Es la hora del cambio
Para asumir la vanguardia en la lucha contra la tiranía, los partidos no tienen más que demostrar con hechos concretos que están capacitados para asumir la vanguardia y dirigir nuestros combates. Si nuestra meta es satisfacer los deseos de más del 75% de los electores, que aspiran a que el actual presidente de la república no se quede ni un minuto más allá del período para el que fue electo, tal como lo dicta la Constitución, debemos comenzar a asumir la ofensiva electoral, poniendo en la calle los nombres de nuestros mejores combatientes, aquellos que tendrán la tarea de dirigir la ofensiva por la recuperación de la Asamblea.
Debe ser la primera vez en la historia de América Latina que ciento sesenta estudiantes de distintas universidades del país toman la trascendental decisión de llevar adelante una huelga de hambre colectiva, conmoviendo a su país y al mundo. Y que lo hacen arrastrados por el ejemplo de quienes asumen la iniciativa de solidarizarse con un compañero injustamente encarcelado y cuarenta presos aherrojados por expresar sus opiniones contrarias al régimen, expandiéndose su maravilloso ejemplo moral como una mancha de aceite por el territorio nacional. Un territorio convertido en un virtual mapa de la rebelión contra un régimen cada día más impopular, cada día más forajido, cada día más inmoral y corrompido, cada día más desalmado. Así no falten los mercenarios demoscópicos que pretendan mantener viva la ficción de la más que improbable popularidad de quien provoca en los mejores espíritus de la patria la decisión de arriesgar sus vidas antes que arrodillarse ante sus atropellos.
El principal objetivo de este magnífico acto de repulsa moral, un presidente de la república que subió al poder hace diez años encaramado sobre una inmensa ola de popularidad alimentando las más febriles esperanzas y que hoy, despreciado por mayorías cada vez más desencantadas, sabe perfectamente el valor que se requiere para asumir tan grave y trascendental iniciativa. Él, que estuvo encarcelado durante dos años, no se vio compelido a hacerlo, si es que hubiera tenido el coraje suficiente. Por varias razones que es bueno no olvidar. En primer lugar, porque el delito que cometiera figura entre los más graves que pueda cometer un militar que haya jurado respeto y obediencia ante la Bandera y la Constitución. No existe mayor razón para que un militar de la república termine encadenado que traicionar a la patria y al uniforme, violando la confianza de sus superiores, ensangrentando las calles del país que juró defender, destruyendo los bienes que prometió cuidar, desestabilizando la sociedad que juró proteger. En segundo lugar, porque su encarcelamiento no fue arbitrario ni abusivo: tuvo todos los privilegios que hoy les niega a quienes encarcela injustamente: comodidades, visitas, entrevistas, despliegue de respaldo mediático. Incluso una insólita e injustificada gracia presidencial, que le permitió asaltar electoralmente el poder que pretendiera conquistar por medio de la violencia de las armas.
No tuvo ni razones ni motivos para protestar. La cárcel, como a sus iguales Adolfo Hitler y Fidel Castro, le sirvió de antesala al Poder. ¿Por qué, contra quién y a favor de qué una huelga de hambre de los golpistas que hoy detentan el Poder? De allí la razón de la burla, el desprecio, la incomprensión y la maldad de quienes pretenden enlodar uno de los gestos más hermosos de nuestra extraordinaria juventud, la inmundicia que hermana a Mario Silva y a Roy Chaderton, dos personajes emblemáticos de la decadencia nacional. Por no hablar de quienes ayer se encapuchaban para cometer sus crímenes y ocultar el rostro con el que hoy ocupan sus sillas ministeriales.
¿Medirlos con los cartabones con que se mide la generosidad, la fortaleza moral, la inexpugnable decisión de luchar por nuestra grandeza nacional que caracterizan a Julio César Rivas y a sus compañeros, dignos de figurar en los anales de nuestra historia junto a los muchachos de la generación del 28?
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Este es el primer hecho que merece ser destacado respecto de la gloriosa huelga de hambre protagonizada por quienes constituyen la vanguardia de nuestra oposición democrática. Poniendo su vida en la apuesta por la libertad demuestran que mientras de este lado del enfrentamiento político hay heroísmo y dignidad, del otro lado de la acera no hay más que muerte, crimen y desolación. De allí el nada casual lema con que amenazan a la Venezuela libertaria y democrática: socialismo o muerte. Que las fuerzas armadas, en un lamentable ejemplo de subordinación y sometimiento a la inconstitucionalidad y la barbarie, hacen suyo. Su significado es meridiano: patria para los socialistas, muerte para los demócratas. Fórmula apropiada al siglo XXI del que fuera el lema de todos los tiranos del pasado, maravillosamente expresada por uno de sus más siniestros ejemplos: para mis amigos, todo, sin cortapisas. Para mis enemigos, la ley y la muerte.
