Sobre el voto obligatorio y el voto electrónico
Ese tipo de voto nunca ha sido esencial para la democracia, ni para proteger el Estado de derecho. No es una pieza fundamental de éste. El principio de la soberanía del pueblo busca que todos los ciudadanos tengan el derecho a elegir sus autoridades y sus representantes, no que todos los ciudadanos voten. Es una distinción fundamental. Lo que cuenta es que el voto sea libre, universal (un ciudadano un voto), directo o indirecto, igual y secreto. El voto obligatorio es un producto de las circunstancias, no de unos principios. Es un remedio autoritario contra el abstencionismo. Es una especie de aborto institucional que ninguna de las grandes democracias históricas, como Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, han creído indispensable adoptar.
En las grandes naciones democráticas el voto es libre y facultativo, es decir que el elector no tiene la obligación jurídica de votar. El acto de votar es, para él, un acto libre de su voluntad, no el resultado de una presión institucional.
La idea del voto obligatorio nace de dos falsas creencias: que el electorado hace parte de la función pública y que el ciudadano no puede escapar a esa condición, y que la abstención falsea la consulta electoral. Pero la abstención muchas veces es una posición política que tiene derecho a existir y a expresarse. La abstención es, también, en otros casos, el resultado de la fragilidad del aparato electoral, es decir del régimen político, no de la voluntad del elector. Sin resolver este problema, el Estado donde el voto obligatorio existe opta por la solución más fácil: exponer al elector a una doble sanción: moral y pecuniaria (multas). El voto obligatorio transforma al elector consciente en un animal votante. Todo eso es chocante y degradante.
El principio de que el voto debe ser libre y exento de presiones es acogido por las grandes naciones democráticas, incluso en aquellas donde la abstención es relativamente alta, como Estados Unidos y Francia. Empero, nadie (salvo los grupúsculos fanáticos sin remedio) pone en cuestión la legitimidad de esos regímenes.
En Europa solo cuatro países practican el voto obligatorio: Grecia, Luxemburgo, Dinamarca y Bélgica. Este último país, minado por tendencias separatistas, no ha encontrado en el voto obligatorio ayuda a la solución de la grave crisis institucional. Los Países Bajos renunciaron al voto obligatorio en 1970, y el cantón suizo de Berna se opuso a su introducción en 1999. La Constitución Europea no prevé el voto obligatorio: los europeos son libres de votar o no votar. En Australia, donde el voto es obligatorio en las elecciones nacionales, hay una gran revuelta contra eso: las críticas aumentan, los abstencionistas se multiplican y se niegan a pagar las multas.
En los Estados despóticos, o en los sistemas políticos que son la antítesis de la democracia, el voto obligatorio ha contribuido a consolidar el detestable régimen. En la URSS de Stalin, el voto obligatorio era un engranaje más del sistema totalitario, basado en la represión violenta de la población y en falsas votaciones con listas únicas elaboradas por el partido único.
En América Latina, el voto obligatorio no ha impedido la aparición de fenómenos graves de corrupción del voto, ni ha evitado que ocho de los nueve países que practican el voto obligatorio hayan caído en violentas dictaduras, como fue el caso, en ciertos periodos, de Brasil, Argentina, Honduras, Ecuador, Uruguay, Chile, Bolivia y Venezuela. En Costa Rica el voto es obligatorio, pero no hay sanción para el abstencionista. Tampoco en Uruguay. En Brasil la mayoría de los ciudadanos está a favor del voto facultativo, no obligatorio.
El voto obligatorio en los países latinoamericanos no ha profundizado ni extendido la cultura democrática, ni la cultura legalista. El ejemplo más dramático de eso es lo que ocurre en la Venezuela de hoy.
El mito del voto como “deber irrenunciable”, invocado por la constitución brasileña, es de origen autoritario. Fue inventado por la dictadura de Getulio Vargas, en 1934. Esa constitución debería decir, más bien, que el voto es un derecho, no que es un deber. El ciudadano no es libre si sus derechos son convertidos, por decisión del Estado, en deberes.
En Colombia, la propuesta de voto obligatorio fracasó durante la elaboración de la Constitución de 1991. Ahora esa idea perniciosa regresa de manera súbita y sin que un debate al respecto haya sido abierto a la ciudadanía.
