Alí Babá
En todos los cuentos de hadas (y de camino) hay uno o varios seres malvados, tenebrosos, cargados de malas intenciones que procuran dañar al príncipe o a la princesa, siempre hermosos y nobles. La envidia y la avaricia son por lo general las motivaciones de los perversos mientras que el héroe (o la heroína) es ingenuo, angelical, incapaz de que por su mente cruce un mal pensamiento, abnegado y presto al sacrificio.
Según Las Mil y Una Noches, Alí Babá era un humilde leñador que por simple casualidad descubre a un grupo de cuarenta ladrones que escondía en una cueva los tesoros producto de sus fechorías. Los oye cuando pronuncian las palabras mágicas Ábrete Sésamo, santo y seña para que se abran las puertas de la cueva y Ciérrate Sésamo para que las mismas se cierren. Y es así como el pobre leñador logra tener acceso al escondite de tantas riquezas y hacerse con una parte de ellas. Nadie que lea esa historia juzga a Alí Babá como un vivo, pícaro o aprovechador ya que prevalece el viejo adagio “ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón”. En cambio a todo el mundo le parece correcto que su rico y avaricioso hermano Casim pagara con la vida su desmedido amor por el dinero. Tras varios intentos de los cuarenta ladrones por liquidar al descubridor de su secreto, todos encuentran la muerte merecida y por encima de su maldad prevalece la justicia representada por la inocencia de Alí Babá, el héroe inmaculado.
Los cuentos de hadas, de brujas y de príncipes no serían inmortales y atemporales si no fuera porque siempre, en todas las épocas, suceden cosas similares en la vida real. Tomemos como ejemplo lo que ocurre en la Venezuela de estos días: Alí Babá, el pobre e inocente leñador, es en nuestra realidad el niño arañero, es decir aquel que se veía obligado por la extrema pobreza de su familia a vender conservitas de coco y papelón, sin tener un par de zapatos para calzarse. El abracadabra o ábrete sésamo que le cambió la vida fue la presidencia de la república, después que su incursión como golpista lo hizo aparecer ante una sociedad resentida y frustrada, como el vengador de la corrupción, la ineficiencia y las promesas incumplidas de gobernantes y políticos. Ese Alí Babá nuestro al igual que su antecesor de la antigua Persia, descubrió la cueva de los tesoros pero no se los llevó todos. Apenas tomó algunos para vestirse con los mejores trajes y comprarse el más lujoso avión para viajar por todo el mundo alojándose en los más principescos hoteles. Otros los destinó a hacer caridad internacional regalándole millones a distintos países y así ver crecer su fama de good guy.
Mientras el héroe de nuestras casi cuatro mil y una noches endógenas se conformaba con esas menudencias, cuarenta o más ladrones robaban a manos llenas y depositaban esas fortunas en unas cuevas llamadas bancos protegidos por el gobierno. Otros delincuentes obligaban a los ministros y altos funcionarios a colocar los dineros de sus organismos en esas cuevas. El Alí Babá de Sabaneta es tan ingenuo, tan buena gente, tan inocente que jamás imaginó que los yates, aviones privados, caballos de carrera, lujosas mansiones y otras muestras de riqueza súbita exhibidas por los cuarenta y más ladrones, fuesen producto del abuso de poder, del aprovechamiento de la cosa pública y de todos los manejos dolosos que configuran la llamada corrupción administrativa. Ni siquiera se dio cuenta de que sus varios hermanos – avariciosos como el Casim del cuento- pasaron de ser tan pobres como él a dueños de casi todo el estado Barinas que los vio nacer, crecer y desarrollarse.
Pero llega un día en que hasta los más candorosos e inocentes, incluso los ciegos y sordos, se enteran de la podredumbre que los rodea. Igualito a lo que sucede con los maridos engañados que conocen su desgracia cuando el engaño pasa de rumor a clamor. ¿Cómo descubrió las cuevas de los ladrones nuestro buen Alí Babá socialista del siglo XXI? Pues por un mecanismo muy simple llamado encuestas de opinión. De pronto hasta sus más fieles seguidores empezaron a quejarse de la robadera. Y fue así como este cuento venezolano arribó a su final feliz: unos pocos de los cuarenta y más ladrones presos, otros escapados del país y todos políticamente muertos. Brillando como estrella solitaria en el firmamento de la honestidad, de la honradez, de la inocencia jamás perdida, el impoluto Alí Babá Chávez.