La salud de los pobres
Es asombroso el fervor con que hombres y mujeres del pueblo llano expresan
su adoración por el presidente Hugo Chávez. A los más telegénicos se les
utiliza para hacer las cuñas o spots publicitarios que, de acuerdo con la
Ley Resorte, todos los medios audiovisuales deben transmitir de manera
“gratuita y obligatoria”. No nos engañemos, no se trata solo de personas
seleccionadas y aleccionadas para decir lo que dicen sino de adoradores de
carne y hueso, creyentes fervorosos de la religión chavista
independientemente de que su dios les dé o les quite. Si así no fuera, no
podría entenderse cómo a estas alturas, casi once años después del inicio de
la demolición nacional, el presidente capitaliza las simpatías de un 40 o
50% de la población según la encuestadora de que se trate. ¿Que muchos se
han decepcionado y se han percatado del fraude que significa la supuesta
revolución? Evidentemente. Pero que casi la mitad de los habitantes de este
país continúe creyendo, como dicen las cuñas oficialistas, que Chávez les ha
dado voz a los pobres y que por eso merece su apoyo incondicional, es por
si mismo una patología que distintos especialistas han procurado
diagnosticar.
Que los pobres tienen voz es innegable, el problema está en que quienes
deben oírlos comenzando por el presidente mismo, han quedado sordos por
tanto griterío. Gritan las madres, padres, hijos y hermanos a quienes cada
día les asesinan a sus familiares para robarles una moto, un celular, su
miserable salario o simplemente por gusto o porque se atravesaron en la
línea de fuego de una guerra entre pandillas. Gritan cuando van a los
hospitales heridos o enfermos y no los atienden por falta de recursos y de
médicos. Gritan cuando se les caen los ranchos y no existen las casas o
terrenos que les prometieron. Pero son los gritos del silencio, apenas los
recogen esos medios proimperialistas, golpistas y conspiradores que quieren
derrocar al mejor gobierno que han tenido los pobres de este país en toda su
historia colonial y republicana.
En un Aló Presidente una muchacha evidentemente chavista, por su atuendo
rojo y su discurso idem, se atrevió a gritar en vivo y en directo y logró
que el presidente la oyera: su hermana parturienta era ruleteada por varios
hospitales sin lograr que la atendieran. El primer sabio de la nación quedó
atónito ¿cómo podía suceder algo así en su revolución que tanto ha querido
imitar a la cubana? Ordenó que todas las parturientas del país parieran en
los mejores hospitales, con los mejores médicos y en las mejores condiciones
El ministro del ramo salud popular balbuceó, sudó e hizo que se aprestaba a
cumplir la orden. Por supuesto que no cumplió nada porque él será ministro
pero no es el mago Chris Ángel. ¿Acaso una orden presidencial gritada un
domingo en la hora del burro, puede reconstruir y dotar hospitales
depauperados y recuperar a los miles de médicos que se han ido del país
cansados de los maltratos y humillaciones a los que el régimen los ha
sometido?
Es imposible saber tratándose de dos gobiernos igualmente mentirosos como
son el cubano y el venezolano, cuántos médicos reales existen en Cuba para
que los hermanitos Castro puedan permitirse canjear a 32.000 de ellos por
petróleo venezolano. Suponiendo que sean médicos, el negocio para ellos es
redondo porque prisioneros allá y sometidos a todo tipo de carencias y
miserias, llegan a Venezuela donde aún puede respirarse algo de libertad y
ganan unos miserables dólares que les permiten comprar ciertos alimentos
básicos que en Cuba son exquisiteces y la licuadora, el televisor, la radio,
los zapatos y la ropa que su familia jamás tendría sin esa oportunidad que
les ofrece el bueno de Chávez.
¿Y dónde están los médicos venezolanos? No solo hay cada vez menos
aspirantes a posgrados en el país porque se van al exterior apenas se
gradúan, sino que los mejores especialistas han emigrado o están en vías
de hacerlo. A los más jóvenes los ha expulsado de facto un gobierno que los
trata como delincuentes, que los humilla con salarios de hambre y que les
niega cualquier posibilidad de superación. A los especialistas ya
consagrados los espanta, sobre todo, la inseguridad personal: han sido
secuestrados, asaltados y temen por sus vidas y las de sus familias. Estuve
recientemente en el matrimonio de un joven médico de mi familia en Dallas,
Texas, no sólo había varios médicos venezolanos de su edad ya incorporados a
hospitales y clínicas en diferentes ciudades de los Estados Unidos, sino
también colegas de su padre -con distintas especialidades- que ejercen en
ese país con éxito. Uno de los médicos jóvenes allí presentes se graduó cum
laude en Venezuela y es un exitoso oncólogo pediátrico en el mejor equipo de
esa especialidad en Houston. Venezuela los perdió a él y a los demás.
Al menos, es preciso reconocerlo, la revolución ha obtenido un logro en el
área de la salud: igualar a pobres y ricos en el riesgo a morir de mengua.
Por supuesto que los más adinerados, aquellos que no requieren de los
dólares que otorga Cadivi como limosna, pueden viajar al exterior para que
sus médicos venezolanos los atiendan en Miami, Nueva York y otras ciudades
del Imperio, o bien en Madrid o en Barcelona de España.
Quizá algún día -cuando esta cosa difícil de definir porque no es revolución
ni ideología ni siquiera gobierno, sino una patota de antisociales y
vendedores de aire embotellado- podamos entender porqué el odio encarnizado
contra los médicos venezolanos. Si tanto se ha empeñado Chávez en que
Venezuela sea una provincia cubana no se comprende que, mientras la Cuba
fidelista se vanagloria de los supuestos éxitos en la salud como un logro de
su revolución, aquí la prestación de ese servicio sea el más rotundo de los
fracasos chavistas. Quizá la clave esté en un profundo resentimiento que
hace repudiar todo lo que signifique inteligencia, conocimiento, y
experticia y que privilegia la mediocridad y la ignorancia.