De las Inhabilitaciones al Gacetazo
Hay que repetirlo mil veces: tanto las Inhabilitaciones, como el Gacetazo, forman parte de una estrategia chavista que busca confundir, amedrentar y desmoralizar a la oposición democrática, en la idea de que baje la guardia con relación a las elecciones de noviembre y concurra a los comicios lo más desprevenida, desorganizada y dividida posible.
Lo estamos viendo en las primeras reacciones opositoras a la decisión de dos salas del TSJ admitiendo la “constitucionalidad” del art. 105 de la Ley de Contraloría, y a la promulgación por parte de Chávez de 26 Decretos-Leyes que insisten en imponer por la fuerza la Reforma Constitucional rechazada en el referendo de diciembre pasado, y, a raíz de las cuales, ya surge un sector “duro” que clama por salir a la calle a buscar el KO fulminante del teniente coronel y su autocracia , y otro que trata sobre la marcha de establecer cuál es el verdadero sentido y alcance de la maniobra gubernamental y cuál es el camino para desbaratarla y dejarla sin efecto.
Y este último no puede ser sino una participación masiva en las elecciones de noviembre próximo, como vía expedita e inapelable para una reconquista de más de la mitad de las gobernaciones y alcaldías que reduciría dramáticamente los espacios ocupados de hecho por la autocracia, dejando claro que se trata de una minoría que solo por respeto a la constitución vigente podrá mantenerse en Miraflores hasta el 2012.
Lo cual debe obligarnos a establecer que las protestas y el rechazo a las Inhabilitaciones, así como las denuncias de que con el “Gacetazo” el teniente coronel ® se ha colocado al margen de la Constitución y las Leyes, es el eje de una estrategia que le permitiría a la oposición motivar al electorado para participar y derrotar a Chávez en noviembre, sin dejar de destacar que se trata de transgresiones constitucionales que conducen a visualizar hacia donde iría Venezuela si el heredero de Fidel Castro se sale con la suya.
De modo que, lanzarse a la calle a protestar sí, y denunciar a Chávez en instancias nacionales e internacionales como el jefe de un proyecto neototalitario que persigue derrocar la democracia e instaurar la dictadura en Venezuela y el continente también, pero sin desviarse del objetivo supremo de que sean las mayorías nacionales las que electoralmente le digan a Chávez en noviembre que se vaya.
De ahí que sea tan importante que en las denuncias y protestas contra las Inhabilitaciones y el Decretazo quede claro que, al implementarlas, Chávez no está haciendo alarde de que más allá de lo que pase en noviembre continuará con su plan hacia la dictadura y el socialismo, sino dejando traslucir el grado de debilidad a que lo han conducido su políticas catastróficas en Venezuela y el continente y, a raíz de las cuales, sale a simular un último aguaje en la idea de engañar para sobrevivir.
O sea, que lo que le sucede al teniente coronel es que está atacado por el pánico y echando mano a una de sus rutinarias, pero efectivas triquiñuelas a la hora de darse ánimos y trasmitirle a los suyos la sensación de que está fuerte y en disposición de resistir.
Si no, no se explicaría que conjuntamente con las Inhabilitaciones y la celada del Decretazo hizo la paz con Uribe y volvió a Rusia y Bielorrusia a echar pinta comprando nuevos helicópteros y sistemas de misiles, pero con miras a enfrentar lo que ya juzga inevitable: la derrota catastrófica y terminal de noviembre que lo obligaría a empezar a comportarse como un inquilino moroso en Miraflores.
Paradójicamente ha sido Chávez quien en distintos momentos del año en curso ha alertado sobre la gravedad de la situación que lo esperaría después de noviembre si es que pierde la mayoría de las gobernaciones y alcaldías, refiriéndose agónicamente al “ya vienen por mi”, y a la creación de una suerte de media luna o triángulo que uniría los estados Lara, Zulia y Táchira y desde el cual se implementarían las políticas que terminaría asfixiándolo y expulsándolo del poder.
Y consecuentemente con ello, ha desplegado lo que le queda de liderazgo, los enormes recursos de su estado autoritario y petrolero, las ventajas que le procura el actuar como amo y señor de la estructura gubernamental y burocrática para imponerle la disciplina a su partido, aterrorizar a los aliados y forzarlos a una unidad electoral, programática y organizativa sin la cual sabe que la derrota lo seguirá como el día a la noche.
Lo ha logrado a medias, a costa de grandes pérdidas y para ello ya tenía previsto la argucia de las Inhabilitaciones y las leyes del “Gacetazo” que podrían garantizarle, tanto un mayor respaldo y cohesión entre los radicales de su partido, como que parte de la oposición se dirija a rasgarse las vestiduras en el Muro de los Lamentos, mientras se queja de que la otra se metió a colaboracionista porque no se lanza a llorar.
Ignorando que si Chávez ha hecho un esfuerzo notable para no ser derrotado, la oposición lo ha intentado para lo contrario, pudiendo en este momento presentar candidatos unitarios para la mayoría de las gobernaciones y alcaldías y preparándose a montar la maquinaria que lleve a los electores a votar y evitar el fraude.
Pero igualmente debe organizarse para impedir que con las Inhabilitaciones y el Gacetazo, Chávez mejore sus posiciones de gobernante militarista y autoritario para enfrentar una reducción dramática de su poder en las gobernaciones y los municipios que se estructurarán al otro día del 23 de noviembre y los cuales de propondrán contener y arrollar lo que quede de la última autocracia del siglo XX y primera del siglo XXI.
En otras palabras: que los resultados adversos al chavismo en las elecciones del 23 de noviembre no son sino el inicio de una nueva batalla por la reconquista de la democracia y la libertad en Venezuela, pues se trata de irle cerrando el círculo a Chávez, pero sin esperar que se rinda ni descarte poner en juego el poder que aun le quedará en el ejecutivo y las instituciones que ha secuestrado en los años que lleva en el gobierno, pero que lo abandonarán a medida que sientan que tiene el sol en la espalda.
Batalla que exigirá como nunca una oposición unida, sorda a los cantos de sirena de las soluciones fáciles y rápidas y con un liderazgo que no ceda a las presiones de quienes quieran retrazar la lucha o de quienes quieran adelantarla.
Que ya de sobra se sabe hacia donde han llevado a la oposición democrática venezolana el no sintonizar con la oportunidad de los tiempos, en todo lo que en inglés se define como “timing” y que no es otra cosa que no perder la capacidad para establecer que debe hacerse en cada momento.
Un tiempo que no puede ser sino de una permanente lucha, la de una protesta en la calle que deje claro para los ciudadanos los atajos perversos y antinacionales de los intentos de Chávez por convertirse en presidente vitalicio y fundador de la nueva dinastía marxista de América latina y el mundo, mientras la sociedad venezolana es obligada a retroceder a niveles de pobreza, desigualdad e injusticias sociales propias de los países del cuarto y quinto mundo.