Opinión Nacional

Un trágico balance

El presidente de la república estará desconcertado ante la milenaria experiencia de los poderosos: el tiempo todo lo corre, la historia es despiadada. Imposible detenerlo, ni con enmiendas constitucionales. Ni el reloj de sol ni nuestros modernos artilugios que miden el transcurso inexorable de la vida con precisión milimétrica son tan expresivos como el reloj de arena: cae el tiempo desde sus metafóricas alturas convertido en minúsculas partículas de arena devorado por Cronos, el dios insaciable que nada perdona.

Diez años han transcurrido. Diez años de ilusiones y promesas, de bravatas y amenazas, de omnipotencia e impunidad. Tuvo el modesto teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías, nacido hace poco más de medio siglo en la modesta vivienda de un polvoriento pueblo de los llanos, el fuego de la historia cual prometeico caudillo decimonónico fuertemente aferrado entre sus manos. Como a todos los triunfadores, la suerte le sonrió. Las masas se postraron a sus pies ante el desconcierto y la tribulación de los antiguos detentores del poder. Jamás venezolano alguno, con la excepción de los excepcionales tiempos de guerra que elevaron a la gloria a Simón Bolívar, tuvo tanto Poder a su arbitrio y disposición como lo tuviera él. Todos los poderes, sin excepción alguna y como nunca antes en nuestra historia, le fueron sumisos, obedientes y sometidos. Ha sido un dictador de facto. Perfectamente travestido por el birrete y la toga de la falsa legalidad. Ha sido presidente del Ejecutivo, jefe máximo del Tribunal Supremo de Justicia, Alto Contralor de la República, Defensor del Pueblo y presidente de la Asamblea Nacional. Ha movido los hilos de todas las instituciones del Estado como un titiritero a sus muñecos. Ha sido tan omnímodo, que nadie, mucho menos él, creyó que abandonaría algún día el sillón de Miraflores, convertido en trono de una insólita monarquía republicana. La reencarnación de Fernando VII.

Dos siglos de historia republicana fueron triturados entre sus dedos. Sus acólitos y seguidores, considerándolo una suerte de mágico Demiurgo, lo consideraron tan genial y poderoso como para cambiar el destino de los pueblos y la historia del universo. Los precios del petróleo, metáfora de la riqueza en tiempos de la globalización, subieron ˆ según todos ellos ˆ no debido a los trastornos y caprichos de ciegos e inevitables procesos económicos, sino gracias a la voluntad prometeica del teniente coronel. Brincó de los siete dólares a que los dejara Rafael Caldera a los 145 dólares que alcanzaran en julio pasado no por causa del empuje del capitalismo chino e hindú, de la emergencia de nuevas y potentes economías industrializadoras o de la desquiciadora voluntad especulativa de los jefes de las finanzas globales, sino por expresa y tenaz voluntad de Hugo Chávez. Si alguno de sus segundones hubiera tenido un mínimo conocimiento de la historia de nuestros pueblos indoamericanos no lo hubiera relacionado con Bolívar sino con Quetzlcoatl, el Prometeo del panteón maya. Puro deslumbramiento.

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Pero la verdad, como decía Hegel y no cesaba de recordarlo su lejano discípulo Bertolt Brecht, es concreta. El toque de mágico encantamiento cesó, la princesa abrió los ojos y el tiempo el implacable terminó por hacer su silencioso trabajo de zapa. ¿Qué dirá el tristemente célebre general Müller Rojas, ese derrengado y decrépito soldado de la república, otrora lameculos del oficialismo lusinchista y hoy anciano corifeo del chavismo más exuberante, ante el brutal derrumbe de los precios del petróleo? ¿Él, el general de todas las derrotas, a cargo de dirigir las mesnadas de la enmienda? ¿Qué comentarán en sus corrillos cuarteleros los golpistas de siempre, Cabello y Chacón, hoy derrotados despojos de lo que un día fueran, ante la impotencia del caudillo mayor, que no puede evitar el deslave de los precios de la niña de sus ojos? ¿Qué dirá el hombrón de PDVSA, alcahuete mayor de ese prostibulario antro del robo y la impudicia, ante la evaporación de sus monumentales ingresos? ¿Qué dirán los consentidos del caudillo, proxenetas de esta vergüenza nacional que asentaron sus reales en Bolivia, en Ecuador, en Argentina, en Nicaragua o en Honduras gracias al financiamiento de sus campañas por la mano rota del presidente de una nación llamada Venezuela? ¿Qué dirán los últimos asomados al festín de Baltazar, como Oscar Arias, ante el retraso con que llegaron a las migajas? ¿Qué pasará por la tenebrosa cabeza de un José Vicente Rangel o de su protegido in partibus, José Miguel Insulza?

