Las ciudades y el Estado
Con un discurso escatológico y abusivo, Chávez procura darle a las venideras elecciones regionales y municipales un sesgo falaz. Como si se tratara de elecciones presidenciales que ponen en juego su cargo, acapara el protagonismo y coloca en el rol de grotescas marionetas a sus candidatos a alcaldías y gobernaciones. Con esto sin embargo, tal vez sin entenderlo del todo, pone en evidencia lo que en el fondo está en juego: de su lado una concepción obsoleta de la sociedad, sometida a la tiranía del pensamiento único desde un Estado paquidérmico que tiende a engullirlo todo y perder eficiencia a medida que engorda; del otro el de la oposición tradicional, pero también de la disi-dencia chavista y de los no alineados- una visión múltiple de la sociedad, cons-truida a partir de las especificidades de las regiones y ciudades, de las organi-zaciones ciudadanas y los gremios.
La primera es la visión de los caudillos rurales del siglo XIX, cuya aspira-ción era llegar a la capital de la República para sojuzgar el resto de la nación; la segunda corresponde a la de una sociedad en marcha hacia la modernidad, que desde hace ochenta años vive un intenso proceso de urbanización, todavía inconcluso y plagado de insuficiencias pero sin retorno. Si a la primera calza la imagen simple del verticalismo autoritario, a la segunda corresponde la comple-ja de la búsqueda de los consensos, del diálogo y la negociación, cuyos ámbi-tos por excelencia son las autonomías regionales y municipales. Si se tienen los recursos y se carece de escrúpulos, la primera aparece como la vía fácil pero sólo para mantener el poder, no para asegurar el progreso de la sociedad. La otra tiene por delante un panorama más difícil y enmarañado, pero es la única ruta hacia la elevación de la calidad de vida de la población; en el caso venezolano, sin embargo, debe cuidarse de un enemigo interno: debe aprender a valerse por sí misma, a dejar de depender del rentismo del petro-estado. Los estados nacionales como los conocemos están destinados, si no a la extinción, al decaimiento, mientras el futuro exige ciudades y regiones dinámicas, flexi-bles y fuertes. Esa es la baza que está en juego este noviembre, para lo cual no bastará derrotar electoralmente el autoritarismo centralista: hay que empe-zar a construir cultura y autonomía ciudadanas.