La socialización del riesgo
El Manifiesto comunista es un texto brillante y casi siempre equivocado. En sus mejores páginas Marx describe así el carácter revolucionario e impacto global del capitalismo: “La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los medios de producción y con ello todas las relaciones sociales. En lugar del antiguo aislamiento y la amargura de las regiones y naciones, se establece un intercambio universal, creando fuerzas productivas más abundantes y grandiosas que todas las generaciones pasadas juntas”.
Marx acertó en su análisis de algunos aspectos del capitalismo, pero erró en cuanto a su probable perdurabilidad. El gran teórico social, motivado por su repudio hacia el fenómeno que tanto estudió, creyó que el capitalismo se acercaba a su fin cuando en verdad apenas empezaba su marcha alrededor del planeta. Entendió la naturaleza globalizadora del capital, pero no se percató que en su época, a mediados del siglo XIX, el modo de producción capitalista era incipiente y tenía un largo camino hacia adelante.
¿Estamos contemplando el ocaso de esa exitosa ruta? La conmoción financiera internacional ha dado origen a prematuros obituarios y sombríos pronósticos, usualmente aquejados por el cortoplacismo y la ausencia de perspectiva histórica. Tal vez estamos presenciando un proceso de “destrucción creadora” del capitalismo mundial. O quizás se trate de la primera crisis del capitalismo realmente globalizado, pues durante los tiempos de Marx sólo se daban los primeros pasos de lo que llegaría a ser la conquista de todo el planeta por la economía de mercado.
El actual huracán financiero surge además de la prosperidad y no del empobrecimiento. Las pasadas tres décadas han contemplado un gigantesco crecimiento de la riqueza y el bienestar a nivel planetario. Se enfatiza con insistencia la pobreza, que ciertamente existe, pero ello no debería ocultarnos, por otra parte, que centenares de millones de seres alrededor del mundo han visto crecer sus niveles de vida. Dificulto que este aumento de la riqueza hubiese podido producirse bajo el socialismo, en cualquiera de sus versiones.
Ahora bien, como habría señalado Friedrich Hayek, el capitalismo es básicamente un “orden espontáneo”, resultado de la acción humana pero no del diseño deliberado de un grupo específico, de un gobierno mundial o un Estado centralizado. Cuando lleguemos a ese orden planificado y plenamente regulado tendremos entonces socialismo, con sus conocidos problemas.
Desafortunadamente, pareciera que las democracias occidentales ya encuentran incómodas las inevitables consecuencias del orden espontáneo capitalista. En particular, la idea de admitir responsabilidad personal por nuestras decisiones y sus efectos se hace intolerable para los distraídos y opulentos electorados democráticos, que exigen de los políticos protección ante los fiascos y fracasos que suscitan nuestra ambición y codicia. ¿Numerosos bancos actuaron con temeridad? Sin duda. ¿Hay algo nuevo en ello? ¿Y qué decir de los millones de individuos y familias que a sabiendas de sus limitaciones, se comprometieron con deudas hipotecarias excesivas y que no estaban en capacidad de pagar?
De acuerdo con la dinámica de las democracias de hoy, corresponde al Estado paternalista venir en auxilio de la gente, tratándoles como niños, para rescatarles cuando su malcriadez arroja la basura al piso y rompe los cristales de la casa. El capitalismo funciona en la medida que los individuos, familias y empresas tomen riesgos y acepten sus consecuencias. Por ello, cuando los gobiernos socializan el riesgo mediante los rescates a la banca y sus usuarios, el capitalismo sale herido. Me temo por tanto que el neo-marxista Hugo Chávez tiene cierta razón, en medio de su perenne confusión ideológica: el mundo avanza hacia una especie de socialismo de utilería, empujado por la demagogia democrática.