La troika luciferiana
Por lo general los gobiernos recelan de la movilización y concentración ciudadana en actitud de protesta contra alguna ley o medida ejecutiva. Alertan sus cuerpos de seguridad y hasta los exhiben “por si acaso”. Pero en los de corte totalitario, de suyos autoritarios, el asunto trasciende los niveles de la prevención para ubicarse en el de la intolerancia represiva.
En la Venezuela republicana, esa abominable cualidad corre pareja con su trayecto vital. Cuando apenas era proyecto y perneaba mal herida, se enjuició y fusiló a Manuel Piar. La historia lo reivindicó, era un disidente, no un traidor. Desde esos remotos días, el generalato introdujo en la actividad política esa la más anti-política de las cualidades. Es el comienzo de la criminalización de la protesta utilizando leyes ad-hoc y su aplicación por jueces obsecuentes.
También en la transición entre la tiranía de Gómez y los comienzos del ensayo democrático, el gobierno de las Cívicas Bolivarianas presidido por López Contreras apeló al viejo expediente. López no tenía alma de tirano, pero se debía al ejército de Gómez que lo constreñía a poner mano dura contra el comunismo y, por supuesto, todo disidente era considerado tal. Pero como corrían tiempos de brotes civilizatorios, a pesar de que algunos fiscales solicitaron pena máxima de 30 años para quienes fueron apresados cuando hacían propaganda antigubernamental. Ningún juez convalidó tal brutalidad.
Caso distinto es el de los subversivos de los años 60 del Siglo XX que, dirigidos, entrenados y financiados por Fidel Castro, pretendieron pulverizar el sistema democrático. Fueron capturados y procesados en tribunales militares porque desarrollaban acciones de guerra, bien en los frentes abiertos en el medio rural, en la guerrilla urbana o incorporados a los grupos de apoyo. No les impusieron penas asimilables al “fusilamiento”, en razón de los años de condena.
Sin duda, a partir de la elección del teniente-coronel que nos desgobierna, el país transita por una trocha involutiva. La vocación totalitaria del Bellaco en Jefe ha sido reforzada por unas señoras que ejercen altos mandos, tanto en el área que sanciona las leyes como en la que le corresponde su aplicación. Forman una troika donde tomaron corporeidad humana las mitológicas Medusa, Circe y Medea.
Históricamente la mujer venezolana ha dado muestras, inequívocas, de bondad y ha sido abanderada en la defensa de los derechos humanos. De allí la admiración y la veneración que le profesamos. Pero se dan malhadadas excepciones y helas aquí. Nunca antes se registró semejante vocación de verdugo en mujer alguna parida por tierra generosa. Sólo seres abominables son capaces de programar la decapitación del derecho a la protesta contra los desmanes gubernamentales y amenazar con la aplicación de tremebundos castigos a los “culpables” de hacerla pública.
Por fortuna se conoce el final destino de la troika mitológica. Espejos, espadas y la inmortalidad como maldición, se refundieron en el voto que, ejercido por voluntad ciudadana, hará posible la libertad y la justicia. Así ocurrirá y la troika luciferiana se precipitará desde las alturas del poder a las profundidades del averno.