Dios no es gendarme
Durante milenios los gobiernos fueron confesionales y las autoridades imponían obligatoriamente su religión y visión de la vida y perseguían a quienes se desviaran. Los gobiernos cristianos fueron confesionales, discriminaban y perseguían a los no cristianos y a los de otras confesiones cristianas. La Inquisición, la Torre de Londres, el terror de Ginebra, las “guerras campesinas” alemanas o la “Noche de San Bartolomé”, son páginas terribles y sangrientas de católicos, anglicanos, luteranos o calvinistas; consecuencias de la imposición política de una fe por reyes usurpadores de la conciencia de sus súbditos.
Al mundo cristiano, y específicamente al católico, le tomó siglos entender la monstruosidad de esa práctica tan contraria al Evangelio de Jesucristo, donde sólo cabe la libre aceptación de la fe. Hoy en los países de raíces cristianas no queda ningún estado confesional, y en éstos no hay persecuciones políticas por razones religiosas.
Sin embargo la confesionalidad estatal obligatoria tiene plena vigencia en la mayoría de los países musulmanes: la religión oficial persigue al súbdito que la cambie y el poder político lo castiga severamente.
En las sociedades modernas han surgido otras formas de confesionalidad no religiosa impuesta. En la Unión Soviética de Stalin o en la Cuba de Fidel, el Estado, el gobierno y la escuela son confesionalmente ateos. Los “no creyentes” en el ateismo oficial son disidentes criminalizados, discriminados y obligados al silencio, al exilio o a la cárcel.
Lamentable y paradójicamente, los jefes de estado (y sus regímenes) confesionales que imponen su religión (como Gaddafi, Ahmadinejad y Castro) son amigos predilectos de nuestro Presidente.
A partir de la segunda mitad del siglo XVIII se acentuó el camino hacia la autonomía secular, la separación de las iglesias y el estado con pluralidad de creencias legítimas dentro de un mismo Estado. Al mismo tiempo los modernos estados fueron creando sistemas de educación como bien público para toda la sociedad; Estados y educación, no confesionales, laicos que no imponen en la escuela una fe religiosa, sino que organizan políticas muy variadas para –dentro del pluralismo–fomentar la educación de los niños y jóvenes en valores, se firman convenios con las iglesias para dar en la escuela (pero no en el currículo obligatorio para todos) formación religiosa, de acuerdo a la libre escogencia de los padres.
En Venezuela el Estado y los gobiernos son laicos y no confesionales desde hace más de siglo y medio. La escuela también lo es y nunca hemos tenido problemas por imposición religiosa en las escuelas.
Pero tenemos problemas muy graves de falta de valores humanos y ciudadanos (con motivación religiosa o no) en la escuela y en la conciencia de los niños, jóvenes y ciudadanos.
Hay gente que presume de progresista por prohibir la modestísima posibilidad de que hasta 6° grado, y por acuerdo de los padres que lo deseen, pueda dictarse en el aula dos horas de religión a la semana. ¿A estos “progres” les importa quién, cómo y bajo qué actividad escolar se forma en valores a los niños y jóvenes y cómo se atiende a la voluntad mayoritaria de los padres? La alarmante desertización venezolana en valores no es producida por exceso de valores y religión en la escuela, sino por todo lo contrario.
La legítima autonomía de las ciencias y de los poderes civiles y políticos con relación a la autoridad religiosa, tiene un mismo origen y reconocimiento. En la ciencia y en la política el clericalismo es un mal, pero no la conciencia religiosa. En pleno siglo XXI resulta ridícula la pretensión-imposición modernista, del monopolio de la razón instrumental como única forma de saber, de sentir y de alimentar valores, mientras otros modos de conocimiento y convicciones son relegados (¿prohibidos?) a la intimidad de la conciencia. También las sociedades más modernizadas para ser verdaderamente humanas necesitan otras fuentes que nos enseñen a ser solidarios, apreciar las diversidades humanas y a amarlos a todos.
Dios no es un gendarme, “A Dios nadie lo ha visto jamás, pero si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros” (1ª Carta de Juan 4,12). El avance del crimen en Venezuela es señal evidente de que estamos sacando a Dios de la vida y de la escuela.