El casquete político de Caracas
La centralidad política del área histórica de Caracas, ciertamente no guarda correspondencia con la geografía urbana que cada vez más la confina al lejanísimo oeste. Versamos sobre el casco disminuido, precario, violento y más de las veces pestilente de una ciudad que alguna vez sintió legítimo orgullo por el lugar.
En la última década, el centro histórico de Caracas ha experimentado una inmensa transformación, precipitándose en un deterioro inaguantable, excepto se trate del asiento principal de cada órgano del Poder Público que, empero, extiende sus dependencias hacia un este más desahogado, ordenado y limpio. Y he acá el problema, pues surgen verdaderos guetos de poder en medio de los espacios que le quitan a la ciudadanía, siendo imposible – además – protestar a sus titulares por el amurallamiento de las sedes, como nunca antes se había visto.
Bastará, a guisa de ilustración, acercarse al otrora Capitolio Federal, para constatar que ha ensanchado sus dominios, restándoles espacios a los peatones que una vez supusieron que les pertenecían. Por 1999, el chavismo alentó la protesta en sus inmediaciones, procurando desconocer la legitimidad de unos parlamentarios tan electos como los oficialistas, incluyendo el reclamo palpitante de quienes tocaban y estremecían su enrejado histórico, pero hoy, varias veces remodelado el inmueble como nunca antes se pudo hacer, atentos al descontento que pudiera ocasionar, no sólo hay otras rejas y otros jardines, sino de las esquinas de Padre Sierra a Múñoz y – más aún – de Monjas a San Francisco, apenas dejan paso para los transeúntes impotentes frente al chavezato: es más, sirve de estacionamiento a los vehículos y camiones más disímiles, amén de la exhibición de la Guardia Nacional.
Todo el perímetro de la Plaza Bolívar se ha consolidado como un vasto estacionamiento de los más privilegiados, acuartelándose los seguidores del gobierno en una tal Esquina Caliente que, fundación por el medio, es una suerte de garita para el chavismo que pugna por convertirse en chavezato. Vale decir, para un moribundo movimiento político y social que desea llegar a las nóminas del Estado, convertidos en guardianes a ciegas del circuito de poder que lo completan la también superamurallada sede del Tribunal Supremo de Justicia, mientras el Consejo Nacional Electoral y la Defensoría del Pueblo esperan por un mejor inmueble y, a la vez, en las horas de emergencia pueden contar con el anillo de seguridad correspondiente: está de más hablar de Miraflores y del propio Ministerio Público o Contraloría General, éstas últimas con la posibilidad de fregarle la vida al más pintado con una modesta actuación, levantándonos el valladar invisible del abuso de poder.
El casquete político de Caracas, un día pudo ser amable y despejado boulevard. Al revisar la polémica periodística de la época y recibir la gentil respuesta electrónica de Diego Arria, quien fuese gobernador a mediados de la década de los setenta, corroboramos el interés que hubo de resguardar el sitio, garantizándolo también como zona gentil para detener la agorafobia de los caraqueños, pero el cuadro actual es de un deterioro inaudito, de la abusiva apropiación por los más privilegiados y el feroz y suponemos rentable amurallamiento de los inmuebles públicos, como bien lo registra la fotografía dominical de María Sigillo.
El socialismo campamental tiene en su haber la deliberada negligencia que demostró frente a casos como el de la Plaza Caracas, aunque la Plaza Diego Ibarra sigue intacta al mostrar su rostro insoportable de escombros, además de los centros de economía popular tan absolutamente incomprensibles, tanto como el modelo que trata de impulsar, suerte de relleno de pésima arquitectura. No es una exageración: ha destruido el casco histórico y dirá de esfuerzos aledaños, como el de Plaza Venezuela, pero – es nuestra convicción – el costo es demasiado elevado ante tantos años de negligencia.