Opinión Nacional

Los límites del lenguaje son los límites del mundo

(%=Image(6391919,»L»)%)

Wittgenstein argumenta que “los límites del lenguaje son lo límites del mundo”. Si esto es así, “mi lenguaje limita mi mundo”, dice el filósofo y, para algunos aficionados al solipsismo, su conclusión les viene al dedillo: si mi lenguaje limita mi mundo, ergo “el mundo es mi mundo”, no el de los otros. En relación al solipsismo, este es una tesis filosófica según la cual sólo se puede comprobar la existencia de uno mismo. Solipsismo, del latín (ego) solus ipse o «yo mismo y no otra persona”; “solamente yo existo», es la suposición de que la realidad, objetos o fenómenos, son proyecciones sólo de la mente del que los observa. Un ejemplo familiar al lector sería el popular Monólogo de Segismundo en la tragedia La vida es sueño, de Calderón de la Barca, el cual refleja un pensamiento solipsista: “¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción”. Eso creía Segismundo, encerrado en una torre desde que nació. En su trágico aislamiento, el personaje no solo se pregunta si es real el mundo que ve a través de la ventana y si esta vida en realidad no es más que un sueño, sino que piensa con certeza que la realidad es la que él observa desde la estrechez de su calabozo, es lo único que conoce, esa es su panorámica, sin duda limitada.

El problema comienza cuando un individuo tiene una visión de la realidad y quiere que los otros la perciban como él o, peor aún, cuando intenta cambiar la realidad para que esta se adapte a lo que el imagina que es, es decir, “el mundo es su mundo”. Allí entra en conflicto con los otros y consigo mismo. A este argumento, Durkheim (Teoría del Conocimiento) antepone con sobrada lucidez la afirmación de que la sociedad, como un todo compuesto por individualidades, es la única que puede representarse al mundo como en realidad es: “las representaciones colectivas son el producto de una inmensa cooperación que se extiende no solamente en el espacio sino en el tiempo y poseen una intelectualidad muy particular, infinitamente más rica y más compleja que la del individuo”.

En Venezuela, el solipsismo de un individuo está proyectando una visión del mundo que solo él percibe, destruyendo las instituciones que significan el derecho a una visión diferente que tienen cada uno de los otros individuos que conforman la sociedad, arremetiendo a diario contra la construcción de la verdad social, que debe ser producto del conjunto de subjetividades que la conforman. Reeditando la tragedia, encerrado en una torre mediática por sus mentores y asesores extranjeros, limitado a un mundo de dogmas anacrónicos y conjeturas confusas, de eslogans, ficciones e ilusiones sin esperanzas de realización, con un lenguaje de odio y resentimiento pretende imponer los estrechos límites de su visión unilateral al resto de la sociedad. Aquí estamos hablando no sólo de solipsismo, egocentrismo o personalismo, sino de autoritarismo, totalitarismo o fundamentalismo. En cualquier caso, a esa visión unívoca de la realidad la precede un lenguaje reduccionista y es parte de una psicopatía política familiarizada con el fascismo, el nazismo o el fundamentalismo.

Esto nos conduce a pensar que en Venezuela, estamos a las puertas de un totalitarismo pues, según Jean Pierre Faye (Lenguajes totalitarios), «el lenguaje totalitario precede al Estado que lo configura». El lenguaje totalitario es de por sí limitado debido a la exclusión que hace del resto de la sociedad que no piensa como su emisor, a la negación de las otras subjetividades en su aproximación a la realidad política que tiene múltiples caras. Es un lenguaje pervertido debido a la ilegitimidad, indignidad y deshumanización del individuo que trata de imponerlo, pues para lograrlo debe recurrir a la fuerza contra la voluntad de los otros, despreciando la dignidad de los otros. El lenguaje totalitario nos conduce a espacios pre-políticos, pre-sociales, primitivos. Aquí, según Faye, “el poder del lenguaje va más allá de sus límites”.

Yves Ternon, (Guerres et Génocides au XXe siècle), afirma que el genocidio es el acto final del discurso totalitario, de un discurso de discriminación, de agresiones verbales, que prepara el terreno para expropiaciones, hostigamiento, persecuciones, deportaciones y masacres (“Un génocide ne survient que sur un terreau préparé depuis des années”). Resumiendo los conceptos de George Bensoussan (Idéologie du Rejet) y Ternón (L’Etat criminel), quienes han estudiado a fondo el tema, éstos coinciden sobre el uso y el método del lenguaje totalitario: “Para la perpetración del genocidio, el lenguaje se utiliza para deshumanizar a las víctimas. La función de esta perversión de las palabras es amortiguar el efecto de los actos sobre las conciencias y neutralizar el sentimiento de culpabilidad de los ejecutores. La retórica genocida “es un uso consciente e instrumento de una política criminal del Estado. La primera etapa del genocidio es la supresión de la identidad de la víctima, cosa que se consigue a través de los insultos y la deshumanización del enemigo. El discurso político y la propaganda identifican al grupo a eliminar y preparan su destrucción. Las prácticas totalitarias sólo son posibles si antes, el lenguaje, las convierte en cotidianas. Para destruir a un grupo es indispensable desnaturalizarlo previamente, rebajarlo a un nivel inferior al de lo humano: el del animal o el del objeto. Este procedimiento tiene sus reglas semánticas. Los insultos habituales de los lenguajes totalitarios al describir a los enemigos del régimen, en una perspectiva criminal, asocian la futura víctima a un “gusano”, a un “parásito”, a un “tumor”, a un “cáncer”, a “podredumbre”, a “excremento”. “Al transformar a su víctima en eso, el asesino invierte el sentido del crimen, desde lo negativo el acto deviene positivo, se convierte en una medida higiénica, profiláctica. El asesino no se siente asesino, se siente “terapeuta”.

Pensamos que comunicación es palabra, pero también es acto, gesto. Incluso el gesto de amenaza posee una topografía mental plena de significados. De allí que Lacán, se pregunte: “¿Qué es un gesto de amenaza? No es un golpe que se interrumpe. Realmente es algo que se hace para detenerse y quedar en suspenso. Quizás después lo lleve a cabo hasta el final”. Así lo sentimos los venezolanos, el suspenso ante la amenaza de la agresión “detenida”, pero que se producirá en cualquier momento. Según Lacan “las armas también son gestos”. De allí que la constante amenaza de las armas y la espiral armamentista del régimen tienen la misma connotación. Debido a sus significados y significantes de destrucción y terror, forman parte estructural del mismo lenguaje totalitario.

Wittgenstein acierta al decir que“imaginar un lenguaje significa imaginar una forma de vida”. Nos preguntamos entonces ¿cúando utilizaremos un lenguaje que nos conduzca hacia una forma de vida constructiva, que fomente la unión y confianza entre los integrantes de la sociedad, para motivar la sinergia de todas y todos para promover más y mejor ciudadanía, más y mejor democracia, los valores éticos, la fraternidad, la igualdad y la justicia social?. Imaginemos entonces un lenguaje que no considere al otro como enemigo por el simple hecho de tener ideas opuestas o una visión del mundo diferente. Un lenguaje que busque el consenso. Un lenguaje que transmita conceptos e ideas creativas, útiles para una reingeniería del pensamiento, la cual es indispensable para salir de esta crisis local y global en la que estamos insertos. El futuro depende del lenguaje que utilicemos. Eso sería el primer paso para ampliar los límites de nuestro mundo.

Fundado hace 28 años, Analitica.com es el primer medio digital creado en Venezuela. Tu aporte voluntario es fundamental para que continuemos creciendo e informando. ¡Contamos contigo!
Contribuir

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba