Opinión Nacional

En el Callejón

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Si la política es el arte de enfrentar la adversidad, y vencerla, no hay ninguna posibilidad de resolver el enigma de futuras derrotas encerrándose en callejones sin salida. Sin una puerta de escape, no hay lucha política que valga. Como, por cierto, en la guerra: incluso en la derrota el arte de futuras victorias depende de retiradas ordenadas y honrosas. Se ha visto a demasiados ejércitos triunfantes caer estrepitosamente ante enemigos más débiles por no haber cuidado suficientemente la retaguardia y no haber sabido practicar el arte de la retirada. Sucre, posiblemente el mayor de los guerreros venezolanos de todos los tiempos, aplicó esos principios de manera magistral preparando la victoria final de los ejércitos rebeldes contra los poderosísimos y profesionales ejércitos realistas, fogueados en las guerras napoleónicas. Después de Junín, ya estaban liquidados. Ayacucho vino a ponerle punto final a la guerra.

A esos principios inherentes a la política y a la guerra – el arte de la política por otros medios – se suma la correcta valoración del tiempo: el inevitable efecto del desgaste, la innecesaria prolongación de combates inútiles, el agotamiento de reservas, la consumación de energía en campañas sin destino. Y de todos los inconvenientes, el mayor e insuperable: apostar a una causa perdida, a un logro objetivamente imposible, a un desafío contrario al latido de los tiempos. La historia está colmada de gigantescos esfuerzos en causas imposibles y los cementerios repletos de cadáveres de ejércitos malogrados en guerras absurdas. La realidad se ha impuesto a pesar del gigantesco esfuerzo por torcer su decurso a capricho del desaforado voluntarismo del delirio. Son los tropiezos de la historia, de los cuales los últimos y más costosos en bienes y en vidas han sido el totalitarismo soviético y el nazi-fascismo, paridos en el utopismo del idealismo alemán y el marxismo, con sus secuelas más notables: Lenin y Hitler. En nuestro continente, el tropiezo de medio siglo de castrismo, del que no quedarán más que ruinas y ensoñaciones, canciones y mitomanías. Y un poster desteñido colgado en la pared de algunos imberbes.

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El introito viene a cuento a propósito del agotamiento del tiempo de maduración de esta llamada revolución bolivariana, encerrada en el callejón sin salida de su exaltado absolutismo. Dicho directamente y sin rodeos: al chavismo se le acabó la democracia. Ha llegado al punto de las apuestas al todo o nada, quemando todas sus naves y cortando todos los puentes para una posible retirada hacia la democracia, el panorama dominante de la contemporaneidad y todavía sin recambio posible. Sus probabilidades de éxito son prácticamente nulas: o aplasta a la oposición y somete a la totalidad de la sociedad para ir a dar el vertedero de las causas perdidas, o comenzará a desmoronarse en una caída sin retorno. Ya está al borde del abismo. Se agotaron las medias tintas.

Se acabó el tiempo de los dobles juegos y el equilibrio en el precario límite entre la dictadura y la democracia. Al desconocer la voluntad popular del 2D, que trazó una línea de demarcación definitoria para nuestro futuro, e imponer sus 26 leyes totalitarias, el caudillo quemó sus naves. Si hasta el 31 de julio supo retroceder ante cada embate equivocado, como la ley de policía nacional, el curriculum y otros intentos que contravenían la voluntad del país, desde entonces no ha hecho más que encerrarse porfiadamente en un callejón sin salida. Acorralado por sus propios errores y asediado por las revelaciones que lo muestran profundamente involucrado en delitos de inmensa gravedad ˆ corrupción, terrorismo y narcotráfico – procede dando garrotazos de ciego. La expulsión del embajador de los Estados Unidos y del director de Human Rights Watch, José Miguel Vivanco, anticiparon otros manotazos al vacío: la rocambolesca denuncia de un magnicidio y de un golpe de estado. Ante la evidencia de la falsía de tales acusaciones está ante la disyuntiva de avanzar aún más persiguiendo y encarcelando a gente inocente, dotada de inmensa credibilidad nacional e internacional, como los miembros del movimiento 2 de Diciembre, Democracia y Libertad. O volver a recular en un suspiro de racionalidad. De no hacerlo, se lleva por delante todo su parapeto seudo democrático, ya seriamente cuestionado en el mundo entero. Debe, asimismo, suspender el proceso electoral o montar el fraude más descomunal de nuestra historia. Y terminar por desbarrancarse sin remedio, tirando por la borda un gigantesco capital político.

