El debate que nunca existió
Una revolución auténtica, genuina, con r mayúscula; esto es, una verdadera revolución, sin comillas que pongan en entredicho su naturaleza histórico-política de gran mutación civilizatoria no sólo no le teme al debate sino que lo promueve y auspicia como componente intrínseco de su naturaleza y esencia transformadora y proclive al cambio necesario e inexorable propio de los tiempos vertiginosos que vivimos en este orbe signado por lo efímero y transitorio.
La bolivariana, ¿qué duda cabe ya, luego de una década de fiascos y fracasos estruendosos?, es una «revolución» que apela al recurso retórico de la libertad para cercenar justamente la mayor de todas la libertades; la libertad de pensamiento, por tanto se trata de un ensayo trunco de instauración de un régimen liberticida. No se necesita prueba alguna, evidencia de ninguna índole, para convencerse del carácter fascista y neototalitario de ese esperpento seudoideológico harto conocido con el infame remoquete de «chavismo bolivariano». La síntesis política-institucional del mismo está representada en lo que la tradición histórica conoce como «el Estado contra la sociedad».
Lo que queda de esa figura borrosa en el horizonte político venezolano que conocíamos con el nombre de «ciudadanía democrática» ha venido siendo absorbida por un aberrante unipartidismo estatocrático que alimenta excesivamente al Gran Moloch supeditado y arrodillado a los devaneos caprichosos del bufón arlequinesco que maneja el timón de la «navis stultísfera» en que ha convertido a este remedo de país que aun denominamos Venezuela.
Lo que se conoce como debate y discusión político-ideológica, como confrontación sana y franca (recíprocamente respetuosa) de distintas perspectivas analíticas conceptuales, de acuerdo con experiencias ricas y aleccionadoras suscitadas en otras latitudes del planeta que han acometido ensayos revolucionarios, en Venezuela, por el contrario, en la línea de la más abyecta antípoda, se ha instituido una subcultura del denuesto, el dicterio y el anatema contra cualquier persona que osa disentir de la logocracia unipersonal del Estado fascio-totalitario.