Los cubanos, aprovechados mayores e inveterados de todo poderío externo ˆ fueron los últimos mohicanos del imperialismo español, del imperialismo norteamericano, del imperialismo soviético y del imperialismo venezolano ˆ ya se vuelven hacia mejor sombra. Corren a entregarse a los brazos de Lula da Silva y su neo imperialismo brasileño mientras comienzan a lamerle la mano a Barack Obama. Son la perfecta expresión de los nuevos vientos que corren. Porque o brincan o se encaraman. Y en esas cabriolas del oportunismo de la acera de enfrente son los verdaderos genios. Los propios argentinos del Caribe, como los bautizara Ibsen Martínez.

El mundo se sacude en sus cimientos, los ensueños de la globalización despiertan de la estafa con la cefalea de la borrachera y la Venezuela de la farsa y los laureles de plástico, las espadas de cartón y las charreteras de ferretería, la Venezuela bolivariana, irresponsable, ridícula y homicida comprende de pronto y como bajo los efectos de un mazazo que se acabó el carnaval, se evaporaron los miles de miles de de miles de millones de dólares y en los restos de la sobremesa no quedan más que un río de sangre -ciento cincuenta mil homicidios -, las ruinas de una economía devastada, la vergüenza ante una justicia del horror, el asco ante unos diputados genuflexos y el insondable misterio de la mediocridad, la humillación y el detritus del contralor, la defensora del pueblo, la fiscal general y su universal obsecuencia.

¡Qué vergüenza esta década ominosa! ¡Qué envilecimiento éste el del chavismo! ¡Qué porquería el destino de estos diez años tirados al vertedero de la historia! Y pensar que alguna vez fuimos el orgullo de América.

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Si Shakespeare mostró la perversión sobrecogedora del poder de la Inglaterra de su tiempo y si Stalin, Hitler y Mussolini coronaron tanta impiedad con los espantosos desastres de sus totalitarismos, ¿por qué habríamos de asombrarnos de la estulticia, la maldad y el servilismo puestos de manifiestos bajo el reinado de esta monarquía de pacotilla? El balance, tras esta década tirada al basurero, debiera servirnos de profunda reflexión. El resultado no puede ser otro que la lógica admonición: no repitamos nunca jamás esta amarga y dolorosa experiencia. No entreguemos el control de la república a militarotes zafios y brutales, estúpidos y vanidosos. Que los militares vuelvan a sus cuarteles y den cuenta de los desastres que prohijaron. ¿Para qué los ejércitos si el resultado ha sido esta década ominosa?

Esa es la primera experiencia que debemos extraer de este balance: reformular de manera diáfana y rigurosa la relación entre civiles y militares. Han pecado ambos por acción u omisión. Ningún alto mando de esta república está exento de culpa. Haber permitido que se anidara en los cuarteles el virus del golpismo, de la corrupción y la lenidad es un pecado mortal que no tiene excusa. Y que el poder civil haya mirado de soslayo y no haya tenido el coraje y la inteligencia de hacer sentar su autoridad sobre el consorcio uniformado, de manera franca y responsable, es otro de los pecados mortales de nuestra decadente democracia.

La segunda enseñanza es aún más grave y dolorosa: ¿por qué permitió la sociedad civil ese desbarrancamiento de nuestras instituciones? ¿Por qué cobijó, aupó y premió al golpismo, preparándole el camino para el asalto al Poder? ¿Por qué se dejó seducir y avasallar por la fatuidad, la ignorancia y la prepotencia de un soldado mediocre y ambicioso? ¿Por qué se hizo cómplice de tantas iniquidades?

La tercera enseñanza va a cuenta de los partidos políticos, presos de las ambiciones de élites mediocres y descastadas. Convertidos en agencias de empleos y usufructuadores de la fácil y gratuita riqueza petrolera olvidaron las enseñanzas de sus fundadores, descuidaron sus responsabilidades y obligaciones y se dejaron atropellar por arribistas, farsantes y recién llegados. Los políticos no lo hicieron peor. Una diputación y una presidencia del Congreso vendidos al mejor postor, ¿fue eso una tradición parlamentaria?

Quien crea que el desastre que vivimos tiene fácil reparación se equivoca. Responsables somos todos. Sacar a Venezuela del marasmo y volver a construirla con idoneidad, ética y hondo sentido patriótico no será un juego de niños. Si el balance sólo se remitiera a la oscura noche del chavismo, no sería más que un drama. Si comprende la responsabilidad global de todos los sectores nacionales, es una tragedia.

Así duela en las entrañas: este es un balance trágico. Como para no olvidarlo entre la espuma de las navidades y el champán de la noche vieja.

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