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Las palabras, según quien las pronuncie

Lo he predicado varias veces por aquí: el problema con las palabras es que no solo denotan, sino que también connotan. Hoy, quiero añadirle otro inconveniente que sufren: dependen, en mucho, de quién las utiliza. Por ejemplo, en días pasados, Nicolasno discurseó ante un grupo de “estudiantes” arreados ante su presencia porque, supuestamente, iba a hacer anuncios importantes. En esa ocasión no se salió de lo que ya es rutina en él: la sobadera del auditorio, diciendo las cosas que este quiere escuchar, no las que son necesarias y posibles. Por eso, prometió que iba a concederles más becas —vaya usted a saber si el baremo medirá la excelencia estudiantil o el color del carné— y dijo una babosada más: que quería que el 80 por ciento de los diputados a elegir próximamente fuesen copartidarios suyos que sean “universitarios de menos de 30 años”. Lo cual no pasa de ser, además de una ridícula entelequia, un perfecto ejemplo de los idola fori de Bacon. Por un lado, según lo que se ve y se siente en la calle, los suyos no llegarán siquiera al 40 por ciento del parlamento. Por el otro, ¡ni de vainas que los camaradas del PUS que ya sobrepasaron la tercera década se van a dejar arrebatar los puestos “salidores” en las listas y circuitos! Luego, se explayó hablando de las bondades de la educación. La pregunta es, si esta es tan buena, ¿Por qué él no buscó culminar el bachillerato? Si es tan conveniente, por qué no aprovecha lo complacientes que son los “profesores” de la Misión Ribas —y que en ella no se va a encontrar con las “tres Marías”, porque no hay instructores para ellas— para hacerse con un diploma de secundaria. Por los diplomas universitarios sí que no debiera preocuparse: ya los áulicos deben estar intentado comprarle —con plata del erario, claro— doctorados en institutos de poco nivel. Igualito a como hacían en los tiempos del difunto fallecido. Por lo menos, la rectora de la Universidad de La Plata, siempre tan urgida de la ídem, ya debe haber convencido a su consejo universitario para conceder uno. Y hasta el diploma lo debe tener listo.

Pero retomemos el tema. Los grandes conceptos, los que sirven de basamento a la cultura occidental, hoy, en boca de algunos “líderes” quedan vaciados de contenido. Y, lo que es peor, los utilizan para mimetizarse. Por ejemplo, cuando el capitán Hallaca pontifica, con su cara muy lavada, acerca de “honradez administrativa”, me comienza un intenso dolor testicular. Algo parecido ocurre cuando escucho a la Luisa Ortega decir que “en el país no existen detenidas personas por delitos de orden político”. O que “no va a haber impunidad”. O cuando esa inmaculada criatura que es Pedro Carreño ensalza a la ética y aconseja que todos actúen apegados a ella. El típico “haz como yo digo, no como yo hago”. La palabra “democracia” en boca de Darío Vivas resulta un sacrilegio.

En el mundo entero, pero con mayor intensidad en esta sufrida tierra, se vive una época de manipulación del lenguaje. Desde el poder se disparan epítetos como “oligarcas”, “fascistas”, “golpistas” y demás linduras contra los que nos negamos a entrar mansamente en el redil de los postrados mentalmente ante el pensamiento único. Hay que ser bien zafio (o descarado) para endilgar a otros lo que son sus características más propias. Por ejemplo, la oligarquía siempre se ha definido como una “forma de gobierno en la cual el poder supremo es ejercido por un reducido grupo de personas que pertenecen a un mismo cenáculo”. ¡El vivo retrato del ilegítimo, su gabinete, sus validos y sus conmilitones! Por definición, quienes están en la oposición no podrán ser oligarcas, sencillamente porque no mandan. Y porque no son pocos, sino muchísimos. Tampoco podemos ser “golpistas” quienes nunca hemos participado en un golpe de Estado o los hemos apoyado. Muy por el contrario de lo que hacen los rojos, que sí se han teñido las manos con sangre de compatriotas, que ensalzan el cuatro de febrero y que hasta un periódico con ese nombre tienen. Según su particular lógica, hay golpes buenos y golpes malos. Buenos, si los dan ellos aquí, o camaradas rojos en otros países; malos, si se los dan a ellos. De la misma manera, para ellos, “terroristas” siempre son los del bando contrario, así no maten ni pongan bombas; pero los de su mismo pensamiento son “luchadores por la libertad”, independientemente de cuántas tropelías cometan y cuánta la sangre derramada. Por ejemplo propongo la manifiesta devoción de ellos por El Chacal. ¡Hipocresía a millón!

En este proceso, que pareciera indetenible, el lenguaje se convierte en una víctima que es inmolada en el altar de los intereses creados. Se emplean nobles palabras para encubrir sus esque­mas poco presentables. Y, en su afán de arrastrar a la nación hacia su tan dudosa cosmovisión, vacían de contenido términos y frases que han sido respetables desde hace mucho tiempo. Por ejemplo “iz­quierda ideológica”. A estas alturas, “izquierda” no pasa de ser una muletilla más; una cantinela que cada quien rellena a su gusto. No hay nada más retrógrado que las actuaciones de la cúpula dizque “socialista” que desgobierna en el país. Gente peligrosísima, reaccionaria, cuyos discursos no pueden estar más apartados de sus acciones y desmanes.

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