenerse en el poder. El reparto discrecional de la renta, eje del socialismo petrolero de que se valió Chávez para atornillarse en Miraflores, y el excesivo personalismo con que se toman las decisiones que afectan la vida de los venezolanos, sería inconcebible en un régimen acotado por leyes que se cumplan, libertad de prensa para denunciar irregularidades y un poder judicial que garantizara, imparcialmente, el debido proceso. Una economía abierta, en la cual compiten libremente entre sí empresas sujetas a un marco legal que protege contra el fraude, en la que los consumidores tienen a su disposición una variedad de opciones para elegir y en la que la fuerza laboral es consciente de sus derechos y responsabilidades, subvierte el monopolio excluyente del poder y la centralización de las decisiones sobre los recursos económicos, que sirven de asiento al predominio de la oligarquía Bolivariana. Por eso los controles, la aplicación discrecional y arbitraria de castigos, y la ausencia total de transparencia y de equidad con que se toman medidas. Perpetuar este caldo de cultivo de la corrupción es un elemento cardinal al esquema actual de dominación. No en balde, la nueva ley de Maduro se reserva la información sobre hechos de corrupción. ¡Cero transparencia!
Pero no es sólo cinismo e ignorancia –de lo cual sin duda hay bastante- lo que explica el contrasentido de esta repentina “cruzada” anti-corrupción. Más importante es la fabricación de “enemigos”, central a las pretensiones de legitimidad de todo régimen fascista. De ahí que la “guerra económica” –estupidez como ninguna desde una óptica racional- cumple un propósito fundamental, que es culpabilizar a los demás del desastre urdido por el socialismo petrolero. La neolengua bolivariana es crucial para “justificar” esta impostura y preservar así la expoliación de los ingresos de la nación por parte de militares y enchufados. El “socialismo” es bueno –se argumenta-, defiende a los pobres. Ahí están los bienes y servicios baratos, gracias al control “revolucionario” de los precios. Que no se consigan es culpa de los “enemigos del pueblo”, “traidores a la patria”. Y si alguien señala que estos controles -además del cruel desabastecimiento-, han engendrado la inflación más alta del mundo, los “revolucionarios” ripostan que la vida austera, “liberada” del consumismo dispendioso que nos quiere imponer el imperio, templa la moral y propicia sentimientos de solidaridad y de cooperación, semillas del Hombre Nuevo. ¡Ser rico es malo!
Ante las expectativas aun más sombrías sobre lo que nos espera asociadas a la caída del precio del petróleo, Maduro, en vez de preparar un enjundioso programa de ajuste con la ayuda de las mentes más calificadas del país para evitar que sucumba definitivamente la economía, se prepara más bien para la guerra. ¡A cerrar filas! y le aprieta aun más las tuercas al sector privado, se arremete contra diputados que denuncian la corrupción y se criminaliza la protesta.
Porque la neolengua le permite a Maduro proyectarse ahora como adalid de la lucha contra la corrupción. Pero para ello es menester la ley que hará desaparecer al IVIC, el ahogo progresivo de las universidades y el silenciamiento y acoso de todo medio crítico. A la par, se expulsan dirigentes incómodos del PSUV por denunciar irregularidades y atropello de sus derechos como militantes, se activa una ley sapo al interior de ese partido para intimidar y mantener callados a otros y ni de vaina que desarma a los colectivos. La neolengua es incompatible con la inteligencia.