Inflación y/o desabastecimiento
Tal es el dilema frente al cual anda encarado el país, gobierno en primerísimo lugar. Salir del atolladero económico en que nos encontramos, obliga a enfrentarlo con determinación, sin atender a cálculos políticos y electorales.
No voy a entrar en las causas estructurales que nos han traído hasta aquí. Estatismo, centralismo, populismo, filosofía de los controles sobre el conjunto de la vida económica, son sólo algunas de ellas. El hecho es que estamos colocados, por la vía de una relación inversa entre producción y demanda, en un dispositivo inflacionario, incluyendo el precio de las divisas, que no ha podido desactivarse. Porque la economía tiene leyes casi naturales que se imponen por encima de las disposiciones administrativas de un burócrata, como un río embravecido que no se deja encauzar cuando se pretende contradecir su curso. Baja producción, poca creación de riqueza, dependencia de los ingresos petroleros, todo lo cual lleva a paliar el mal inflacionario desde el Estado de una sola manera: importando.
Pero entre todos los controles, el cambiario, esencia de la visión que apuesta por la planificación central de la economía, conduce a que, requisito por requisito, alcabala tras alcabala, el flujo de divisas se haga escaso y lentísimo para muchos rubros de la producción, y, como los veloces procesos de compra/venta internacionales no esperan por nosotros, lo único que consigue es profundizar la escasez y el desabastecimiento. Así vistas las cosas, está claro que para resolver de veras tanto el desabastecimiento como la escasez, para ponernos a tono con las exigentes velocidades de los procesos económicos mundiales, y poder así convertir a la economía venezolana en una que importe con facilidad lo que necesite y exporte en abundancia todo aquello en lo que tenga ventajas comparativas y competitivas, lo primero que hay que hacer es levantar el control cambiario.
¿Que esa medida tendrá un costo político y social indiscutible? Es cierto. Pero no deben olvidar quienes se paralizan ante esta realidad que no tomarla ha de tener a la postre costos políticos y sociales mayores. Si para resolver el desabastecimiento hay que tener un año de (más) alta inflación, la que luego tiende a bajar y estabilizarse, así debe ser pues es preferible tener inflación sin desabastecimiento que desabastecimiento con inflación.
Y ya en el plano estrictamente político, me permito esta reflexión, que ojalá le sea útil a los jerarcas oficiales: el gobierno debería entender que la inflación es un mal pero que el desabastecimiento es un mal mayor. Y más peligroso: con la inflación cada consumidor se enfrenta al fenómeno solo, con evidente molestia, pero solo frente al producto y luego expresa su rabia en la caja registradora; el desabastecimiento es un hecho necesariamente de masas, supone colas, largas conversaciones que retroalimentan la molestia colectiva. Yo he sido testigo de estas pequeñas revueltas que amenazan con extenderse. Y eso sólo se resuelve con una decisión dura y de alto costo pero más que necesaria, inevitable: la unificación cambiaria y luego la liberación. Ojalá la camisa de fuerza ideológica y el miedo electoral no impidan adoptar esa medida que al fin de las cuentas es en beneficio del país y para el bien de todos.