Pinocho fue a la guerra…
Entre la parvada infantil que plenaba las aulas de la Escuela Federal Narvarte, en mi Guatire natal, sobresalía uno de verbo abundoso, ligero y mendaz, así como de “valentía” tan sólo comprable con la del Bellaco en Jefe que nos desgobierna, exhibida en cada lance donde su pellejo ha corrido peligro y arrugó.
Cuantas veces era descubierto en alguna de sus trastadas, con el mayor descaro, prometía imposibles. Su temprana sociopatía bloqueaba cualquier propósito de enmienda. Cumplir con los deberes escolares, no perturbar cuando los o las maestras impartían sus conocimientos, no despotricar contra sus congéneres y no agredirlos con palabrotas o lanzándoles piedras cuando era derrotado en una partida de metras y, por sobre todas las cosas, en no mentir.
Vanos resultaron sus esfuerzos, si es que alguno hizo. Era de su naturaleza ser bocón, falto de respeto y de palabra, camorrista y mentiroso compulsivo. El ser mentiroso fue lo que dio pié para que le endilgaran el remoquete de “Pinocho”. Por cierto una gran injusticia, porque la mentira del Pinocho tallado por Gepetto, fue una nimiedad al lado de las elaboradas por el irregular que nos ocupa.
Su condición de camorrista innato le aconsejó organizar una pandilla que lo secundaba con fidelidad perruna y usarla amedrentar a quienes se oponían a sus desafueros. Un día, convencido de que podía hacer cuanto le viniera en gana, sin afrontar consecuencias, insultó y retó para batirse a puñetazos a los grandulones del sexto grado. Altanero, desafiante, se plantó en medio del patio sombreado por robusto tamarindo. Al sitio escogido para el duelo acudió el “catire” Delgado, congestionado el rostro y dejando ver la recia musculatura de un levantador de pesas. Rafael Humberto, que así se llamaba el pendenciero, ensayó una huida por la izquierda pero se le atravesó una perra y cayó de bruces sobre el desventurado animal que, por su cobardía, murió despanzurrado. En el acto uno de los chicos entonó una parodia de la canción infantil Mambrú se fue a la guerra, la cual, desde entonces, se le canta a todo camorrista que termina reculando y que reza: Pinocho fue a la guerra/ montado en una perra/ la perra reventó/ y Pinocho se cagó.
Inimaginable que de mayores topáramos con un gobernante de la calaña de Rafael Humberto. En 10 años no ha cumplido uno sólo de sus deberes, dedicándolos a destruir las instituciones republicanas, a impulsar el odio social y a provocar riñas con los países que no aplauden sus desmanes. De allí el que resulte preocupante que la merma de respaldo popular, reflejado en las encuestas y las protestas callejeras, exacerben la vocación guerreristas del Bellaco en Jefe y salte, como lo hizo el 04-02-1992, del delirio parlanchín a una acción criminal, semejante a la de aquel día nefando y que, como consecuencia de tal insensatez, llegaren a cantarle tan indignante cuchufleta; no por la relevancia universal que la mofa del Bellaco en Jefe pudiera tener, sino porque el inmediatismo de individualidades del mundo político ganadas por el odio histórico y el errado cálculo de factores del poder económico-financiero, con gigantesco despliegue propagandístico mediante, atrapó la voluntad de un electorado que ya venía practicando la economía del voto y nos lo encasquetaron como Presidente de la República. Y eso, por más que sea, no deja de avergonzar el gentilicio.