Opinión Nacional

Esteroides ideológicos y régimen panfletario

Olvidada una necesaria dimensión del quehacer político, hoy es necesario interpelar al régimen en términos ideológicos (o de un horizonte político-cultural). Por no hacerlo, ha logrado engañarnos: aquélla vez, presentándose como una radical empresa democrática al alcanzar el primer triunfo electoral en forma limpia y transparente, mejorados los mecanismos, orientaciones y dispositivos electorales por 1999; y ésta, convencido de una supuesta legitimidad para imponer un modelo que aún interesadamente tardará en definir, estafando –incluso – a los más ingenuos marxistas que le acompañan, afianzando por un plebiscitarismo semicompetitivo que subordina al órgano electoral a los dictados y señales de Miraflores.

El marxismo continúa anclado en las soledades siguientes al derrumbe del socialismo real, apenas sembrando en los terrenos de la postmodernidad para intentar una cosecha que tardará, agravada la espera por el ejercicio inmediato del poder como ocurre en nuestro país. En el trance, Chomsky o Morín acaso sirvan como esteroides ideológicos donde fallan de nuevo Harnecker o Dieterich, procurando construir – precisamente – una legitimidad discursiva que se les escapa.

Y es que no basta con asimilar, colarse o utilizar de buena o mala fe los movimientos a favor de los derechos humanos, pacifistas, ecologistas u otros afines, para salvaguardar el diagnóstico o el pronóstico de Marx. Aquellos cuentan con una identidad y, agreguemos, generan una sociedad civil internacional que no resultan fáciles de maniatar para sortear la crisis del marxismo contemporáneo.

Al desarrollarse, las tendencias frecuentemente contradicen los supuestos originales para imponer retos diferentes. Permítannos añadirlo como ejemplo, se dijo mucho de la secularización inevitable que hicieron ociosas a las religiones históricas, sistemáticas u organizadas, más sus aportes teológicos, mientras que hoy asistimos a una extensa y profunda sustitución por los mitos, magia, supersticiones o adivinanzas de lo que se ha dado en llamar la Nueva Era.

Así las cosas, aunque en el mundo de las ideas difícilmente puede hablarse de un definitivo agotamiento, las elaboraciones académicas del marxismo ahora no lucen prometedoras, por lo que la improvisación gana mayor espacio frente a los postulados científicos y, además, utópicos que una vez lo distinguieron. Y esto es demasiado evidente cuando tratamos del ejercicio inmediato del poder, con sus urgencias teóricas de legitimación y sus emergencias políticas inaplazables que dicen autorizar que todo lo que se haga es revolución (y revolución marxista), forzando los parámetros.

Ocurre con el marxismo venezolano que, por muchas acrobacias retóricas de la hora, está afectado por un dilema: Lenin o Gramsci, aunque sea socorrido por el guevarismo – mitológico producto de exportación cubano – decisivo en la dirección del proceso venezolano, por todo lo que contribuye al imaginario social que le inspira, propio de la primera parte de la década de los sesenta. Empero, la materia es ajena al grueso de los sectores de la oposición, por lo menos, comparativamente, en los términos que – para la coincidencia y la discrepancia – esgrimieron dirigentes políticos (e intelectuales al mismo tiempo) de ayer, como José Rodríguez Iturbe.

En efecto, hallamos textos como uno referido a Del Noce y el eurocomunismo de 1971, incorporado posteriormente a una edición de 1991, en el que Rodríguez Iturbe reconoce y cuestiona las tendencias gramscianas del MAS, superando o intentado superar el leninismo militante que facturó al dividirse del PCV. Al cuestionar las tesis alegadas fundamentalmente por Teodoro Petkoff, pronosticando la socialdemocratización del partido, ilustró muy bien una situación de fondo que orbitaba con carta de ciudadanía en la opinión pública.

