La bazuka de Antonini
El agente secreto del Federal Bureau of Investigations (FBI), Guido Alejandro Antonini Wilson, ha logrado una hazaña en los anales de la lucha del imperio contra las revoluciones tropicales. Si la CIA fracasó en más de seiscientas ocasiones, dice la leyenda, para asesinar a Fidel Castro, el “gordo traidor” (según Chávez) ha cumplido a cabalidad con una misión harto peligrosa.
Antonini, siguiendo instrucciones precisas, entró en las filas de la boliburguesía como contratista de confianza de varios entes estatales venezolanos. Entre sus negocios preferidos estaba la venta de implementos para las policías regionales, de allí su relación con el gobernador de Cojedes, Yánez Rangel.
Una vez lograda su incorporación a la crema y nata del empresariado afecto al socialismo del siglo XXI, Antonini dio pasos para introducirse como pasajero en el famoso vuelo fletado por la compañía estatal argentina Enarsa, junto con funcionarios de la petrolera venezolana Pdvsa. A pesar de que Antonini es una persona alta y para entonces obesa (hoy se le ve menos gordo, gracias a la dieta que el FBI le ha prodigado; seguramente lo está preparando para otra misión) logra pasar desapercibido para los guardias de la aduana del aeropuerto de Maiquetía en Venezuela.
Ni los funcionarios aduaneros ni los de Enarsa o Pdvsa sospechaban que era un agente del FBI quien viajó con ellos a Buenos Aires. Era tan simpático el infiltrado en las revoluciones venezolana y argentina que le encargaron una maleta que contenía la pequeña cantidad de un poco menos de 800 mil dólares, algo así como 1.600 millones de de los viejos bolívares.
Al gordo lo habían invitado al vuelo inter-revolucionario para hablar sobre un negocio petrolero. Pero cuando intentó conversarlo con el asesor del gobierno argentino, Claudio Uberti, mano derecha del ministro de Planificación, Julio de Vido, aquél se puso a ver una película de gansters. Extrañamente era “El Padrino”: nuestro agente pensaría que era una señal.
Hay quienes dicen que la osadía del FBI llega hasta el extremo de introducir a su agente con los 800 mil dólares y causar todo el escándalo que se ha visto. Pero es como muy exagerado pensar que todos los funcionarios que viajaban en el vuelo sean tan idiotas.
Lo más raro es que cuando llegan al Aeropuerto de Ezeiza en Buenos Aires, al gordo lo dejan solo para que pase la maleta. Se la decomisan y, a pesar de no haber declarado su contenido, no lo detienen.
El agente del FBI luego es recibido en la Casa Rosada, palacio presidencial regentado por los Kirchner, y después sale para Uruguay, sin ser molestado por nadie.
Al llegar a Miami, Antonini se esconde por unos días y comienza la segunda etapa de la misión encomendada.
Le escribe una carta al caudillo venezolano donde le pide una tontería para quien ha manejado 600 mil millones de petrodólares en estos diez años. La exigencia de Antonini llega a los dos millones de dólares. Con esto, dice el “gordo traidor”, podrá pagar a sus abogados para sacarlo del lío en Miami, porque la justicia gringa ha comenzado a hacer investigaciones y hay amenazas de enjuiciarlo.
La audacia de Antonini es inmensa. Se atreve, siendo agente del FBI, a solicitarle dinero a Chávez por su silencio. El gobierno venezolano habla con Antonini a través de varios intermediarios y de algunos altos funcionarios, como el jefe de la policía política DISIP, quien le asegura que todo se resolverá. Antonini, de manera brillante los graba y logra que sus interlocutores hablen con toda confianza.
Alguno de sus consejeros espontáneos le hablan de la preocupación que tiene por él el rojo-rojito presidente de Pdvsa. Éste considera, que a pesar de haber permitido tal desastre en la operación de traslado de dinero en efectivo proveniente de la empresa que dirige y con el concurso de allegados (alguno de estos expresó que “estaba cansado del trabajo de las maletas”), no debe renunciar.
La verdad es que la intrepidez y la inteligencia del doble agente (de la revolución y del FBI) deben ser reconocidas. Propongo que al lado del monumento que se le erigirá al desaparecido jefe de la guerrilla narcoterrorista de las FARC, Manuel Marulanda, se coloque el busto de Antonini como un conspirador, fiel seguidor de la saga de quienes se alzaron el 4-F de 1992, y como eterno aviso de las fallas que puede tener la revolución en cuanto a inteligencia.
Un agente como Antonini es mucho más peligroso que la bazuka que apareció en algún sitio y que el joven ministro de Interior y Justicia tomó en sus manos, contaminando las huellas digitales presentes, para advertir a Chávez que nuevamente planeaban matarlo con ese artefacto. (¡Qué manía con las bazukas!)