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Diálogo: una política

Y en contrario, debe ser una estrategia, una táctica inclusive, no una treta inmediatista para la apariencia y el engaño. Debe creerse en él, no usarse como máscara. Sólo si estamos convencidos de sus virtudes y ventajas, podemos convertirlo en bandera eficaz de las inmensas mayorías nacionales.

Primero, porque conviene al país. No hay nación que haya logrado conquistar derroteros de libertad, justicia, progreso y desarrollo, si fractura sus potencialidades: sociales, económicas, políticas, intelectuales, profesionales y culturales. Es verdad que la lucha de clases jalona la historia humana, pero también que lo hace el acuerdo entre ellas… y que es mayor el tiempo que ocupa éste que aquélla. Unirse -en la diversidad, claro, no en el unanimismo totalitarista- al rededor de un nuevo consenso nacional por el progreso y la justicia social, como lo fueron la independencia en el siglo XIX y la democracia en el siglo XX, ésa es la gran tarea de nuestros tiempos. Es posible, perfectamente posible, pues no hay odio que sea más grande que la voluntad de reconciliación de un pueblo cuando sabe que, como decía Martin Luther King, «O sobrevivimos como hermanos o perecemos como idiotas». Sudáfrica, España, Chile, donde los rencores y las distancias fueron mayores, mucho mayores que aquí (y con sobradas razones), son experiencias que así lo demuestran.

Pero, segundo, porque a cada uno de los dos polos políticos que se confrontan debería interesarle despolarizar la política nacional de modo de acceder al cerebro y el corazón de quienes están al otro lado, pues sólo así puede construirse la mayoría que se requiere para ganar (por ejemplo, las elecciones parlamentarias de 2015) y gobernar. De modo que además de una estrategia nacional necesaria, el diálogo es una táctica conveniente a una fuerza política que quiera unir a todo el país como base de su proyecto político democrático para hacerlo exitoso. A tal tarea sólo ayuda la moderación, no el extremismo de uno u otro polo.

Si es una política, el diálogo no requiere de escenarios oficiales para su ejecución. Encontrarse y reconciliarse, en la calle, en la lucha social, en la política de todos los días, debe ser el norte de quien quiera convertirse en mayoría democrática.

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