Reflexiones inconclusas
Venezuela camina aceleradamente hacia el desenlace de esta situación terrible que atraviesa desde hace once años. Por supuesto que la crisis empezó a gestarse mucho antes, pero ninguna nación que se respete así misma puede soportar durante tanto tiempo la invasión de los bárbaros más caros de la historia, la destrucción de las instituciones republicanas y la erosión de los principios y valores que sintetizan su razón de ser. El desenlace pasa por una confrontación terrible y definitiva. Para muchos, incluidos dirigentes opositores, aún es de resultados inciertos por lo que la bordean moviéndose en círculos sin avanzar con decisión hacia el objetivo de ponerle punto final al régimen actual.
Algunos dicen que hay que esperar ya que las cosas se irán poniendo peor y el claro desgaste marcado por la ineficacia y la corrupción de este tiempo, marcará la inevitable caída de la dictadura. No estoy seguro de eso. De esta situación no saldremos “por las buenas”, como lo demuestran las variadas experiencias de la década. Está en nuestras manos acelerar el proceso. No veo la ganancia en dejar pasar oportunidades, para tener que luchar en momentos adversos y actitud desesperada. El régimen que preside Hugo Chávez está mal y crece el descontento hasta en su propia gente. En circunstancias de normalidad democrática esto sería suficiente para esperar y provocar el cambio por medios tradicionales. Pero la realidad aconseja otra cosa. A ellos no les interesa la opinión pública, ni se preocupan demasiado por proceso electoral alguno, que dicho sea de paso, no son inmediatos. Están concentrados en consolidar una dictadura socialista, organizada e impuesta desde el poder contra la voluntad de la nación. Pero si no actuamos ya con la fuerza y el tino indispensables, para enfrentar la fuerza bruta y la represión abierta y encubierta del gobierno, Venezuela quedará en situación de casi imposible retorno, al menos por una temporada mucho más larga que la actual.
Una vez más se comprueba que la gente supera a quienes pretenden dirigirla. Hay un anhelo de cambio radical en la mayoría de los venezolanos. Se pone de manifiesto en las protestas puntuales en todo el territorio nacional y en las masivas concentraciones y caminatas en contra de las nefastas políticas del régimen. Una de las últimas, la conocida internacionalmente bajo la consigna de “No más Chávez”, espontánea y firme, organizada sin recursos materiales más allá de la fuerza de Internet, se suma a las otras que, en definitiva, caminan hacia el objetivo central. Uno de los problemas serios por resolver es la tendencia de algunos que buscan disculpas políticas y hasta “ideológicas” para justificar la pereza, la cobardía y hasta la envidia con relación a otros que luchan abiertamente.
Para garantizar el éxito es necesaria una amplia dosis de desprendimiento y de humildad. Es hora de renunciar al nefasto “yo”, a los frutos personales de las acciones a emprender. Pensar demasiado en los beneficios individuales, debilita el coraje para cumplir con el deber de servirle al todo. El renunciamiento genera paz interior y da la fuerza necesaria para alcanzar resultados perdurables. Gandhi dijo en alguna oportunidad que es más difícil renunciar al “yo” que a las riquezas y los placeres. Modestamente invito a que renunciemos a todo lo que interfiera con lo que más deseamos los venezolanos, hacer realidad la consigna de “No más Chávez”.
Nuestra generación es la gran deudora de la historia. Este planteamiento generacional no tiene referentes cronológicos sino históricos y morales. Hablamos de todos los que interiorizamos el sentido trágico de la época y, en consecuencia, reclamamos puestos de primera fila como responsables del desenlace.