Pólvora sucia y sísmica
El fortísimo, reciente y
consabido temblor, infundió pánico. Y, digamos que no el que naturalmente
se desprende del imprevisto fenómeno natural, sino – luego – de la
multiplicación silenciada del desastre que la ineptitud y demagogia
oficial puede provocar. Un acontecimiento real, objetivo y compartido,
siempre constituye una oportunidad para arremeter contra la más elemental
inquietud y opinión opositora, propinándole literalmente un golpe a la
sensatez como si bastará para deshacer mágicamente las nefastas
consecuencias que provoca. Silenciador que se intenta cuando un medio
diferente procura informar y orientar a la población, cuando el Estado
tarda y falla. Huelga recordar el anterior temblor caraqueño y la
inmensa imbecilidad de sancionar a una emisora privada de televisión que,
por cierto, en horas de la madrugada no halló respuesta telefónica de los
funcionarios competentes. Sin embargo, no sobra insistir sobre la tragedia
de Vargas, la que no impidió la consulta referendaria de 1999, en la que
hubo grandes, nobles y espontáneas demostraciones de solidaridad ciudadana
que encontró el valladar de un régimen que todavía no ha rendido cuenta
alguna de los recursos que administró, incluyendo numerosas donaciones.
Después del temblor, Caracas colapsó y la tormenta devino lodazal que
licuó el miedo ante el apagón que quiere hacerse la costumbre que
legítimamente rechazamos, mientras que el muy presidencial se pasea por un
festival de cine, incurriendo en un gasto enorme de los dólares que hacen
falta a otros venezolanos, vibrando de emoción porque dispondremos de
energía nuclear. La vapuleada alcaldía metropolitana poco puede hacer en
el caso de un desastre, a sabiendas que la menor y esa usurpadora jefatura
de gobierno del Distrito Capital conforman un aparato más del gentil arco
presupuestario bañado de consignas revolucionarias. El inmenso miedo
desborda y anega la ciudad, porque la solidaridad ni siquiera podría
presentar sus más auténticas cartas credenciales, como – imaginamos –
tampoco podría hacerlo en la Cuba silenciada, en nombre de una
irresponsable, impune e interminable transformación política que aplasta
el sentido y el sentimiento desesperadamente humano que pueda
manifestarse. Y no es casualidad que, hacia el occidente del país,
Lluvane Álvarez, un alcalde socialcristiano, sea abaleado, como un día lo
fue el vicepresidente regional y un ex – secretario juvenil nacional, en
Apure y en el Zulia, ambos de COPEI, sin que jamás se haya sabido nada
porque el sicariato mismo dice relevarnos de toda explicación. De
temblor, lodazal y pólvora nos estamos haciendo. Y, permítanme citar, el
texto de un correo electrónico recibido inmediatamente después de
conocerse la noticia del alcalde recientemente abaleado, suscrito por la
tachirense Nayibe Labrador, a quien le agradecemos la confianza: “Hola te
escribo porque me siento impotente ante tanta división política que hay en
mi país y además tanto odio, te cuento que soy de un pueblo andino llamado
COLONCITO EDO TÁCHIRA y hoy lamentablemente perdimos a un buen alcalde
electo por la oposición el pasado año, fue candidato por la unidad y
copeyano. Pues al parecer lo mandaron a matar por sicarios, queriendo
apagar la lucecita y la esperanza que había puesto en la buenas funciones
de este señor (…) solo quiero que esto no se quede callado ante la luz
pública, el pueblo salió a las calles para protestar esta muerte injusta y
está muy conmovido por este hecho de sangre. Y la gente de Chávez se fue a
tomar la alcaldía de una buena vez, sin importar el dolor por el sé que
está pasando, eso me parece una falta de respeto, y una carencia de todo
valor…. a donde hemos llegado con esta gente…. ¿cuánto más tendremos
que ver?”. Sobran las palabras, pues algo grave ocurre: a la división se
suma la pérdida de solidaridad, y – como hemos visto – el socialismo
campamental pretende encaramarse sobre los escombros que va dejando. Lo
que ocurre nunca puede aceptarse como algo normal, así lo crean los
infames que intentaron tomar la alcaldía en nombre de una revolución que
ya los ha degradado.