Opinión Nacional

El lider no será Chávez

No cabe duda de que la recesión mundial tiende a debilitar –por lo menos en un corto o mediano plazo- la hegemonía de las potencias del Norte sobre los países en desarrollo o emergentes del Sur. Ello brinda a Latinoamérica una posibilidad real de afirmar con creciente vigor su anhelo y derecho de constituir un actor autónomo y soberano en el escenario internacional.

Esto lo han comprendido y traducido en iniciativas efectivas e inmediatas los dirigentes del bloque policlasista que gobierna y conduce a la gran nación emergente que es Brasil.

Desde hace siglos los lusoamericanos, a diferencia de sus primos hispánicos, han tenido la capacidad de reflexionar racionalmente sobre su propia situación y de sobreponer el consenso a los conflictos en la búsqueda de caminos de avance efectivo. Desde la crisis económica de 1930, Brasil impulsa su transfomación de país sujeto a dependencia económica neocolonial a nación comprometida con un desarrollo diversificado y soberano, bajo el nuevo liderazgo social de una alianza entre obreros, campesinos, capas medias y el sector “nacional” de la gran burguesía. Políticamente, ese proceso arrancó de Getulio Vargas y tuvo como relevantes figuras democráticas a Juscelino Kubitschek y, más recientemente, Fernando Henrique Cardoso, cuya obra progresista está siendo continuada en sus grandes líneas por el actual presidente Luiz Inácio “Lula” Da Silva.

Lula tiene el mérito (compartido con su predecesor) de haber logrado convencer al bloque gobernante policlasista de la necesidad de combinar el crecimiento económico con medidas de redistribución y de justicia social. Además tiene el mérito de servir de vocero número uno –enérgico pero no provocador- de las fuerzas afirmadoras de un regionalismo liberador, primero de Suramérica y ahora de América Latina y el Caribe en su conjunto.

La cumbre latinoamericana y del Caribe celebrada en estos días en Costa do Sauipe es importante y con ella se consolida un liderazgo progresista de Brasil en la vía de una emancipación regional reformista y racional. Su previsible éxito seguramente eclipsará la estrella caudillista de Hugo Chávez, con su sueño imposible de ser líder de Latinoamérica, no a la cabeza de un país económicamente pujante y ya diversificado, con un pueblo unido en bloque policlasista, sino desde una nación desquiciada por el autoritarismo populista y la siembra de cizaña entre sus sectores sociales.

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