My Name is Freddy Bernal
A una semana y días de su designación como presidente de la “Comisión para la Transformación del Sistema Policial”, Freddy Bernal, no ha dicho una sola palabra, ni para agradecer ni para exigir, y mucho menos para explicarle a los venezolanos cuáles son sus ideas, planes y objetivos en tan alta, necesaria y delicada responsabilidad.
Es cierto que el jueves apareció en una frugal rueda de prensa en un salón del Consejo Legislativo del Estado Anzoátegui para anunciar que se habían creado cinco subcomisiones que emprenderían la ingente misión que le encargó el presidente, Maduro, pero sin aclarar cuántos son sus recursos, quiénes lo acompañan, metodología, y estableciendo unos plazos que, por la medida chiquita, deben pasar del año y medio.
Que recuerde hay subcomisiones para el establecimiento de una nueva normativa del sistema policial, el perfil del policía bolivariano, la estructura organizacional, el poder comunal y la seguridad integral del funcionario, y la gran pregunta es: ¿cree Bernal que la ola de inseguridad que implacablemente destruye a Venezuela se corrige empezando por reformar las policías, y no por analizar la naturaleza de los delitos, determinar quiénes los cometen, y creando las políticas para desarmarlos, detenerlos y juzgarlos?
Empezar por reformar las policías ¿no es como poner la carreta delante de los bueyes, ya que mientras se corrige “uno” de los problemas, el policial, el principal que es el de los “criminales”, sigue en auge y amenazando cualquier otro que se pueda solucionar?
¿Es posible que Freddy Bernal -uno de los policías con mejor formación en Venezuela- ignore este problema, y que inconscientemente este contribuyendo a que el derramamiento de la sangre de miles de venezolanos siga su curso, sin contención, ni corrección?
¿No está Bernal jugando políticamente a favor de quienes aspiran que las policías menoscaben su capacidad de movilización contra el hampa y los “Colectivos”, y terminen, entregándoseles?
Las estadísticas, en efecto, no mienten, y ya para 2014 se calcula que el número de asesinados se acerque a los 30 mil.
En breve: que mucho más del total de fallecidos que dejan las guerras que se empeñan en este momento en todo el planeta (Ucrania, Siria, el Sur de Sudán); que las que se suceden en países particularmente violentos como México, Libia, Irak, Pakistán, Afganistán y Zimbawue; y las que las siete plagas de Egipto que se baten con furor sobre África sembrarán en su extensión por los cinco continentes.
Y que es un drama que empieza y termina (¡escucha, Bernal!) con un único e irreemplazable actor: los doce millones de venezolanos armados de manera ilegal, producto del país cuartelario que inició su marcha con los golpes de estado de febrero y noviembre de 1992 y concluyó por estructurarse en “otra Venezuela”, durante los 15 años en que Chávez vociferó una y otra vez que éramos un país de hombres armados para revolucionar el mundo y enfrentar a quienes llegaran a “desrrevolucionarnos”
Tres quinquenios en que los “hombres armados” comenzaron a organizarse, a integrarse a pandillas, bandas, mafias, a prestar sus servicios a cualquiera otra estructura que los necesitara, siempre y cuando les pagaran en metálico, o con impunidad, protección, cobertura, y a cederles territorios en ciudades o campos como si fueran de su legítima propiedad.
Digamos que de esta combustión, de esta atmósfera de violencia en ascenso que busca desplazarse en un cauce, cristalizar en una fuerza, surgen los “Colectivos”, grupos de civiles armados que, nostálgicos de los tiempos en que las revoluciones se hacían con guerrillas urbanas y/o rurales, insurrecciones populares o explosiones sociales, son como esos barbudos que el chavismo no tuvo y ellos simulan ser.
Pero de este remanente, de esta ablución residual que trata a toda costa de plasmar alguna historia, de acumular hazañas y fábulas aunque sean de papel, surge también el poder de Freddy Bernal, pues sin ser “revolucionario” de tradición ni sentimiento, tampoco es militar, ni adeco, ni copeyano, sino de la profesión más odiada y rechazada del mundo: policía.
Cuenta la leyenda que en 1982 (tiene 20 años, pues había nacido en San Cristóbal en el 62), ingresó a la Escuela de Formación de Oficiales de la Policía Metropolitana de Caracas, graduándose dos años después de Técnico Superior en Tecnología Policial con el cargo de Subinspector, culminando sus estudios con el título de Licenciado en Ciencias Policiales.
De ahí pasa a realizar toda una “carrera policial” en forma, y hay quien dice que desempeñó en Centro América una misión como escolta de la presidente Violeta Chamorro, de Nicaragua; después que fue jefe del primer anillo de seguridad de Antonio Ledezma cuando ocupó el cargo gobernador de Caracas en el 90; y por último, que tuvo una actuación “no clara” durante los sucesos de “El Caracazo” en el 89.