Hoy, el régimen cuenta con la ventaja de la pereza propia y – principalmente – la ajena, dejando la escena enteramente a la cambiante coyuntura, la efímera opinión o el gesto destemplado y pasajero. Diluido criminalmente el debate en las décadas siguientes, contribuyendo a la crisis del socialcristianismo y de la socialdemocracia que relanzó al liberalismo aún tímido y al marxismo descompuesto en el poder, mal haríamos en ensayar nuevas siglas, reinventar rótulos o recrearnos en logotipos que no guardan correspondencia alguna con una convicción, visión o perspectiva ideológica, como si la historia hubiese concluido en esta parte del mundo.

De modo que hay una tradición del debate surgido a principios o mediados del siglo XX, necesaria de recuperar y de actualizar. Mientras no lo hagamos, seguiremos a la merced de un panfletarismo imposible de hinchar más por fuerza de los esteroides mediáticos, incluyendo los de un gobierno que se empeña en monopolizar todas las herramientas de expresión.

Régimen panfletario</I<

Luego, la banalización de la discusión no constituye un episodio más, perfectamente superable, sino que responde a un régimen de una rutina que implica – además – a sus propios adversarios. Y no bastará con responder desde el mero malestar, rabia o indignación que ocasione, pues “una acción no es válida o eficaz más que, sí en principio, ha pasado por el rasero de la verdad que le da su sentido y de la situación histórica que le confiere su jerarquización al mismo tiempo que sus condiciones de realización” [1].

Desde una perspectiva del humanismo cristiano, capaz de aportar al consenso básico y necesario para una futura transición política, sentimos que el panfletarismo en boga despersonaliza a una ciudadanía devenida espectadora de un proceso, cuya denuncia no debe limitarse a sus momentáneos extravíos. A los derechos y garantías menoscabados, se acentúan los deberes y obligaciones para con una revolución no participada, fingida y manipulada en detrimento de la dignidad de la persona humana.

Mounier versaba en torno al optimismo profesado por el marxismo en el hombre colectivo que encubría un pesimismo radical de la persona, presumiendo que “el individuo es incapaz de transformarse a sí mismo, de escapar a sus propias mixtificaciones: en un vano esfuerzo, él se desliza, se escapa, se alinea con un poco de realidad”, por lo que la masa es “considerada como un instrumento de adiestramiento de la persona, y la ideología como un instrumento de conformación para la masa”, la cual “no aporta más que las condiciones de existencia y de medio, necesarias, pero no creadoras” [2].

Asistimos a una inmensa operación propagandística y publicitaria que no da cuenta de todas las intuiciones, propósitos o intenciones de carácter ideológico del régimen, aunque no es necesario hacer un mayor esfuerzo para descubrirlas con el testimonio, el discurso y la acción de lo que puede llamarse “chavezato” (o “chavismo” efectivamente en el ejercicio aventajado del poder). Por ello, al asumir un carácter panfletario, derivado de sus propias ineptitudes conceptuales, displicencias políticas y engaño, está hecho del pasquín que – siguiendo a Rodríguez Iturbe – tiende a despertar odios ancestrales, complejos, ambiciones e intereses y, en definitiva, “lo que animalice al ciudadano al darle como brújula sus instintos primarios (…) utilizado sin mayores esfuerzos por los artífices de la política pasquinera”.

Prosigue el autor: “El panfletario es un mediocre; vivo, quizá, pero mediocre al fin. Su obra es el incendio. Su herencia, las cenizas. Sabe destruir, no construir. El pasquinero se jacta fatuamente en ser experto en las demoliciones. Todos tenemos pasiones. El hombre no es un iceberg. Pero el político panfletario no intenta – al contrario de todo aquel que busca la rectitud del espíritu – que la razón y la voluntad sean jinete y brida en la conducta humana. El político ideológico es un militante de la democracia; el pasquinero es un francotirador de la demagogia. El pasquinero es inclemente; el político ideológico es magnánimo. El panfletario vive del chisme de la intrascendencia nauseabunda. El político ideológico vive proyectando sueños de cambio tocando tierra firme en la realidad en la cual le ha tocado vivir. El libelista tiene como cuadrilátero natural de sus luchas el fangal. Juzga según su condición y piensa que los hombres son cerdos. Por eso la libertad le importa poco; en realidad, para él, es sólo mampara que se esfuerza en destruir con la contumacia de su ruindad. Para el panfletario – que suele ser narcisista y egocéntrico – la libertad, la democracia y la justicia son defendibles en la medida que garanticen su impunidad. El político ideológico requiere aire libre y respeto elemental a la humana condición para que sus combates por la libertad y la democracia no se desvirtúen (…) El pasquinero se regodea en la bajeza” [3].

