El tsunami económico
Hablando de economía la de este país, desde luego, la perspectiva no luce alentadora para este año. Todo lo contrario, hay demasiados nubarrones oscuros en el cielo, que mueven a preocupación. La cual sube de punto si se cae en cuenta de que el equipo oficialista que deberá hacer frente a las calamidades que acechan es el conducido por la llave Maduro-Diosdado, con el gurú Giordani dirigiendo desde el dugout. Esto, si Chávez demora más tiempo en regresar y reasumir en vivo y en directo el ejercicio de sus funciones o alguna razón «sobrevenida» lo aparta definitivamente del cargo.
En cualquiera de los dos casos, el problema es que las dificultades económicas exigirían la toma de medidas que, precisamente por necesarias son impopulares (mientras más necesarias, más impopulares, tal es la paradoja), y la camarilla dirigente no ha demostrado poseer los atributos políticos y económicos necesarios para ello. No es que Chávez lo haría mejor; en definitiva fue él quien sembró los vientos que trajeron este temporal, pero al menos posee un liderazgo que le permitió, en su momento, surfear las dificultades de los años malos.
La endeble camarilla dirigente no calza esas botas.
El enfermo Presidente supuestamente habría enviado, a través de Maduro, unas directrices económicas, pero el mensajero para nada fue explícito, de modo que habrá que esperar. En todo caso, la desmesura del gasto fiscal ha generado un hueco en las finanzas públicas que ronda el 18% del Producto Interno Bruto (PIB); un déficit que equivale a casi la quinta parte del total de la economía nacional. Las exigencias financieras del gobierno, dada la brutal diferencia entre ingresos y gastos, han venido siendo cubiertas por una combinación de endeudamiento externo e interno, que en los dos últimos años ha llevado el total de la deuda pública al sideral nivel de más de 200 mil millones de dólares: ¡más de la mitad del PIB! Si eso se hubiera traducido en grandes obras para la nación, sería excusable, pero lo peor de todo es que es dinero malbaratado en gasto corriente, que bien poca cosa ha dejado como obra física, y buena parte del cual ha ido a sueldos y salarios de un aparato estatal hipertrófico, que cual una gigantesca garrapata, chupa la sangre del cuerpo nacional. A esto se une una política cambiaria que ha generado, por un lado, una fenomenal propensión importadora, en claro desmedro del aparato productivo (ya suficientemente aporreado por una política suicidamente antiindustrial), y por el otro, una sobrevaluación que en los últimos días ha colocado el dólar negro cinco veces por encima del oficial.
Mézclese todo esto (déficit, deuda, sobrevaluación, crisis de la producción, importaciones pantagruélicas) y se tiene un cuadro inquietante, que sobrepasa con mucho las capacidades de la camarilla que nos gobierna de facto. Cualquiera creería que estos son tiempos de llamar a todo el mundo. O se avispan o se los come la crisis.