Consenso, Encuestas, Primarias
“Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles.” Bertolt Brecht
Tras una vida entregada a la reflexión sobre el quehacer político he llegado a elaborar una suerte de minima moralia de la praxis, suerte de manual de la acción en tiempos de desesperanza. Habida cuenta del fracaso de todas las empresas mesiánicas en que me he visto envuelto y la culminación de una vida rescatada de las ruinas de mis naufragios a la deriva de este proceso turbio, oscuro y maligno.
El primero de mis axiomas, suerte de principio de principios, es que no hay que hacerse la más mínima ilusión: la política es la lucha denodada contra la adversidad. Pues no he sentido la necesidad de asumir la adarga y empuñar la espada sino en tiempos de excepción, cuando la maldad parece enseñorearse del campo de batalla. Que en tiempos normales prefiero la dedicación exclusiva al estudio, al amor, a la familia, a la amistad.
Al segundo axioma lo llamaría el axioma de la razón: rehuir todo absolutismo como de la peste. La realidad nunca es descifrable bajo categoría totalitarias: negro o blanco, Dios o el diablo. Al tercero lo llamo el axioma de la sobrevivencia: no tomes jamás por un atajo carente de salidas. Es el camino seguro a la derrota.
Brecht redujo a un escueto poema el cuarto y último de mis axiomas, toda una ética del combate: Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles.
Aplicando esta minima moralia política a la situación venezolana diría, en primer lugar, que nos encontramos sometidos a la grave adversidad de enfrentar un régimen maligno, inescrupuloso, cruel y despiadado. Frente al cual sería una grave imprudencia dejar de lado toda sabiduría apostando a una sola carta. Por ejemplo: el consenso o las primarias. Ambos métodos me parecen muy buenos, incluso excelentes.. Siempre y cuando sometidos al examen de las situaciones concretas. Un modesto análisis de la situación demuestra que las primarias son una solución óptima en lugares en donde se requiere con extrema urgencia de la agitación de base, dada la supremacía del enemigo. Hay estados en cantidad suficiente como para optar por las primarias y arrancar con ellas ahora mismo: serán el perfecto acicate para iniciar la lucha con los mejores desde ahora mismo.
Pero hay otros estados en donde contamos con una holgada mayoría: allí recomendaría el consenso de partidos y organizaciones de la sociedad civil, atendiendo con especial hincapié en estudiantes, luchadores sociales, dirigentes sindicales, empresarios, académicos, educadores. Hombres y mujeres. Pero de los reconocidamente imprescindibles. Que no se crea: no irán a la asamblea a dar clases de jurisprudencia ni a cambiar el mundo. Irán a expulsar a los fariseos del templo, látigo en mano. Y si conviene a la democracia, más mujeres que hombres, que suelen ser mejores, más obstinadas y más implacables luchadoras.
Existen, finalmente, otras situaciones concretas en que dos o tres figuras dominan el panorama del liderazgo local y en donde nada mejor que una rápida y sencilla encuesta para dirimir la reñida preferencia de los votantes. ¿Por qué no recurrir a ellas? Sin embargo, y siendo prudentes, de observar los casos concretos se llega a una conclusión aún más sorprendente: cualquiera de los métodos es el bueno. Ninguno lo es en exclusividad absoluta. El problema no es el método: es la voluntad unitaria.
De allí mi desconfianza ante las fórmulas totalitarias. No creo que las primarias sean la panacea universal, porque pueden desatar riñas y rencores homéricos además de ser costosas y eventualmente falaces (¿cómo impedir que se impongan las maquinarias partidistas allí donde pueden mover a gusto a su abrumadora militancia?). Tampoco considero legítimo que los partidos impongan los candidatos de sus preferencias, casi siempre funcionarios mediocres y minusválidos. Y he desconfiado de las encuestas desde que las he visto convertidas en el perfecto andamiaje para imponer trampas, maquillar espurias mayorías y legitimar iniquidades. Muchos de los empresarios que viven de ellas son pistoleros al servicio del mejor postor, que suele ser, como es obvio, el régimen. Que es quien las paga.
De allí mi consejo de naufragios: primero, la unidad y la confianza mutua, por difícil que resulte. Segundo, la humildad, particularmente inalcanzable en quienes se creen los elegidos por los dioses. La prioridad es la patria, no las ambiciones personales, por legítimas que parezcan. Tercero, un estudio desapasionado de la situación concreta y decidir entonces por consenso, primarias o encuestas según el caso. Hay tiempo. No nos apresuremos.. Pero no hilemos babas. El enemigo acecha por nosotros. Recomendándonos incluso que apostemos a una de los métodos, la tentación del diablo. ¿O creen que Chávez y José Vicente Rangel dan consejos de gratis?