Dulces guerreros boliburgueses
El teniente coronel montó una estrategia que, hasta ahora, le ha permitido salir ileso de la metástasis que corroe su entorno político e, incluso, familiar. La forma descarada, arrogante y criminal como se enriquecieron algunos de sus favorecidos -del PSUV, del Consejo de Ministros y de sus asesores y allegados económicos y políticos- en apariencia no lo ha salpicado. Como sugiere Roberto Giusti en su nota de prensa del domingo 6 de diciembre, hasta es posible que transite ese tremedal y al final salga con los zapatos relucientes, convertido en el adalid del combate a la corrupción y en el justiciero de los pobres y desamparados ahorristas, sorprendidos en su buena fe por una manada de pillos desalmados, millonarios después de esquilmar a los depositantes. No hay duda, el hombre puede voltear la papeleta y convertirse en la Némesis de los corruptos. Pero, ¿es cierta tanta bondad?, ¿qué se esconde detrás de su iracundia y frenesí providencial?
El problema de Ricardo Fernández Barruecos, Pedro Torres Ciliberto, Arné Chacón y los otros filibusteros convertidos en acaudalados a la sombra del generoso gobierno bolivariano, no es que hayan amasado fortunas gigantescas. Eso ya se sabía desde hace algunos años, cuando las denuncias, chismes y runrunes circulaban a la velocidad del rayo por toda la geografía nacional. El problema reside en que esos señores -y sus jefes, los jerarcas más encumbrados del régimen bolivariano-, pretendieron crear un poder con autonomía relativa respecto de la sede del imperio ubicada en Miraflores. Se creyeron la anacrónica tesis de Nicos Poulantzas según la cual el Estado burgués posee una autonomía relativa con relación a la clase capitalista. Esto es lo que enerva e indigna al comandante. Desde su perspectiva, el poder del caudillo es total o no es. Desde su lógica no hay autonomía, por modesta que sea, que valga.
Así como se comporta el comandante vernáculo actuaba y aún actúa Fidel Castro. Así opera el dispositivo implacable del poder fidelista, el cual Norberto Fuentes describe de manera magistral en Dulces guerreros cubanos. La operación contra el general Arnaldo Ochoa y los hermanos La Guardia, que culminó con su fusilamiento, representa el modelo perfecto de las conspiraciones urdidas por Castro. Fidel conocía perfectamente las operaciones ilícitas que Ochoa realizaba en altamar, entre otras el tráfico de drogas. Las había autorizado porque con ellas obtenía cuantiosas divisas para la famélica economía cubana. El poder económico de Ochoa, ligado a su inmenso prestigio como militar exitoso en las incursiones de los cubanos en África, lo convirtió en un ícono dentro de la isla y en una alternativa eventual frente a Fidel Castro, ya con 30 años con el mando absoluto. Ochoa se convirtió en una amenaza para el longevo dictador. Esto fue suficiente para que el jefe supremo tramara una conjura contra el general. Castro lo acusó de traidor a la patria, señalamiento que, como suele ocurrir, nunca fue ni remotamente comprobado. Al contrario, abundaban las evidencias en sentido opuesto. Nada valió. Ochoa pasó de héroe a villano. Su pecado fue haber desafiado, al menos en la imaginación paranoide de Fidel Castro, la inconmensurable autoridad del déspota.
Salvando las distancias que separan un caso del otro, lo que les está ocurriendo a los hasta hace poco tiempo allegados a Hugo Chávez, guarda mucho parecido con lo que todavía suele ocurrir en Cuba (recuerden a Carlos Lage y a Felipe Pérez Roque) y lo que pasaba con frecuencia en los antiguos países comunistas con los dirigentes y personajes públicos caídos en desgracia ante el poder reinante. En Venezuela, desde luego, no se trata de la condena a antiguos próceres de guerra. Aquí carece de toda épica la forma grosera como la boliburguesía y los banqueros bolisocialistas han amasado fortuna. Sin embargo, la añagaza que cuesta mucho tragarse es que el comandante -quien regaña y humilla en público a sus ministros y gobernadores, y sin cuya autorización no se mueve ni siquiera la hoja de un papel, como le gustaba decir a Pinochet- no sabía nada de los negocios turbios en los que estaban metidos algunos de los ministros, colaboradores, allegados y aláteres señalados ampliamente y de forma documentada por la prensa. Las informaciones que circulan desde hace tiempo en los medios de comunicación, no pueden atribuirse a calumnias o rumores malsanos de unos insidiosos de oficio, que buscan afectar a unos bondadosos políticos y empresarios que le han dedicado sus mejores esfuerzos a construir la patria socialista. Muchas de esas informaciones y denuncias ya se conocían y rodaban por los mentideros políticos.
El teniente coronel no actuó con anticipación para evitar la debacle, por incuria. Porque no veían ningún peligro en que se formara una clase alternativa a los empresarios y banqueros tradicionales, aunque fuese por los caminos verdes de la corrupción. El comandante quería forjar su propio grupo económico, uno que lo idolatrase y viese en él al líder imperecedero. Esta era su venganza contra esa burguesía que trató de derrocarlo el 11-A. Lo que probablemente descubrió más tarde, en días recientes, es que esos muchachones tenían sus propios planes para un futuro no muy lejano, y que esos proyectos no eran los mismos que los del aspirante a la presidencia vitalicia. De allí que le surgiera el Fidel Castro que lleva por dentro. Que apareciera ese Ángel Exterminador que, más que combatir la corrupción y defender los más débiles, busca transmitirles un mensaje categórico a los competidores de su entorno: el que me dispute el poder conocerá cuánto arde la quinta paila del Infierno. Ya cayeron los Chacón . ¿Quiénes serán los próximos?