Cuatro palabras
Esto de ver a Diosdado Cabello poniendo ojos de venadito y diciendo, casi trémulo, que se siente amenazado, resulta francamente impactante. Porque, además, no se está refiriendo a lo que sucede en la calle, a la inseguridad cotidiana; no alude a lo ocurrido esta semana entre la policía y los colectivos armados; no está hablando de la violencia incomprensible que parece gobernar al país. No. Diosdado Cabello se siente amenazado por unas frases dichas por el diputado Carlos Berrizbeitia.
En un país donde aparecen cadáveres descuartizados sobre las calles, el presidente de la Asamblea Nacional y primer vicepresidente del partido que controla el Estado y las instituciones, se siente de pronto amenazado por cuatro palabras. Le dijeron algo terrible, algo muy feo. Su vida está en peligro.
Sin duda, lo más saludable es detenerse en lo que dijo Berrizbeitia. Hay que tratar de entender por qué Diosdado Cabello ve disparos detrás de unas sílabas. Las cuatro palabras son las siguientes: “Sus días están contados”. No es un parlamento demasiado original. Se trata, más bien, de una expresión que se incorpora con bastante frecuencia en el discurso coloquial. Podría repetirlo el general Padrino con respecto a los contrabandistas. Podría sentenciarlo algún personaje de la telenovela de Ibsen Martínez en Televen. Podría afirmarlo cualquier ciudadano en cualquier café y hablando sobre cualquier tema. “Sus días están contados” es como decir “te espero en la bajadita”. Veamos el contexto original: en medio del debate sobre la elección de las autoridades del CNE, Berrizbeitia dijo: “Pongan a los magistrados que pongan, sus días están contados, porque fracasaron durante más de 14 años”. Es tan obvio que resulta un poco patético tener que recalcar que se trata de una profecía política, que Berrizbeitia no hace más que verbalizar lo que millones de venezolanos también pensamos: su poder no es para siempre, camarada. Su gobierno no será eterno.
¿Eso es una amenaza? ¿Eso pone en alto riesgo la vida de Diosdado Cabello? Parece que sí. O, al menos, él lo cree. No es la primera vez que aparece esta clase de denuncias. Basta recordar la vez que, en un momento cumbre del análisis de discurso en occidente, el oficialismo rastreó conspiraciones en el crucigrama de un periódico. Es antiguo y persistente el empeño gubernamental por presentar a la oposición como si fuera un asesino serial. Todo forma parte de una misma concepción, de una estructura profunda, asentada en el pensamiento del chavismo: conciben la alternancia política como intento de homicidio. Por eso Diosdado Cabello quiere marchar hasta la Fiscalía.
No deja de ser paradójico que la nueva oligarquía se presente, ahora, tan quisquillosa con las palabras. Quien haga una historia del lenguaje político de las dos últimas décadas tropezará sin duda con el uso lexical, beligerante y descalificador que tanto derrochó Hugo Chávez. El insulto, la burla y la amenaza son elementos claves de la retórica que promovió. Quien no era chavista no solo no era venezolano: era un majunche cuyo único destino era ser pulverizado. El diccionario del poder no tiene registradas estas palabras.
Diosdado Cabello está en peligro. Él, que ejerce la autoridad como le da la gana y apaga el micrófono y calla de golpe a cualquier parlamentario. Él, que tiene de su lado el silencio de la mayoría de los medios de comunicación del país. Él, que no ha sido tocado seriamente por las 17 denuncias de corrupción que hay sobre su administración como gobernador el estado Miranda. Él, que logra que la lenta justicia nacional sea sorpresivamente rápida y directa a la hora de acorralar al periódico Tal Cual. Él, que tiene un programa semanal en la TV, donde dice lo que quiere sin probar nada ni otorgar ningún derecho a réplica. Él, que tienes escoltas y choferes… Él se siente amenazado. ¿Cómo carajo nos sentiremos, entonces, todos los demás, la gran mayoría de los venezolanos que no tenemos ni sus privilegios ni su poder?