Huelga comentar sobre las descalificaciones personales de sus oponentes de vieja o reciente data, el lenguaje escatológico y la conducta díscola que ha infundido Hugo Chávez en el poder, imitado rápidamente por sus más cercanos colaboradores como credenciales inequívocas para el ascenso burocrático. Incluso, la obstinada manía auto-referencial que exhibe en sus alocuciones públicas, por lo que cabe aludir a dos de los elementos indispensables del panfletarismo: el engaño y el vacío ideológico.

Por una parte, sobran las intervenciones presidenciales, flagrantemente contradictorias, pero deseamos destacar una en la que – raras veces – lució más moderado Hugo Chávez con motivo del solemne acto de recepción parlamentaria de su mensaje en 2001, no sin quejarse del “grotesco” evento realizado por los políticos emergentes el día anterior al exhibir unas gallinas, cerdos y prendas femeninas. Expresaba, por ejemplo: “Nosotros no estamos planteando la salida de Venezuela del régimen capitalista, no. Bueno, pero vamos a ser capitalistas de verdad y vamos a darle rostro humano a ese capitalismo”; u otro, “no quiero ver las ballenas por Miraflores, allá tenemos otros métodos para atender a la gente (…) hasta hace dos años sacaban tanques de guerra, tanques de guerra, mi compadre ¡señor Nuncio, tanques de guerra y alambradas de esas centina de la guerra” [4].

Por otra parte, tres o más años atrás, lanzó la consigna de un socialismo para el siglo XXI que jamás se molestó en definir, emplazando a la oposición a un debate que no aceptó. El Presidente Chávez tiende a precisarlo de acuerdo a la específica ofensiva que prueba de acuerdo a las circunstancias, mas no conceptualmente, ya que persiste en las ambigüedades que le resultan más generosas: “… Estamos en un comienzo de siglo esplendoroso y prometedor, saliendo de un desastre de décadas, saliendo de un siglo desastroso, pero con un horizonte cada vez más claro” [5].

Socialismo panfletario</I<

Un proyecto socialista que tiene por única definición el ultraestatismo que fundamentó la fallida reforma constitucional de 2007, ahora impuesto sedicentemente a través de los conocidos decretos-leyes, merece una definición convincente y contundente que sea fruto de la libre discusión de sus promotores y adversarios, agravada la necesidad por el lanzamiento hecho desde la propia dirección del Estado. Y, acotemos un dato importante, por la larga y amarga experiencia del socialismo real que le ha precedido, pues ya no se trata del inédito impulso dado por Lenin y Trotsky en la Rusia que no calificaba en la bibliografía marxista, ni de la sorpresiva y rápida conversión de Castro en la Cuba en el otrora sofocante esquema geopolítico.

Se dice de un socialismo diferente que, siempre indefinido, poco a poco va reconociendo los supuestos logros soviéticos, aceptado y celebrado el “mar de la felicidad” en el Caribe. Y, a lo sumo, acoge las ya remotas ideas de una “adulteración” o “deformación” que está presto a “corregir” [6].

