La unidad no es un fetiche
A lo largo de la historia, consolidar unidad de criterios políticos ha costado mucha “sangre, sudor y lágrimas”. Porque la unidad es un estadio superior de conciencia, al cual se accede luego de meditaciones profundas, clarificadoras de la razón de ser de una lucha emprendida. No es producto de adivinación, de abominable cálculo ventajista y mucho menos de un fetiche al cual se clavan alfileres, según el protocolo ritual de los babalawos, para que nos conceda la gracia de verlo parir listas unitarias de candidatos a todo lo elegible y el electorado caiga rendido ante la “unidad perfecta”. De allí el insoslayable compromiso de lograr el cómo que ocasione menores traumatismos, porque siempre los habrá. Se trata de restablecer la democracia representativa y liberal. Por tanto se impone la aglomeración de voluntades en torno al como y para qué.
Tenemos resuelto el por qué y nos afanamos en la búsqueda del cómo. Nos congregamos para enfrentar una dictadura constitucional y, quede claro, el concepto define a un régimen producto voto ciudadano que, violando su origen, ha puesto en vigencia leyes punitivas que penden como filosas cuchillas sobre el cuello de la libertad de expresión del pensamiento, de la pública manifestación del desacuerdo; que mantiene cerco económico a gobernaciones y alcaldías que no le son afectas; que persigue y encarcela con la mayor saña a políticos, estudiantes y sindicalistas; que, por si fuera poco, empuja al país por el desbarrancadero del odio social, generador de violencia criminal que campea impune y a la debacle económica; sin sumar el caso de los efectivos de la Policía Municipal que, por evitar una masacre de mayor dimensión, fueron condenados a la infamia de 30 años de prisión, equiparables con las penas de muerte aplicadas en la Cuba de los Castro.
En razón de civiles y civilistas nuestras armas son el debate y el voto. Competir en elecciones. Para ello es menester presentar candidatos representativos de la unidad y podríamos estar en desacuerdo con alguno o con todos los candidatos a concejalías o diputaciones, pero se trata de la defensa del todo y votaremos por ellos. Porque enfrentamos a un enemigo, que no un adversario y “el enemigo de mi enemigo es mi amigo” reza una vieja enseñanza.
Sin embargo, para nada el adversario-enemigo origina angustias. Son las gentes que militan en la democracia, fundamentalistas de una de las opciones, los causantes de nuestros desvelos. ¿Por qué encallejonar y simplificar la búsqueda de la unidad al único método de las primarias? Porque ¿es el que nos gusta? Si tan válidas son las primarias, como las encuestas o el consenso. Pero… ¿Cuál fórmula satisfará a los polidanzarines? ¿En qué lenguaje explicarles que cualquier fórmula es buena, según sean las condiciones imperantes en una localidad dada? ¿Cómo hacerles entender que unidad no es unanimidad? Que la unanimidad es propia del autoritarismo. Que por esa razón Bolívar, queriendo construirla, destruyó la Gran Colombia.