Es la biopolítica del chavismo: enriquecer y ahogar en la corrupción y la opulencia a sus cómplices, seduciendo y embrutecciendo a sus seguidores y escarnecer, perseguir, reprimir y encarcelar a quienes se nieguen al sometimiento, automáticamente incorporados a la categoría de enemigos. Sirviéndose de una justicia degradada y envilecida por su subordinación al omnímodo e incontrolado poder ejecutivo. En esa biopolítica no caben el diálogo entre iguales, el metabolismo del concurso y el entendimiento, la simbiosis de la cooperación. En su concepto del Poder total, que persigue incansablemente y que constituye su única ocupación, no cabe otra forma de relación que la sumisión plena o la enemistad absoluta. Con él no cabe otra contra política, otro contra poder, que el rechazo absoluto. De allí el efecto demoledor de esta huelga de hambre. Pues en su corrupta y degradada concepción del Poder no caben el sacrificio, la entrega, la solidaridad que se manifestaron en esta masiva huelga de hambre. Sólo caben la manipulación y el engaño, la corrupción y el envilecimiento. Características no sólo de su personalidad, autocrática y despótica, sino del proyecto político que persigue: la dictatura del totalitarismo. Sociopatía y fascismo, megalomanía y autocracia.
Pocos actos han puesto de manifiesto de manera más cabal la asimetría que signa la lucha entre democracia y sometimiento, entre libertad y dictadura, entre la vida y la muerte que esta extraordinaria acción llevada a cabo por ciento sesenta estudiantes, acompañados por algunos prisioneros políticos desde las cárceles en que se encuentran aherrojados. Lo significativo es el ejemplo de dignificación de nuestras luchas políticas y la demostración de que el movimiento estudiantil nació para acompañar nuestros combates hasta lograr ponerle un fin definitivo a esta pesadilla. Es un objetivo irrenunciable. Es un objetivo estratégico.
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Con esta exitosa huelga de hambre se asciende un peldaño en la calidad, la densidad y la naturaleza del enfrentamiento con el régimen, tal como se hiciera manifiesto con la acción del Alcalde Metropolitano Antonio Ledezma. Se demuestra, en primer lugar, que el régimen deberá vérselas con un poderoso movimiento estudiantil, dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias para impedir la consumación del crimen dictatorial con el que Hugo Chávez pretende entronizarse por los siglos de los siglos. Y se deja suficientemente claro, en segundo lugar, que todas las formas de lucha son legítimas ante las sistemáticas violaciones a la Constitución cometidas por el régimen. Si se cumplen dentro de los más estrictos cánones de respeto a la Constitución y bajo la irrestricta defensa de los valores humanistas y cristianos que nutren nuestro respeto a los derechos humanos. Se verifica así un ascenso cualitativo en el enfrentamiento entre democracia y dictadura.
La generosidad y el desinterés demostrados durante las 160 horas de esta heroica jornada debieran imponer normas de conductas a los partidos políticos. Debieran no sólo unirse en un frente común y posponer todas sus personales ambiciones, sino asumir iniciativas de acción creativas, renovadoras, auténticamente revolucionarias. El país acepta conducir sus luchas mediante la senda electoral, pero no acepta limitarse estrictamente a ellas. Pues sólo la presión de la calle, las acciones de protesta y rebeldía popular, la decisión de avanzar rompiendo todos los diques con que el régimen pretende blindar sus aspiraciones obligarán a respetar dicha agenda, sirviendo simultáneamente a una poderosa acumulación de fuerzas.
Nada ni nadie impide que los partidos políticos se sitúen a la cabeza de este poderoso movimiento cívico y popular. Para asumir la vanguardia en la lucha contra la tiranía no tienen más que demostrar con hechos concretos que están capacitados para asumir la vanguardia y dirigir nuestros combates. Si nuestra meta es satisfacer los deseos de más del 75% de los electores, que aspiran a que el actual presidente de la república no se quede ni un minuto más allá del período para el que fue electo, tal como lo dicta la Constitución, debemos comenzar a asumir la ofensiva electoral, poniendo en la calle los nombres de nuestros mejores combatientes, aquellos que tendrán la tarea de dirigir la ofensiva por la recuperación de la Asamblea. Es vital que para lograr ese propósito se unan partidos, gobernadores, alcaldes y concejales, se incorporen a la lucha nuestros principales lideres sociales – Antonio Ledezma, Leopoldo López, César Pérez Vivas, Enrique Capriles, Pablo Pérez, entre tantos otros – y se de inicio a la gran operación limpieza.
Es la hora de atreverse a cambiar. Es la hora del cambio.