Morir a lo que se ama
Para mi hija Sofía
“Partir es morir un poco” dijo el poeta francés Edmond D´Haracourt y añadió “es morir a lo que se ama”. Por eso irse siempre es difícil.
Pienso en tantos venezolanos que han decidido que es mejor morir a lo que aman que morir a manos del hampa. En quienes pensaron que ciertamente es mejor morir a lo que aman que ser unos “sin futuro”, no importa cuántos títulos universitarios posean. En quienes dignamente decidieron morir a lo que aman y marcharse a trabajar a otro lado, antes de hacer negocios rojos rojísimos, que no solo ensucien sus manos, sino sus conciencias.
Estos venezolanos han hecho sus maletas y se han marchado a otros derroteros a buscar lo que aquí no encontraron. Derroteros de los que probablemente vinieron sus abuelos y sus bisabuelos, cuando Venezuela era el país al que la gente venía, no el país de donde la gente se va. Parece que en esto de las migraciones humanas, el círculo de la vida también se cumple.
Cuando mis hermanos decidieron que querían irse a estudiar a los Estados Unidos, mi papá les hizo una serie de consideraciones para que estuvieran seguros del paso que estaban dando. Recuerdo que les dijo “ustedes de ahora en adelante van a ser ciudadanos del mundo… No van a pertenecer a ningún lado en particular y eso es una decisión dura”…
Tal vez como muchachos de dieciocho y diecinueve años que eran, no entendieron la carga de responsabilidad, compromiso y madurez que conllevaba esa aseveración. Se iban a estudiar, sin saber si se quedaban o regresaban. Cuando uno es tan joven, no sabe qué va a hacer en un par de años.
El “síndrome del exiliado” lo percibo cada vez que hago contacto con personas que se fueron del país. Físicamente están lejos, pero mental y emocionalmente viven aquí. No importa cuán bien, cómodos y seguros estén donde estén. Muchas veces se enteran de cosas que suceden aquí antes que nosotros mismos, pues las ansias de saber, de no despegarse, son inconmensurables.
Y es cuando el sentido de pertenencia se vuelve referencia. Uno pertenece al sitio donde hizo los primeros amigos, donde jugó, donde se llenó de tierra, donde lloró.
Uno pertenece al sitio donde se enamoró por primera vez, donde bailó pegado, donde se dio el primer beso, donde se embarrancó con el primer despecho.
Uno pertenece al sitio donde cantó, donde se rió a carcajadas, donde hizo travesuras, donde lo regañaron, donde se estrelló contra la realidad. Uno pertenece al sitio donde están enterrados sus muertos, donde celebran sus vivos, donde el cielo es azul como en ninguna otra parte. Uno pertenece a sus alegrías, a sus tristezas, a sus recuerdos. A lo que deja atrás, porque lo que queda atrás se ve a través del cristal de los sentimientos. Uno pertenece a las desazones y a las desesperanzas, a los acuerdos y controversias, a lo malo y a lo bueno del lugar donde nació. Por eso irse es morir un poco…
Los aeropuertos internacionales se han convertido en escenarios de desgarradoras escenas de despedidas y de familias divididas. Lo peor es que no ha sido por una guerra, una hambruna, un terremoto o cualquier otra situación desoladora. Ha sido por causa de una “revolución” que ha convencido a la mitad de los venezolanos que lo que no saben, no tienen o no han alcanzado es por culpa de la otra mitad. Por unos ñángaras que han estado toda la vida detrás del poder y que cuando finalmente lo lograron llegaron con sed de venganza, y encima destrozaron y saquearon el país… Solo en eso han tenido éxito. El país está devastado política, económica, social y moralmente.
Cada vez que se va un muchacho, hay un pedazo de patria que se va con él. ¡Pobre del país del que se van sus jóvenes! Se va el futuro, se va el presente… Un país no puede vivir solo de pasado.
“Partir es el último verso de un poema… y hasta el adiós Supremo, es su alma que se siembra, que se siembra en cada adiós… ¡Partir es morir un poco!”…
La verdad es que hay que tener mucha entereza de espíritu para afrontar ese tipo de experiencias y sobrevivir en el intento, pero es que no estamos viviendo tiempos de normalidad ; todo lo contrario, vivimos literalmente en un país que sobrevive en una especie de guerra civil no declarada con sus centenares de muertos y desaparecidos todos los años , donde la gente pasa penurias en medio de un permanente ´´estado de necesidad´´ y donde es evidente que la situación tiende a deteriorarse cada vez mas. Y es que algunos han aprendido a desarrollar mecanismos defensivos mas que otros para mantener la integridad de su ´´Yo´´frente a la agresión de un entorno completamente hostil. Pero, a la larga, el estrés termina horadando cualquier resistencia y se produce el quiebre de la personalidad y surgen cualquier tipo de patologías, desde la depresión hasta el suicidio y en todo caso, una afectación del comportamiento social del individuo quien tiende a aislarse y se le dificulta comunicarse hasta con los miembros de su propia familia. Es cuando decimos que estamos frente a un sujeto ´´disociado´´.
Es sorprendente como la política puede afectar la vida de una persona – individualmente considerada -, y sin tener relación directa con esa actividad. Y es que se quiera aceptar o no, estamos asistiendo a un fenómeno inédito entre los venezolanos : la desintegración de la familia. Incluso, el Papa Francisco, ha destacado el esfuerzo que esta haciendo la Iglesia para tratar de comprender hacia que nuevo tipo de unidad familiar se esta hiendo, producto de los profundos cambios que en ella se están operando a nivel universal y global. Y es que la emigración masiva es un fenómeno que tiende a modificar la composición demográfica y poblacional del mundo en el largo plazo y que traerá consecuencias importantes de todo tipo, pero especialmente en la esfera de lo cultural , lo político y lo económico, sin subestimar otros factores.
En cierto sentido, los venezolanos hemos llegado tarde a integrarnos en ese proceso , no porque lo hemos querido, sino porque las circunstancias nos han obligado a ello. De sociedad tradicional y conservadora , estamos pasando a hacer lo que nuestros bisabuelos y abuelos hicieron uno o dos siglos atrás. Y es que puede que veamos este reeditar de esas experiencias pasadas como algo traumático , pero es por una sencilla razón , estamos en un momento de transición . Nuestros hijos y nietos formarán parte de un nuevo país, hablarán otro idioma y jurarán lealtad a otra bandera que no es la nuestra ; se labrarán un futuro mejor, pero sobre todo, porque serán hombres y mujeres libres que construirán su propio destino con su esfuerzo propio. Y los que nos quedamos, nunca los olvidaremos, aun a sabiendas de que los descendientes de nuestros descendientes ni siquiera sabrán quienes fuimos nosotros y su memoria se perderá entre la noche de los tiempos . Por nuestra parte, hicimos lo que pudimos para evitarlo y creo que hemos cumplido bien.