Ahora bien, a falta de definiciones, la revolución se alza como un fin en sí mismo y, aspirándola como una épica, prevalecen sus particulares y azarosos episodios enteramente políticos por encima de toda reflexión, argumentación o explicación. Y, por la gracia de su permanente reelección, el Presidente Chávez prácticamente concluye que la revolución se basta a sí misma, como solución definitiva de nuestros males, por lo que tampoco se hace eco de la discusión venezolana del marxismo de mediados de los setenta: por lo menos, de la opinión de un autor que celó su fidelidad a los textos de Marx frente a otros más polémicos [7].

En todo caso, yendo contra el curso previsible de la historia, los socialistas de esta centuria tampoco alcanzan el nivel de las discusiones posteriores que rondaban el momento de la desaparición del socialismo real europeo [8], y mucho menos de su efectiva caída. Omisión voluntaria o no, orientada a profundizar en un panfletarismo que – tarde o temprano – les dará alcance, victimizándolos.

Socialismo de ocupación</I<

Tres elementos integran y definen el actual socialismo de ocupación: la conformación de una clase o casta dirigente, aventajada por los recursos del Estado; la indiferencia generalizada hacia el carácter del modelo impulsado; y la continuidad de un muy particular Estado de Excepción. Poco importa que sintonicen o no con las realidades del presente o del futuro, porque los ocupantes del Estado y sus beneficiarios directos o indirectos, a falta de argumentos, definitivamente esgrimen como única razón la posesión de un armamento destinado a la defensa de Hugo Chávez, por más arbitrario que sea, creyendo que jamás les dará alcance.

De un lado, quienes favorecidos por las circunstancias gozan de las ventajas del poder, habida cuenta de una desleal competencia dirigencial todavía oculta, constituyen una clase o casta “en sí y para sí”, absolutamente columpiada en los recursos petroleros. Y no es por casualidad que el programa (des) conocido de adquisiciones de armas y demás equipos bélicos, se haya elevado en los últimos años en paralelo a una rearticulación jurídica de la corporación castrense y de su doctrina de guerra, sumada la paranoica invocación de un plan macabro que compromete la integridad física de la dirigencia oficialista.

Al esquema defensivo de esa clase o casta, por otro lado, añadimos la omisión, el silencio o la confusión de un marxismo acomodaticio, propio de un populismo todavía utilitario, que contradice los presupuestos esenciales – por lo menos – de la versión clásica. El marxismo pretendido, poco o nada tiene que ver con el desarrollo actual de las fuerzas y relaciones de producción, la lucha de clases y hasta de la misma teoría del valor que, amenazados por la crítica (y la crítica contundente, además), ingresa al campo de lo exquisito innecesario, banal, redundante y presuntuoso: a la ignorancia galopante de sus promotores, aparejamos la de los sectores de la oposición tanto o más atrasados.

Y, finalmente, al sedicioso esquema defensivo y al socialismo utilitario, propio de una sociedad rentista, destaca un Estado de Excepción de hecho, adecuadamente administrado por el régimen. Este, cínicamente, se dice fiel cumplidor de la Constitución y de las leyes, favorecido por la docilidad y acoplamiento de todos los órganos del Poder Público, mientras efectivamente violenta la normativa vigente.

Marxismo de arribo y lenguaje de aventura</I<

Existen semejanzas y diferencias con el nacimiento y desarrollo de la Cuba socialista, pero – destacando un mismo libreto – puede decirse de un núcleo duro y desinhibidamente marxista que cuidó de no declararse o de no actualizarse como tal a comienzos de la nueva centuria, por la completa necesidad de preservarse en el poder. La táctica política que ha mostrado un elocuente éxito, improvisándolo, irradia un marxismo al que otros compañeros de ruta, más incautos, arriban no sin forzarlo: poco importa las condiciones o situaciones que impone la lucha de clases o que el imperialismo estadounidense no nos confronte, pues interesa provocar un conflicto y prefabricar una epopeya resueltamente parecida a la que se representaron otros actores de la subversión que se resistieron al fracaso o la derrota de los años sesenta [9].

