Lucas, 2: 16- 19
Creímos una exageración el viejo y persistente reporte de la división de las familias, como resultado inicial de la revolución cubana. Y, devenido poderoso mito, olvidamos las prácticas universales del totalitarismo que toma por asalto a cada uno de los hogares, independientemente de las razones, ideas o doctrinas que históricamente dijeron legitimarlo.
Nadie, en su sano juicio, pudo exaltar bondad alguna del régimen batistiano y la profunda necesidad de una transformación social en la isla. Sin embargo, injustamente olvidado, un autor como José Barbeito tuvo a bien publicar un conciso y directo ensayo para la editorial Nuevo Orden de Caracas, a principios de los sesenta, en el que revelaba cuán lejos y profundo engranó la maquinaria dictatorial, adulterando las demandas de un pueblo que aspiró a la democracia, la libertad y la justicia.
La conflictividad política en Venezuela contemporánea siempre propendió siempre a la de un carácter agonal, como la rivalidad tan pedagógica que suscita el béisbol profesional. Muy pocos apostaban por el aniquilamiento existencial del adversario, reconocido el derecho a respirar de todos, pero lentamente nos dejamos ganar la batalla, convertida la desconfianza – aún en la intimidad de la casa – en una explicación o versión misma del inevitable destino común.
Toda ocasión festiva, por inocente que fuese, pasaba del comentario diferenciador hasta trepar la aspereza de una confrontación que no reflejaba otra más antigua de carácter hogareño. El instante de cordialidad se esfumaba prontamente, abriendo una fosa entre el integrante oficialista y el opositor de la familia.
Y lo que pudo reportarse como una pugna circunstancial, asoma las fauces de la sospecha. Ya no se trata del sujeto descontento con el gobierno de Chávez Frías, sino de un agente lacayo del imperialismo, en el mejor de los casos un tonto útil, que secretamente desea sabotearlo, gracias a la inmensa y martilleante campaña propagandística que estigmatiza hasta el hartazgo al disidente.
La básica solidaridad familiar encuentra otro pretexto para deshacerse en la Venezuela anómica de los tiempos que corren, pues no luce descabellado hallar al opositor en casa como un monstruo de la indolencia, capaz de aportar a la destrucción de la propia familia que se dice defender. Y esto, porque la llamada revolución se presume en beneficio de todos y, meta al fin y al cabo, constituye una buena coartada política e ideológica para procurar el bienestar amenazado del hogar por quien osa traicionarlo.
Se dirá de una consideración desorbitada, un absurdo, pero hoy alfombramos una realidad que se vivió en los países sometidos al nazifascismo y al denominado socialismo real. Recordamos que, al abrirse los archivos de la Stasi de la Alemania Oriental, se hallaron sobrados testimonios de delación y persecución familiar hasta de muy buena fe: el supremo interés de la revolución que jamás culminaba, incitaba a la denuncia cuando no obedecía a una miserable factura familiar.
Sea propicio el período navideño para orar porque esta situación asomada en Venezuela, se revierta. Creyentes o no, urgimos de aquellos principios y valores que hagan capaz la unidad honrada y convincente de la familia venezolana, capaz de superar toda dificultad, hallando en el llanto y la sonrisa del niño recién nacido, envuelto en pañales y acostado en una pesebrera, de acuerdo a san Lucas, ocasión para la más honda reflexión y conversión.