Guerra preventiva
Uno de los asuntos más difíciles a lo largo de la historia de la humanidad ha sido prevenir la guerra. Normalmente, las guerras no cogen de sorpresa a nadie. Se ven venir, se ve como se acercan y se siente su inicio como una explosión de temor, angustia, dolor, rabia e incertidumbre. La más justificada de las confrontaciones militares, deja tan mal sabor como la menos aceptable. No hay guerra buena y ninguna victoria es mejor que no haber peleado. Prevenirlas es poco menos que imposible.
Sin embargo, la humanidad ha derrochado imaginación y buena voluntad en intentar prevenir las guerras. El desgaste de los mediadores, los pacifistas y de quienes vislumbran la tragedia por venir, es espantoso. Sólo comparable en intensidad a la exultante actitud de quienes la promueven. Eso debe llevarnos a una reflexión: las guerras no surgen espontáneamente, son el producto de sesudas sesiones de planeación estratégica y de calibraciones de resultados y aunque estas apreciaciones estén equivocadas, son valoradas y apreciadas como suficientes y buenas por quienes buscan la guerra.
Los intereses detrás de cada guerra son muy variados y no siempre diáfanos. Hubo épocas en las que la falta de guerras hacía tan aburrida la vida, que los guerreros se inventaban motivos para guerrear.
La guerra siempre formó parte de la historia de la humanidad. Pareciera que son consustanciales y que no se puede pensar en la una sin tener la otra.
La era actual ha traído, como una de sus consecuencias, mayor temor a las guerras. Ya no son peleas cuerpo a cuerpo, ahora una guerra puede ser dirigida desde miles de kilómetros de distancia, vista por video cada segundo de su evolución y la destrucción de los objetivos puede ser precisa y masiva. Los soldados no necesariamente se van a ver las caras, ni jugarán más al fútbol unos con otros en momentos de tregua. Las poblaciones no sentirán paz y tranquilidad y la amenaza de destrucción y muerte será ubicua.
Pensar siquiera en una guerra con Colombia es una aberración. Amenazar a ese u otro vecino es inicuo. Sentirse amenazado por los EE.UU., es una tontería. Nuestros peores y más acérrimos enemigos no están por fuera, están dentro. Somos nosotros mismos. Seguir aceptando sin chistar y sin esperanza las barbaridades que este gobierno ha cometido en contra de los ciudadanos y su crecimiento, desarrollo y porvenir, es una situación triste y ruinosa. Dejarnos arrastrar por el pensamiento paranoico, vanidoso y megalomaníaco hacia la confrontación bélica en lugar de estrechar y reforzar lazos y alianzas con nuestros vecinos, es una estupidez inconmensurable.
El rezago en mantenimiento, renovación y nuevos desarrollos en todos los aspectos que atañen al estado venezolano es catastrófico, pero la irresponsabilidad de establecer una carrera armamentista, militarista, miliciana, en detrimento de la protección, cuido y atención de la salud y sobrevivencia del ciudadano, es criminal.
El futuro de Venezuela, como el de cualquier país, no puede ser otro que el de la paz, el contento, la salud, el respeto entre los ciudadanos y la confianza en que sus dirigentes harán del gobierno un verdadero servicio de gestión económica y social, acorde con las necesidades actuales y futuras de la sociedad. Sólo un gobierno respetado y querido puede hacer un estado digno, desarrollado y equitativo.
La llamada guerra preventiva, según el diccionario de la Real Academia Española, es “la que emprende una nación contra otra presuponiendo que esta se prepara a atacarla”. Según mi sentido común y mi diccionario íntimo, la guerra preventiva en este país y en las circunstancias actuales del acontecer político, económico y social, es la más grande y basta pendejada que pudo habérsele ocurrido a político alguno, pero es además la más descarada y artera propuesta de destrucción y desvanecimiento del gentilicio venezolano, que se le pudo ocurrir a alguien. Ni a Simón Bolívar, a pesar de su desdichada relación con Santander y algunos otros oligarcas colombianos, como les dicen hoy, se le hubiera ocurrido una aberración semejante. Muy por el contrario, su idea de una Gran Colombia, unida, fuerte, solidaria y con objetivos similares, debería ser nuestro motor y meta, simultáneamente.
Tristemente para nuestros actuales gobernantes, la guerra es una opción definitiva, no importa cómo, cuando, ni contra quién, lo que importa es la guerra en sí misma. Si no es contra los de afuera, pues será contra los de adentro.
Afortunadamente todavía falta para que esas premisas de guerra preventiva se den. El proceso de armar a Bolivia y Ecuador está en marcha. La tenaza militar se está formando, Perú y Colombia están en la mira. Panamá es un futuro polvorín político, como Honduras en estos días. Brasil es un hermano grande que mirará a los pequeños darse puños, al igual que los EE.UU.
Hay varios polvorines, pero espero, por nuestro bien y el de nuestros hijos y nietos, que la sensatez prevalezca en algún momento y cambiemos rápidamente de ser futuros agresores bélicos a perennes buscadores de la paz y la armonía, como corresponde a este pueblo alegre, acogedor, pimientoso y musical.