De duendes, encantados y catástrofes
El territorio bañado por el río Rin, desde su cabecera en los Alpes suizos hasta sumergirse en las turbulencias del Mar del Norte, siempre estuvo plagado de duendes y encantados. Si bien en importante número, burlones y poco agresivos. Los hubo, sin embargo, cargados de malignidad.
Los viajes transcurrían sin mayores sobresaltos hasta tanto topaban con el meandro “Romantische Rhein”, ubicado entre Bigen y Koblenz. Allí, según la mitología germánica, zozobraban las embarcaciones y muchas desaparecían en las gélidas aguas. Las tripulaciones quedaban arrobadas ante la belleza de Loreley, un encantado con forma de sirena que, sentada sobre un risco, cantaba con dulce voz.
Los avances tecnológicos derribaron esos mitos. Las embarcaciones trasponen el meandro sin mayores riesgos. Pero en ocasiones, como ocurría con los barcos del Rin, las sociedades pierden el equilibrio, estremecidas por un sacudón colindante con lo telúrico. En ese instante, del más remoto pasado, sobreviene el encantado. Es el demagogo. Mago circense extrayendo de su afiebrada imaginación promesas para un mejor vivir, que embelesan al colectivo.
Hace 10 años recorrió esta “Tierra de gracia”, un encantado transmutado de militar golpista a predicador de la democracia en estado puro. Todo ha quedado en promesas echadas al vuelo. Atrapó las esperanzas de la sociedad y ha retribuido con chapitas de latón.
La catástrofe está en pleno desarrollo. Estatiza, sin respeto a las normas, fincas y fábricas productivas estimulando la escasez; empresas de energía eléctrica y telefónica que ya acusan serias fallas; bancos con buena salud financiera, que se descapitalizarán en breve plazo; las cisternas transportadoras de combustibles y burocratiza los obreros de la línea de distribución; entre tanto la economía presenta marcado deterioro; la educación interferida por la imposición del pensamiento único; el desempleo sustituido por el asistencialismo improductivo; la seguridad social es papel tirado al cesto; reparte dólares por el mundo sin juicio ni beneficio, mientras las carreteras, las calles, los hospitales, los centros educativos se caen a pedazos; el déficit, más que escandaloso, de 1.6 millones de viviendas; la seguridad pública, la justicia y la transparencias lloran de cara a la pared con los fondillos rotos. La corona del caos es la inflación que, muy bien maquillada por los estadísticos del encantado rojo-rojito, exhibe un desafiante 17.3% y en aumento, mientras engulle el miserable salario mínimo percibido por la población más necesitada.
La proa de la nao Venezuela derrota a la catástrofe. No tanto por incompetencia de timonel y tripulación que es enorme, como por el firme despropósito de igualarnos con el nivel inferior de la pobreza, práctica usual de los gobiernos comunistas. Es su garantía de dominación.
La oposición está en la obligación de golpear los puntos débiles y denunciar la ineficacia de alcaldes y gobernadores, además de presentar proyectos sustentables. Los coautores de la catástrofe, tienen que responder ante la Nación.
Nunca antes la suerte de la República pendió de las manos ciudadanas como en esta hora menguada. De allí que la batalla cívica del 23 N toque a fondo lo existencial y sea asunto de responsabilidad ante la comunidad democrática mundial ejercer el derecho del voto y el de su defensa.
Ese día tenemos que salir con el firme propósito de derrotar a los cómplices, exorcizar al encantado rojo-rojito y dar el paso inicial para, en su momento, desalojarlo del risco que imagina trono y desde donde, arrellanado, degusta la capacidad destructiva de su revolución.