Opinión Nacional

Hay futuro

Hay futuro, si no nos dejamos atrapar por el pasado. Los movimientos pendulares de acciones y reacciones llevarían a responder a los actuales desmanes de “izquierda” con una insensata y revanchista reacción de “derecha”. Sólo desde una esperanza y voluntad de futuro en la que cabemos todos como constructores y beneficiarios, podremos superar la actual estéril crispación y derrotar el círculo vicioso.

Tenemos ejemplos cercanos de rupturas liberadoras: Nelson Mandela, tras una larga cárcel, no devolvió exclusión por exclusión y liberó a Sudáfrica del criminal appartheid racista. El joven Felipe González, el viejo comunista Santiago Carrillo y el falangista franquista Adolfo Suárez son símbolos de una España que, a la muerte de Franco, rompió con la guerra civil y con varios siglos de incivilidad de dos Españas a muerte; la Iglesia hizo un aporte extraordinario al superar su nefasta inercia secular en política. En Chile, años después del golpe contra Allende (con sus crímenes, prisiones y exilios), prevaleció la sensatez y los allendistas y sus opositores democristianos desterraron agravios y acordaron el futuro de su país. Los allendistas, con una izquierda renacida y liberada de su propio pasado, apoyaron el triunfo presidencial del democristiano Patricio Aylwin, opositor conspicuo del gobierno de Allende, y los democristianos llevaron al socialista Lagos a una exitosa presidencia. En 1957 en Nueva Cork, Jóvito Villalba se negó a desayunar con Rómulo Betancourt porque éste lo había llamado cobarde en 1952, pero al final desayunaron y acordaron sumar fuerzas por la caída del dictador y la construcción democrática.

Estos cambios históricos son guiados por líderes que se liberan de su pequeñez y la de su bando para multiplicar fuerzas y jugársela completo por la esperanza de un país reconciliado. Hay otros casos lamentables en que, por falta de grandeza de espíritu, se perdió la oportunidad y continuó el sufrimiento nacional.

Sabemos lo que hoy Venezuela anhela. Sus posibilidades de éxito dependen de una conducción lúcida, no atrincherada entre chavistas y opositores. Este gobierno se agotó por combinar en el mal manejo del abundante ingreso petrolero los perversos modos clientelistas de la política anterior, sumado al autoritarismo militar y los residuos de un marxismo anticuado y mal digerido; sus inventos son ya como medicinas vencidas que agravan la enfermedad. La legítima e irrenunciable esperanza de los pobres hoy flota en el aire, pues no encuentra dónde reposar, mientras que la esperanza de los acomodados se extravía en el disfrute cotidiano.

La Constitución bolivariana tiene fallas notables, pero en el capítulo de derechos humanos y de aspiraciones nos brinda un magnífico horizonte que exige un esfuerzo nacional creador, con más hechos que palabras. Necesitamos políticos maduros (no depende de la edad) para encarnar en propuestas sólidas esas metas constitucionales y la esperanza frustrada de las mayorías. No son tiempos para líderes raquíticos, ni para políticos de pequeñas capillas sectarias, sino para gente capaz de pensar en Venezuela más que en sus partidos o en su ridícula figuración personal.

La gente añora una ola refrescante de renovación espiritual, multicolor y ecuménica, que remueva lo mejor de nuestras raíces cristianas. La Mesa de la Unidad es una excelente idea, también las “redes unitarias” y otros movimientos, pero sólo en la medida en que sean de verdad unitarios y no disfraces para formas nuevas de división y de mezquindad.

No hay futuro exitoso sin superación de la pobreza y ésta no es posible sin que los pobres se transformen por dentro, se pongan de pie y activen sus capacidades creativas. Pero los pobres no se bastan, sino que necesitan políticas públicas con oportunidades efectivas y apoyos y alianzas del resto de la sociedad. Los consejos comunales serían un reto formidable si se liberaran de los amarres partidistas y sectarios y si no cultivaran el reparticionismo antiproductivo y el clientelismo corruptor.

Al encuentro de esta necesidad saldrá en 2010 la política unitaria de los demócratas de diverso signo y provenientes de los cuatro puntos cardinales de la política, siempre que sean portadores de algo mayor que ellos mismos.

Hay futuro, pero si hacemos la tarea.

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