Historia y azar
Las encuestas recientemente publicadas en Venezuela ponen de manifiesto lo siguiente: 1) Aumenta el rechazo a la gestión del régimen revolucionario, es decir, a su desempeño con relación a asuntos que inciden sobre la existencia cotidiana de la población, como el costo de la vida, la inseguridad personal y el funcionamiento de servicios básicos de salud, suministro de agua y energía eléctrica. 2) A pesar del esfuerzo de adoctrinamiento marxista por parte del régimen, la vocación consumista de los venezolanos sigue incólume, así como el apego de la gente a la propiedad privada y su repudio al modelo cubano. 3) Por abrumadora mayoría los venezolanos cuestionan la política agresiva del régimen hacia Colombia y Estados Unidos, y rechazan las amenazas de guerra y la alianza de Chávez con las FARC y el ELN.
Ante estos hechos, y como corresponde a una mentalidad revolucionaria que vive inmersa en la ficción y se nutre de un universo paralelo, Hugo Chávez ha reaccionado mediante el desconocimiento de lo que indican los sondeos y con la huída hacia delante.
Por un lado, frente a los datos que señalan que Venezuela ha entrado en recesión, el caudillo exige que se cambien los patrones con los que el mundo entero mide la marcha de la economía y se inventen otros, ajustados a sus deseos. Chávez quiere criterios que garanticen que la ficción es más real la realidad misma.
Por otra parte, confrontado con la evidencia de los crímenes y atropellos que desgarran a una sociedad llena de miedo, Chávez afirma que ello es producto del capitalismo y que cuando alcancemos al destino socialista el problema desaparecerá. En lugar de combatir el flagelo el Presidente de la República lo acepta como inevitable y quizás necesario, hasta que la utopía se encarne en la tierra.
Por último, en vez de moderar su política exterior, guiada por la ideología e inspirada por la violencia, Chávez eleva el tono de su retórica y multiplica sus temerarias incursiones internacionales.
El caudillo y su régimen van a persistir en el empeño por imponer un modelo político y económico que nuestra hedonista sociedad no desea. El líder de la revolución no permitirá pasivamente que el deterioro gradual pero cierto de su popularidad, y el fracaso de su gobierno en el terreno clave de la eficacia para resolver los problemas que aquejan a la gente, le lleven a un decisivo debilitamiento y al fin de los sueños. De allí que día tras día se acelera el descenso al abismo de la destrucción de Venezuela, de sus bases económicas, su tejido social, su marco institucional, y de los frágiles lazos sicológicos que unen a una colectividad compleja y precaria como la nuestra. La mentalidad revolucionaria, enfrentada a una realidad desoladora e ingrata, reacciona mediante la intensificación de sus instintos destructivos.
¿Y qué podría resultar más ingrato a un personaje sumido en sus delirios como Chávez, situado en el epicentro de un proceso carente de fervor, de sentido épico, de heroísmo vital, que el hecho inocultable de que el pueblo venezolano sigue aferrado al consumismo y no mira más allá del populismo de siempre?
El rumbo histórico de Venezuela en estos tiempos sombríos parece dirigirse a otro momento de inflexión. La conjugación de problemas, la invasión implacable de la realidad y la acumulación de desventuras, empujan al régimen y su conductor hacia un mayor radicalismo. En tales circunstancias el azar y la sorpresa ocupan el lugar de la continuidad histórica. Factores contingentes e inesperados marcarán la pauta de los eventos que se avecinan.