Lamento que parlamentarios del Centro Democrático hayan acogido espontáneamente la idea ingenua de que el voto obligatorio “vigorizará la democracia colombiana”, sin preguntarse qué es lo que realmente está arruinando nuestra democracia y sin responder a la pregunta de qué hay detrás del regreso intempestivo de esa curiosa iniciativa.
¿Por qué algunos quieren introducir en Colombia el voto obligatorio en estos momentos? ¿Qué relación existe entre ese artilugio y el sistema de votación y escrutinio electrónico que otros quieren imponer como el único y el más generalizado?
Este punto, el de la articulación de esos dos temas, ha sido muy poco analizado. Yo creo que hay una relación entre las presiones para acoger el voto obligatorio y las que hay para que adoptemos el voto electrónico. Estimo que los dos asuntos vienen juntos y hacer parte de un mismo paquete de los sectores que quieren cerrar espacios a la deliberación y reducir el margen de maniobra de la sociedad civil contra la tentación totalitaria que exporta Venezuela.
¿Qué quedará de la soberanía popular, del papel central del elector, en un país que amenaza con multas y con otras presiones a los ciudadanos que no votan y que logra que ese voto sea procesado y tamizado por máquinas cuyo control escapa a los ciudadanos?
Francia no utiliza el voto electrónico pues no confía en ese sistema. Este país está satisfecho con el sistema actual, tradicional, del voto de papel y del conteo o escrutinio manual en cada mesa de votación. Ese acto de conteo es muy claro y muy controlado y la transmisión de datos es rápida. Incluso más rápida que la de los países que usan el voto electrónico, como quedo visto en estos días en Brasil.
En Francia, gracias a su sistema de escrutinio manual y ciudadano, no hay escándalo por los resultados electorales a pesar de la cantidad de elecciones que hay en este país: elección presidencial, elecciones legislativas, cantonales, regionales y europeas.
El voto electrónico en Francia no ha sido adoptado para las elecciones nacionales pues no ha convencido a nadie. En Francia el voto electrónico es rechazado por dos razones: por ser opaco y por ser inverificable. Los académicos, sobre todo los catedráticos que han estudiado ese tema, han llegado a esa conclusión.
Tres prototipos de computadores de voto, o máquina de votar, han sido estudiados y ensayados oficialmente en Francia (por el ministerio del Interior) pero no han convencido. En ninguno de esos ensayos el votante pudo verificar que su voto había sido correctamente anotado por la máquina.
El voto por internet y el kiosco electoral, también han sido analizados. Todos tenían inconvenientes, en la anotación del voto y en la fase de escrutinio. En Francia molesta mucho otro detalle del voto electrónico: éste despoja al elector del derecho a participar en el escrutinio primario porque el computador lo hace en total opacidad y sin que se puedan verificar los resultados. El elector debe confiar en un aparato y eso es ilógico e irresponsable.
Las autoridades y los académicos franceses observan, desde luego, los experimentos puntuales de voto electrónico en otros países desarrollados, como Estados Unidos, Canadá y Bélgica. Los pésimos resultados de esos ejercicios y la cantidad de incidentes que aparecieron, no dejan una buena imagen de ese sistema.
¿Colombia va a tragar las promesas que hacen ciertas oficinas que saben que el voto electrónico es un mercado enorme para sus sistemas? ¿Colombia quiere cerrar los ojos ante los abusos cometidos en Venezuela mediante el voto electrónico? ¿Ignoramos acaso que la dictadura chavista encontró en ese sistema un instrumento capital para consolidar la tiranía?
En los test que se han hecho en Francia ni la velocidad de la transmisión de los votos, ni la seguridad del voto emitido, fueron garantizadas. ¿Por qué Colombia debe ignorar estas experiencias?
Chantal Enguehard, profesora de la Universidad de Nantes, la principal especialista en esta materia, dice que la seguridad de los datos electorales es deficiente en el sistema electrónico. Ella invoca los casos anómalos aparecidos en ese sentido en votaciones en Estados Unidos. En uno de sus ensayos sobre el voto electrónico, Chantal Enguehard explica que todo incidente conlleva retardos colosales en la publicación de los resultados y que también hay retardos enormes en las filas de votantes si hay el menor problema técnico, pues por lo general solo un computador es instalado, donde antes había dos o tres isoloires (cubículo donde el elector prepara su voto en privado).
Es hora de abrir los ojos en Colombia sobre el voto obligatorio y sobre los riesgos que conlleva para una democracia asediada por los ataques terroristas el montaje de voto electrónico más voto obligatorio.