¿Estamos ante un hecho inevitable, de incalculables consecuencias? ¿O aún hay tiempo de desandar lo mal andado y dar un giro de 180º que le permita al chavismo salir de su callejón sin salida y al país evitarse una catástrofe que podría adquirir dimensiones apocalípticas? Ese es el auténtico dilema del momento.

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Quienes de entre sus asesores, particularmente Heinz Dieterich, tuvieron la lucidez de advertirlo se lo comunicaron en todos los tonos. Romper con Baduel y su trascendental respaldo en el interior de las fuerzas armadas significaba asomarse a un escenario sin destino. Sumado a la disidencia de PODEMOS y a la intervención de la ex primera dama Marisabel de Chávez en la campaña por el NO, la ruptura de Chávez y Baduel presagiaba lo que hoy está en pleno desarrollo: el aislamiento nacional e internacional de Hugo Chávez, la pérdida creciente de su credibilidad y el comienzo de graves desavenencias en el interior del partido de gobierno y sus aliados.

Chávez, en un rapto de infantilismo político, desoyó todas esas sensatas recomendaciones y optó por saltar al vacío. Hasta ahora, toda la responsabilidad por haber evitado un conflicto de desatinadas proporciones recae sobre el liderazgo opositor. Que insiste en mostrar su fortaleza en el único escenario que domina y conoce: el del enfrentamiento electoral. El de su fuerte y sus ventajas comparativas. El de la democracia.

Chávez, en cambio, convertido en amo y señor de una clientela cada vez más minúscula, decidió saltarse a la torera todas las normas y reglas democráticas para montarse sobre el asediado fortín en que masculla sus resentimientos, sus odios y sus rencores. Se le acabó la democracia. Gobierna cada día más aislado del sentimiento popular, rodeado del estólido extremismo de sus mesnadas. Haber terminado en la grosería no extraña: de ella emergió y a ella se debe. Pero haber venido a dar a figuras de tan baja estofa moral y tanta ruindad como Mario Isea, Carlos Escarrá, Mario Silva o Earle Herrera es una prueba más que concluyente de su pérdida de respaldo popular, de su naufragio en el pantano en que chapotea y de su alocada carrera hacia el precipicio.

Dime quienes te sirven y te diré quién eres. Atrás, muy atrás en el tiempo y en el espacio, se quedaron Jorge Olavarría o Ángela Zago, Luis Miquilena o Ignacio Arcaya, Raúl Baduel o Ismael García, María Isabel Rodríguez o el mismísimo José Vicente Rangel, reducido a esperpento hundido en su propio fango. Tener que sostenerse sobre la olla podrida de infundios y falacias, burdos y truculentos montajes y acusaciones dignas de una pésima película de horror, demuestra la miseria y bajeza a que ha descendido. Chávez está más solo que nunca. Sujeto a una causa perdida y sin tener palo del que ahorcarse. No importa cuánto resista y sobre qué ruindades se sostenga: su revolución yace por los suelos. Es este basural de intrigas y calumnias, estupros y violaciones, corruptelas e iniquidades. No vale nada.

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Dada la naturaleza de su apuesta y el totalitarismo en que pretende desembocar, para Chávez y el chavismo un medio triunfo es una gran derrota. Para la oposición, un medio triunfo es una gran victoria. Pues Chávez y su proyecto vienen de regreso. La oposición democrática, en cambio, está recién en el comienzo de su camino. Va de la nada hacia la reconquista del poder. Chávez vuelve del poder total al poder compartido. No siendo demócrata, un poder cuestionado por el avance opositor, que le arrebatará importantes bastiones de gobernaciones y alcaldías, cuestiona la totalidad de su poder. A la oposición le esperan otros triunfos. A Chávez otras derrotas. Ese es el sino de los tiempos por venir.

Lo cual convierte la medición electoral de noviembre en un enfrentamiento estratégico, tanto o más importante que el del 2 diciembre pasado. Chávez defiende sus bastiones sin espacio democrático alguno, al borde de su dictadura y con los mismos gobernadores que ya fracasaran estrepitosamente en el gobierno pasado. O con candidatos aún peores que los que saca del juego. La oposición se presenta unitariamente, con los mejores candidatos de que pudo echar mano, con planes y proyectos de gobierno inéditos y la disposición a realizar gestiones ejemplares.

Tanto es el temor que presiente el régimen, que echa mano de los peores artilugios y los más viciosos expedientes de que un régimen dictatorial y despótico es capaz para ensombrecer, perturbar y si le es posible impedir las elecciones de noviembre. Ha sacado a la calle a sus perros de presa. Ladran, no muerden. Les espera un futuro de perros. Se lo merecen.

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