Chávez en 1913
Curiosamente, los regímenes democráticos estables tienden a minimizar, ocultar o subestimar las iniciativas golpistas u otras manifestaciones de índole conspirativa. Quizá ocurrió al finalizar el mandato de Leoni o en medio del tránsito del primer gobierno de Caldera, y valga agregar la movilización de tanques de 1988 que quedó en penumbras.
Imaginamos que los archivos de los órganos de inteligencia del Estado, estarán llenos de papeles que versan sobre indicios ciertos o inciertos, a menos que los electrodomésticos de destrucción hicieran de las suyas. La bóveda digital ofrece mejores promesas, aunque parece inevitable la fuga de los bytes.
El contraste lo ofrecen los regímenes plebiscitarios e iliberales, pues el menor gesto de disidencia puede ocasionar una vasta y envidiable campaña propagandística que los ayude a alcanzar un nivel adecuado de legitimación, aceptación o cohesión. Y es que la necesidad de un enemigo común a todo trance, puede llevarlos a inventar los acontecimientos que puedan conmover al mundo en 24 horas.
Esta vez, habrá que revisar las gavetas del ingenio publicitario. Frecuentemente, las jugadas políticas tienden a repetirse ofreciendo un esquema elemental de la faena conspirativa que la imaginación no logra trepar.
Nada nuevo se asoma bajo el sol, pero Hugo Chávez parece no saberlo. Bien podemos ubicarlo en la Venezuela de 1913, en lugar de Gómez.
Por ejemplo, suponer que Hugo Chávez es elegido Presidente de la República y, en 1910, el parlamento le concede el rango de General en Jefe de todos los ejércitos. Un año antes de cumplir el período señalado por la Constitución, se le ocurre sacar al exilio a varios de los integrantes del Consejo de Gobierno y parar los comicios porque Cipriano Castro va a invadir por las costas falconianas.
Salir de Caracas en campaña, significa dejar a alguien encargado del coroto, preferiblemente un intelectual indefenso como José Gíl Fortuol. Y Chávez regresa triunfante a la ciudad capital, después de librar un magno combate imaginario, que le permite colocar ahora al pusilánime Victorino Márquez Bustillos en el solio presidencia, pero reservándose la suprema jefatura de la institución castrense.
Nada difícil es suponerlo a principios del siglo pasado, cumpliendo un mejor papel que en el XXI. Todo el país siente que la develación de un reciente golpe de Estado es cosa de pésima utilería, porque en materia de ardides hay precedentes insignes.