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Los altos estudios «revolucionarios»

«Un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción…», dijo Bolívar en el Congreso de Angostura el 15 de febrero de 1819. Sin embargo, en trances de su vida se valió de la ignorancia del pueblo, para imponer su voluntad en momentos difíciles de la guerra de independencia. No otra cosa puede pensarse del «Paso de los Andes», donde mas pudo el sentimiento de lealtad que el riesgoso camino a lo desconocido, alimentado solo por el factor mesiánico que despertó El Libertador desde el inicio de su campaña.

Este introito, para reconocer el estúpido ritualismo que se le hace al «comandante eterno», quien después de diciembre de 2012, cuando vino a Venezuela a designar su sucesor, nos convenció de que era un raro ser, bravío e intolerante, capaz de presagiar su muerte, con el mismo sentimiento insensible del actor de teatro, capaz de llorar y reír al mismo tiempo. Así lo repetimos muchas veces por su insípido escenario, pero muchos no se percataban de lo profundo y arraigado que fue su aureola, al extremo de que hoy sus seguidores, a mas de adorarlo en su tumba inventada cual sarcófago irreverente, quieren atosigárnoslo como un ilustre letrado, propugnándolo como el epónimo de una cátedra tormentosa, promotora de «un ideario o pensamiento único e indisoluble». Así, el gobierno incapaz creó el «Instituto de Altos Estudios del pensamiento de Hugo Chávez», que como se ha dicho, es un estrafalario ente, donde se darán a conocer o mejor dicho, a «difundir entre las generaciones presentes y futuras de Venezuela y el mundo, el contenido esplendoroso y el alcance de los aspectos intelectuales, filosóficos, axiológicos, sociológicos, políticos, económicos, estratégicos, teleológicos y otros, contenidos en el ideario del ‘comandante eterno'». 

Sin dudas, un personaje que con su falsa estirpe de melindroso, honesto, humilde, servicial y austero, que trasmitió a muchos de sus seguidores de mediocre intelecto, turbándolos con la insidia que les insumiera. Pero en realidad, fue un pérfido ejemplo, cuya hechura se transformó en un torrente de fracasos, sinsabores y maledicencias, que no puede llevar otro calificativo que el de ruindad, de donde surge la incertidumbre que avizorábamos hecha realidad y puso en claro el futuro impredecible que nos espera, que requeriría una conducción gubernamental seria y sincera, que comience por reconocer el rotundo error, de haberse dejarse confundir y guiar por un personaje que nunca tuvo fortaleza de criterio real e inteligente, sino que amoldó su ideario a una inocente fluidez de percepciones pueriles cargadas de elementales creencias cuasi religiosas, que lo fueron cargando de egolatría, aprovechada para el encantamiento de los más humildes venezolanos creyentes, quienes llegaron hasta adorarlo y venerarlo cual siervo de Dios. 

Antes dijimos, fue un personaje influido por el más torpe aprendizaje militar de hacer la guerra, haciendo suyo el concepto de que: “en el amor y en la guerra todo está permitido”, de allí las «batallas» que siempre libró contra un enemigo que nunca entendió: la frustración. Un trauma delirante que persiste como «legado», que nos conduce a ofuscadas alucinaciones de las que es imposible salir, ya que cuando éstas se vuelven fantasías, la sensación es de locura; ese mal o pandemonio que altera la conciencia de muchos que nunca se percatan del delirio, por lo que asumen lo inventado como real. Este es el verdadero drama que nos legó el “comandante eterno”, que hoy quieren transformar como efluvio mesiánico en una «cátedra» de un ideario o pensamiento inexistente. Nosotros estamos convencidos de que el “legado del difunto” es solo testarudez e ignorancia.

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