No son, sin embargo, los méritos que llaman la atención del teniente coronel Hugo Chávez y de otros golpistas de febrero y noviembre del 92, sino que para la fecha era el jefe del grupo CETA (Comando Especial Táctico de Apoyo de la PM) pelotón de élite especializado en operaciones especiales y de alto riesgo.
No se tiene claro si Bernal participa en las intentonas (aunque ya había sido dado de baja en la PM) y tampoco se conocen sus pasos iniciales en el MbR-200 y el MVR, pero en las elecciones parlamentarias del 98 es electo diputado, y repite en el 99 para la Constituyente, e inmediatamente es electo alcalde del municipio Libertador de Caracas.
Es un político de poco hablar y menos hacer, pero no porque no haga, sino porque prefiere que sus acciones queden desplegados en el inconsciente “colectivo”, antes que en las campañas publicitarias de vayas, prensa, radio, cine y televisión.
Por ejemplo, pocos saben (o recuerdan) que fue el primer alcalde de un municipio del Área Metropolitana en proponerse y lograr el desalojo de los buhoneros del casco histórico de la ciudad y del boulevard de Sabana Grande, o que fue defensor a ultranza de las navidades caraqueñas en su estilo clásico, o que se sacudió un día al Alcalde Mayor, Juan Barreto, diciéndole que no discutía con tipos que participaban “en ballet rosados· o “abusaban de la cocaína”.
Pero con el “presidente eterno” tampoco fue clemente, como lo demostró ante una boquiabierta Asamblea Nacional que celebraba el primer aniversario del 11 de abril del 2002, recordando que esa tarde, “al llegar a Miraflores, me encontré a un Chávez confuso, aturdido, desconcertado y al arengarlo para que se pusiera al frente del pueblo, me respondió: “No Freddy, voy a renunciar, me voy a Cuba”. El presidente también habló de suicidarse y me enseñó un revólver, pero me sorprendió que lo tenía en la mano derecha, cuando él es zurdo”.
En definitiva que, conmoción estupefacción, escándalo y augurios de que al otro día Chávez barrería el suelo con él, que no le dejaría hueso sano y que había comenzado el fin de la carrera del Técnico en Tecnología Policial y alcalde.
Pero no, sorprendentemente el comandante en jefe no se dio por aludido, ni siquiera hizo un comentario, y se lo siguió calando, creo que en espera de la oportunidad en que, si no iba sacarlo de juego, si iba a demostrarle que su ascenso en la revolución había llegado al máximo de su nivel de incompetencia (Principio de Peter).
Chávez, en efecto, fue decisivo para que perdiera las elecciones primarias en sus aspiraciones en el 2008 para la gobernación de Vargas, tampoco quiso oír hablar de que se le postulara para la gobernación del Táchira, y si bien, no se opuso a que optará de nuevo a la Asamblea Nacional, jamás pensó en él para darle un cargo de ministro, ni cualquiera otra responsabilidad en el Ejecutivo.
En la Asamblea Nacional, entonces, dormía Bernal desde el 2009, sin involucrarse en ninguno de los zafarranchos en que se ha hecho tristemente célebre su colega Cabello, como interesado, tal decía Thiers, “en que lo olvidaran”, sin mucho hablar, sin mucho hacer, ni mucho aspirar.
La pregunta es: ¿pero dormía? Pues parece que no, tal empezó a revelarse en la crisis que surgió entre el Ejército y los “Colectivos”, que arrancó con la intentona de Maduro y su ministro del Interior, Rodríguez Torres, de aplicar la Ley de Desarme Voluntario, siguió con los asesinatos del diputado Robert Serra y de José Odremán (y cuatro de sus compañeros en el colectivo “5 de Marzo”) y culminó con la destitución del ministro del interior y Justicia, Rodríguez Torres.
Confrontación de la cual saltaron al aire muchos datos interesantes: el colectivo de Odremán, el “5 de Marzo”, estaba o está constituido por expolicías metropolitanos, que salieron del cuerpo cuando se creó la Policía Nacional, pero para formar parte de una policía político-civil llamada “Colectivo” y cuyo jefe, tras bastidores, es el famoso Técnico Superior en Tecnología Policial, Freddy Bernal.
En otras palabras, que cuando Maduro nombra a Bernal como presidente de la Comisión de Transformación Policial, no solo está dándole la razón a los “Colectivos” que se negaron a desarmarse ante el requerimiento del Ejército, sino que está iniciando un capítulo inédito en la historia del país, como es que las policías legalmente constituidas se desarmen, para que los únicos cuerpo armados sean los “Colectivos”.
Los “Colectivos” y el Ejército, en consecuencia, inician una carrera por el control del país y del gobierno, en el curso de la cual, no solo podrían verse las transiciones hacia diversos gobiernos, sino el fin de la utopía que pretendió usar a la Fuerza Armada Nacional para la conquista del poder, pero para después ponerla bajo la bota de unos civiles cuyos prontuarios no resistirían la instrucción de los tribunales ordinarios.