Rodríguez Iturbe, aunque no creyó en el lejano 1984 que el aventurerismo político entraría a Miraflores, a propósito de la vida interna de los partidos, bien acuñó y registró los términos que retrataron y – agudizados – hoy retratan la situación: en lugar de preguntarse el “para qué” de las iniciativas, planteamientos y empresas políticas, lo más importante es el “cómo quedo yo ahí”. Cuatro años más tarde, luego de hablar desde el parlamento a la dirigencia política de la necesidad de una urgente corrección del rumbo, duramente retrata la degeneración inaudita del lenguaje de aventura que, precisamente, ahora encubre al socialismo panfletario: “… El tono albañalesco es, en sí mismo, antidemocrático, porque la podredumbre y las costras roñosas de la miseria humana sólo pueden ser entorno común de roedores de subterráneo o de vermes anidadas en la descomposición. Quienes utilizan tales armas se degradan a sí mismos e intentan el envilecimiento del cívico y necesario debate que todo proceso electoral conlleva (…) La degradación de la lucha política suele estar llena de todo lo que no es substancia. Y supone la hipócrita autoinvestidura de aventureros irresponsables con una supuesta misión de ´develadores´ de las miserias ajenas desconocidas ante los ojos del común. La historia indica que cuando tales deplorables fenómenos se producen, acompañados de un estruendo que más que convencer busca aturdir, una falsa moral, inauténtica, cobarde y bambalinesca, se ha convertido en el último refugio de loas pícaros” [10].

Valga la observación porque, tratándose de todo un régimen, sentimos que en los partidos o movimientos políticos hay equivalentes de la descomposición del marxismo: se es o se pretende ser socialcristiano, socialdemócrata, liberal o tecnotrónico, por sintetizar las escuelas, desde la propia ignorancia o descomposición. Y, por lo pronto, sigue su curso el proyecto totalitario.

Conclusiones</I<

• La actual experiencia socialista venezolana es panfletaria, evitándole al régimen (y, en consecuencia, a sus opositores) toda definición y actualización del marxismo que lo legitima o dice legitimarlo.

• La simplicidad del discurso de generalizada aceptación – incluso – por la dirigencia política, fundada en las relaciones e instintos primarios, reemplaza toda argumentación o explicación de fondo.

• Devenido socialismo panfletario, el marxismo de arribo y el lenguaje de aventura ocultan una profunda crisis de reflexión política que permita, autoriza o legitima la improvisación.

• Aferrada a la dirección del Estado, la clase o casta en el poder está decidida al empleo de las armas, de la adulteración del marxismo y de la suspensión de hecho de la Constitución que violenta continuamente.

• Unicamente, cuando se tienen convicciones, intenciones y propósitos de carácter doctrinario e ideológico, como defender la dignidad de la persona humana, es posible prever, reconocer y luchar contra proyectos totalitarios como los que cursan en Venezuela.

Notas

[1] Mounier, Emmanuel (1936) “Obras 1931-1939” , Editorial Laia, Barcelona, 1974: I, 556.

[2] Ibidem: I, 598.

[3] Rodríguez Iturbe, José (1977) “Tribuna política. Materiales sobre la Política, los Partidos y la Patria” , Ediciones Centauro – Nueva Política, Caracas, 1991: I, 60.

[4] Chávez Frías, Hugo (2001) “Discurso pronunciado en ocasión de su mensaje anual ante la Asamblea Nacional del día lunes 15 de enero de 2001” , Talleres Gráficos de la Asamblea Nacional, Caracas: 10, 38, 43.

[5] Ibidem: 7.

