Opinión Nacional

“Yo tenía una luz….”

El 23 de Enero de 1958 se derrumbó la dictadura encabezada por el General Marcos Pérez Jiménez. Habían transcurrido 9 años y 2 meses desde que las Fuerzas Armadas derrocaran el gobierno presidido por el novelista Rómulo Gallegos. Fue uno, entre muchos, de los períodos tenebrosos en que el país ha quedado sumido, hasta tanto los hechos criminales de la tiranía impusieron la unidad opositora cuyo desiderátum fue una explosión de libertad proyectada en luminoso haz, la consiguiente huída del sátrapa con maletas repletas de dólares y su posterior enjuiciamiento. Había desconocido su derrota electoral y luego, para perpetuarse en el poder, tomó el atajo plebiscitario.

El dictador encontró abundantes recursos financieros provenientes de la explotación petrolera, por la vía impositiva y por la participación en los beneficios netos de la industria, elevados al 50%, así como con una economía sana y en expansión. Concluyó obras proyectadas e iniciadas por gobiernos anteriores, incluido el trienio octubrista (1945-1948). Sucumbió a la tentación desarrollista en boga, alimentada por sus arquitectos, para construir monstruosidades urbanísticas como la de el 23 de Enero, conjuntos faraónicos como los llamados “Círculos” para uso exclusivo de militares, destruir reliquias históricas para dar paso a la Avenida Urdaneta, o cometer ecocidio con la construcción del Hotel Humboldt y, en complicidad con sus acólitos, llenarse los bolsillos con dinero mal habido; aumentó sistemáticamente los presupuestos para la adquisición de armas y rebajó las asignaciones a la educación. Sació su codicia por el dinero y el poder.

Superado ese que imaginamos el último agónico bache en la ruta democrática y caminando el país entre luces estimulantes de la conducta civilizada, esforzados por superar errores que pudieran comprometer los programas diseñados con la mira fija en el desarrollo integral de la nación emergió, del reino de las tinieblas y aupado por notables políticos repletos de odios añejos, el bellaco rojo-rojito que nos desgobierna y conduce en reversa el destino de los venezolanos, buscando un interruptor para apagarnos las luces.

Como el tirano derrocado, el comandante de las hordas rojas-rojitas se cree la primera línea de los herederos del Libertador, pero como él acumula similar carga de ignorancia, de gula por el poder absoluto y la riqueza; como él recorta el presupuesto de educación para financiar la carrera armamentista; como él es prisionero del odio, de la maldad y del miedo que drena constriñendo, selectivamente, libertades y, como él, tiene pretensiones de perpetuidad y anhelos plebiscitarios.

En 9 años el ingreso nacional por venta de petróleo ha sido de unos 850 mil millones de dólares de cuyos beneficios pueden dar fe Fidel, Evo, los Kishner, Ortega, Correa y toda una cáfila de vividores comunistas, invitados permanentes a la mesa del bellaco. En cambio aquí sólo podemos certificar que, cuando se le apague la luz, dejará un sinnúmero de obras mal hechas o inconclusas, población humilde enterrada en la miseria de barrios que asemejan degredos, el hampa desatada y armada hasta los dientes, gente inducida a la mendicidad, hospitales, escuelas y servicios destartalados, una estela de atropellados y muertos, una deuda colosal y un ingreso petrolero que no cubrirá la nómina.

Y la luz se le apagará, curiosamente un 23, el 23 de Noviembre. No será una brisa como dice la canción, sino un alud de votos. Quedará con los ojos claros y sin vista, moqueando y entre sollozos cantando “yo tenía una luz que a mí me alumbraba”…

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