Opinión Nacional

Poschavismo, Marqués de Sade y la Fania

 Una de ellas es que, en el discurso oficialista, la gente siempre tiene la culpa. Culpa de que la inseguridad le azote, porque quién la manda a salir a la calle (y, cuando no, porque la población «perdió los valores»). Culpa del desabastecimiento, por hacer «compras nerviosas». Culpa de la crisis eléctrica, por prender demasiados bombillos. Culpa del tráfico porque hay muchos carros. Culpa del caos de los hospitales, porque se enferman mucho. Y esa práctica de desviar, cual espiral centrífuga, cualquier responsabilidad y endilgársela a la gente, es uno de los rasgos que más se ha democratizado dentro de la clase política que nos gobierna. Recuerdo hace unos años cuando el gerente rojo de uno de los terminales de pasajeros de Caracas, ante una periodista que le preguntaba sobre el desbarajuste de pasajes, buses y personas de aquel Miércoles Santo en la terminal a su cargo, le respondió simplemente que eso era culpa de la gente porque «¡habían decidido viajar todos juntos ese día»! Así las cosas, para todo burócrata oficialista, si el modelo económico chavecista no funciona, no es porque está mal diseñado o es inaplicable, sino porque la gente es muy inculta y no lo entiende, o por los vicios egoístas y precomunistas del pueblo, como ese de pensar primero en ellos y en sus familias antes que en el Estado.

La otra característica descollante de la relación comunicacional oligarquía-pueblo es que las decisiones del Gobierno que perjudican a los venezolanos siempre tienen una justificación, la cual –por supuesto- nunca pasa por su responsabilidad o por su falta de pericia. Esas acciones siempre son o inevitables o por algo, no porque al Gobierno le convenga y lo haya decidido así.

Estas dos características del chavismo histórico, han cobrado en los últimos días una neodimensión de obscenidad en boca de los representantes del poschavismo, actualmente en el poder. Así, por ejemplo, hemos observado cómo el presidente Maduro y algunos de sus camaradas cogobernantes han mutado a una especie de Marqués de Sade bolivariano, y sin ninguna clase de rubor, nos dicen que nos pegan porque nos quieren mucho. No otra cosa es afirmar que nos devaluaron el sueldo casi a la mitad para protegernos, que ahora somos más pobres y que pasamos a tener uno de los salarios mínimos más bajos del continente, porque nos aman en demasía y porque, al final, ser más pobres es bueno para nosotros. Lo peor es que el pana Maduro se siente cómodo en su onda sádica, porque sabe que cuenta para reforzarlo con una legión de sumisos masoquistas que aplauden cuando los abusan y golpean, y creen de verdad que una violación puede confundirse con un acto de amor.

Otro ejemplo, en la misma tónica, es la de justificar la devaluación de nuestra moneda y de nuestro salario porque «había que hacerlo», o, en otras palabras, era lo normal y lo esperado, dadas las condiciones de nuestra economía. Eso de que fregarnos es normal, me hizo recordar la famosa Plantación adentro, aquella magistral pieza de salsa de Tite Curet Alonso, interpretada por el insuperable Rubén Blades con arreglo del no menos magnífico Willie Colón, cuando ambos pertenecían a la inolvidable Fania All Stars. Para los muy chamos que no la conocen, parte de la letra de aquel clásico de la salsa rezaba: «se murió el indio Camilo, por palo que daba el mayoral. Y el médico de turno dijo así: muerte por causa natural. ¡Claro! Después de una tunda de palos, que te mueras es normal». Parafraseando a Tite, después que se han regalado los recursos del país por conveniencia política y de imagen, que se han despilfarrado los reales del pueblo en un océano de ineficacia y de corrupción, que se ha endeudado el país hasta lo indecible, y que se han enriquecido tantos funcionarios con la plata que era para todos, alguien tiene que pagar la factura. Devaluar y empobrecer al pueblo por lo que otros han comido, bebido y robado, y venderlo como «natural» o «inevitable», es actuar con la impudicia del «médico de turno» de la canción de la Fania. Y tratar de mercadearlo como una expresión de protección y amor por la gente, merece ser incluido en la serie de narraciones más cínicas y perversas del famoso Marqués parisino.

 

 

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