[6] Al referirse a la etapa final de la vida de Marx, publicado el primer tomo de “El Capital” que complementa las obras de antaño fundadas en una “grandiosa visión prospectiva de la sociedad comunista que conserva toda su vigencia”, Silva enfatiza e intenta aclarar una paradoja: “… En modo alguno ha sido (como muchos pretenden) negado por las deformaciones de las sociedades de transición hacia el socialismo y sí, en cambio, ha sido profundamente afirmada con el surgimiento progresivo en las naciones industrialmente más desarrolladas, de una serie de precondiciones estructurales necesarias como base de la futura sociedad socialista”. Vid. Silva, Ludovico (1971) “El estilo literario de Marx” , Siglo Veintiuno Editores, México, 1975: 112. Las obras ulteriores del autor – sobre todo en la época de la insurgencia obrera polaca – matiza la observación apuntada que recoge o refleja un criterio emergente de finales de los sesenta, ya contrastante con los más acérrimos defensores de la URSS en Venezuela.

[7] Señalaba Silva: “Sólo un pensamiento falsamente revolucionario puede concebir la absurda idea de que con la Revolución o con el Socialismo terminará las aspiraciones humanas. El hombre seguirá planteándose como necesarias cosas imposibles …”. Vid. Silva, Ludovico (1975) “De lo uno a lo otro. Ensayos filosóficos-literarios”, Ediciones de la Biblioteca (UCV), Caracas: 218.

[8] Previendo la caída e insistiendo en el modelo, un prestigioso autor indicaba: “… Para ser realistas, cualquier socialismo que sea tendrá que tomar en cuenta no solo la competencia sino también reescribir las reglas del juego (competitivo) bajo los cuales éste se lleve a cabo. Las interrelaciones de sexo, clase, nación, étnica, religión, comunidad y todos los grupos de interés económico, político, social, cultural ideológico, familiar o individual tendrían que tener nuevas expresiones sociales (movimientos) participativos, protección institucional y garantías de mutuo respeto a su expresión democrática para la resolución pacífica de sus conflictos de interés (…) Hablando en términos realistas, las perspectivas para cualquier ´socialismo democrático´ o no en el mundo en general son todavía débiles. En realidad, todo indica que las cosas empeorarán y tendrán que empeorar antes que empiecen a mejorar… Vid. Gunder Frank, André (1990) “La revolución de Europa Oriental de 1989” , revista Nueva Sociedad, Caracas, nr.108 de julio-agosto: 73.

[9] Al referirse a Cuba, apegándose a una de las sinfonías de Brahms, García Ponce observó al margen de la “historia oficial” que la revolución “paradójicamente no fue organizada ni liderizada por marxistas”, pues no lo eran a juzgar por los propósitos parciales o coyunturales del “Programa de Moncada”, aunque – por una parte – los más decididos como Ernesto Guevara o Raúl Castro, aceptaron la táctica política de no delatarse como tales, mientras – por otra – Fidel Castro y la mayoría de los compañeros “fueron arribando a la tesis del marxismo”, en medio de las “más feroces batallas de clase” en el continente desde la Independencia. La pauta la daba “el tremendo acoso del enemigo superpotente” y “la revolución se hizo antiimperialista porque los Estados Unidos quisieron limitarla y ahogarla”, siendo de “contragolpe, no diseñada con anterioridad”. De modo que el marxismo no fue la guía de la acción, como aspiró Lenin, y sobrevinieron las etapas de incursión en América Latina y en Africa, la del encargo teórico que hicieron a Régis Debray para sostener la lucha, hasta el trágico fracaso de la zafra de 10 millones de toneladas de azúcar en 1970. Vid. García Ponce, Antonio (1983) “El pensamiento político marxista en América Latina a partir de la revolución cubana” , en: Congreso de la República (1984) “Primer Congreso del Pensamiento Político Latinoamericano”, Ediciones del Bicentenario del Natalicio del Libertador Simón Bolívar, Caracas: tomo II, volumen VII – A, 32 s., 35 s.

[10] Rodríguez Iturbe, José (1988) “Sobre la reforma del sistema político venezolano” , Ediciones Nueva Política, Caracas: 94.

(*) Notas para “Un diálogo sobre el marxismo venezolano” / Centro de Investigaciones y Estudios Latinoamericanos (CIELA) / Caracas, mayo de 2008.

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