Fronteras
Vivimos días de una locura bélica que no sabemos si es causa o efecto, o peor, una excusa que difumina la realidad nacional. La semana pasada, en un arrebato incomprensible, miembros del ejército venezolano destruyeron dos pasarelas peatonales que comunicaban comunidades de uno y otro lado de nuestra frontera con Colombia.
Inmediatamente vinieron a nuestra memoria los gratos momentos vividos en San Cristóbal, creo que a mediados de 1991, cuando el Banco de Venezuela, entonces empresa señera del mundo privado venezolano, celebraba su primer siglo de labores.
Dentro del marco de las celebraciones, que fueron mucho más útiles que de jolgorio estéril, asistimos a una estupenda conferencia dictada por esa personalidad de la historia venezolana que atiende al nombre de Ramón J. Velázquez y que ha dedicado su vida a señalar caminos y a construir patria.
El tema de la impresionante disertación era la visión que se tiene de una frontera, como la existente entre Colombia y Venezuela, desde la perspectiva de un caraqueño, de un bogotano de un cucuteño o de un ciudadano que viva en San Antonio del Táchira.
En la fascinante disertación que nos proporcionó nuestro querido compatriota que conoce el tema del que hablaba con absoluto dominio y pasión, comenzó por fotografiarnos las dos interpretaciones que se obtienen al consultar a los personajes capitalinos de uno y otro país y lo que por frontera entienden quienes viven en poblaciones fronterizas.
Las fronteras son líneas imaginarias que en algunas ocasiones se han definido a través de la existencia de accidentes geográficos. Para los capitalinos son líneas indelebles trazadas en planos y mapas y para algunas situaciones políticas se han transformado en oprobiosas barreras que separan a pueblos que están identificados e integrados. Entonces aparecen los vergonzosos y vergonzantes muros.
Para los habitantes de las poblaciones fronterizas son apenas calles que tienen alcabalas que fastidian su vida. Los pobladores de uno y otro lado de los puentes que existen en las fronteras tienen familiares de uno y otro lado de ellas, desempeñan todas las manifestaciones de su vida en el uno y el otro lugar. Para ellos, la frontera es un estorbo.
Si pensamos en el oprobioso, censurable y absurdo acto de los guardias nacionales venezolanos, encontramos que se trata de una barbaridad, de un despropósito, de una acción demencial.
Llamar ilegales a unos puentes construidos por las comunidades es desconocer que todos los puentes de la historia lo construyen los hombres, nunca los gobiernos ni sus beneficiarios, los políticos. El puente es la mejor representación del deseo del hombre de integrarse, de comunicarse, de explorar el como del vivir de sus vecinos, es el compendio de la comunicación. Hoy, el hombre, no los políticos, tiende puentes maravillosos. Al comienzo de la historia las comunidades tendían puentes para salvar accidentes geográficos como los ríos, hoy acometes obras señeras que parecen pertenecer al mundo de la fantasía.
Quien no sabe tender puentes de entendimiento entre los ciudadanos de un país no puede tener claro el concepto que se encuentra detrás de la palabra puente.
Gracias al Dr. Velázquez por aquellas enseñanzas y que Dios nos lo guarde por muchos años.