Ética y algo más (V)
El Poder carece de ética. Y el esfuerzo de la humanidad, la que nos es familiar, la cultura europeo occidental, ha sido la limitación del poder para garantizar un espacio a la ética, en los términos en los cuales hemos venido transitando. El poder político, en su compleja constitución y concreción, su ser y su existencia, tiene en la división de poderes una limitación fundamental que, en teoría y en como práctica social, impide el absolutismo, las teocracias, el autoritarismo dictatorial o constitucional. En el tiempo esta separación, como forma de concreción del poder político, es relativamente muy cercana, la Revolución Francesa, la Revolución Norteamérica, procesos ambos de trascendía histórica perenne, pero con diferencias fundamentales; mientras que la Revolución Francesa conquistó de manera definitiva su creación de los valores políticos irrenunciables, irreversibles, permanentes, igualdad, solidaridad, fraternidad, la Norteamericana aportó un modelo de democracia estable, cuyas sustentos –y en cierto grado también guías – para la acción son el trabajo, la ciencia, la tecnología, el arte y haber logrado aportar una definición y una praxis política la democracia, en donde se conjugan bien el papel del individuo en la sociedad y el papel que a ella corresponde, así como la estructuración del Estado, de modo que sin perder su ontos represivo, ha sabido, en definitiva, manejar bien los problemas fundamentales de la conciencia social e individual. Ha de tenerse claro que esos desarrollos no son lineales ni continuos. Contrariamente, es más bien un juego de inestabilidades, cuya causa está en lo fundamental en proporción directa a quien más y mayor fuerza tiene en las relaciones de poder. En particular, la Europa del Imperio, que el maestro E.J. Hobsbawn estudia con gran belleza y calidad científica, es prueba de ese universo de contradicciones que, en cualquier momento de la historia son análogas, lucha entre quienes son hegemonías y quienes quieren zafarse de ellas. Antes del capitalismo y antes de antes, siempre existió el poder y siempre tuvo las mismas características exagerada perversidad (piénsese en el imperio romano) exagerado fundamentalismo (el papado). Quien lo ejerce no quiere desprenderse de él y hace todo cuanto puede y no debe para mantenerlo y quienes quieren sustituirlo, superarlo, apropiarse de él, esencialmente con los mimos fines, su disfrute, o con otras visiones, entre las cuales la más hermosa es la utopía revolucionaria que tiene como su meta política la disolución del Estado y con ello una de las mas fuertes concepciones éticas: la liberación humana de todo tipo de alineación.
Para explicar las decisiones del poder hay varias tendencias. La teocrática, que de una u otra manera organiza las relaciones de poder, la obediencia incluida, como el ejercicio de la voluntad de Dios, el Papado, algunas Monarquías, y dictaduras mesiánicas; la determinista marxista, que las subordina al dominio de la economía, pero que es incompleto para la mejor comprensión de la era del capitalismo, porque si viene s cierto ejerce la economía su hegemonía, no es menos cierto que los desarrollos político sociales pueden disminuir esa relación. Marx y Engels pensaron en esto y no solo en los estudios inconclusos del modo de producción asiático, sino algunos desarrollos de los Estados Unidos. La neoliberal, que hace del Estado un instrumento al servicio del mercado. Pero, sea como fuere, cual la historia, ha de tenerse claro que una de sus expresiones, la mas cruel, a las que recurre el poder para ejercer su dominación ha sido la guerra. Y se han inventado cada vez más y mayores explicaciones. El papado justificaba las Cruzadas con los mismos argumentos en lo en lo esencial, como mas tarde Hitler justificó el nazismo. Y une a estos dos modos de expansión el terrorismo para imponer su ideología única como la verdad única. Bien predominen razones “teológicas” o bien “razones” económicas, de raza, etc. Y esta identidad que acá usamos para simplificar la exposición ante el lector, son expresión de la ausencia de ética. Por razones históricas se justificaron las guerras y aquellas que se han hecho tras la libertad se las incluyen entre las acciones morales, pero a esta altura del tiempo y del espacio, el recurrir a la guerra es un acto además de inmoral, inético. En efecto, para justificar la guerra se recurre a diversas falacias. La más común la defensa de la soberanía, de la integridad de la patria. Una mas sofisticada, aun, la defensa de la cultura y aun más, de la libertad. Y se crea un conjunto de sofismas, que sirven de premisa para la justificación de la acción bélica. Si estoy en peligro, compro armas para mi defensa. Si el peligro es mayor puedo invadir para acabar con el enemigo in situ.
En este marco y por fundamentos éticos, es imprescindible abordar la presente situación pre-bélica con Colombia. Nuestro presidente lo ha advertido de viva voz, vociferado y amenazado en todos los escenarios colmados de micrófonos y cámaras, pero sea suficiente su advertencia sobre aires de guerra y su respuesta bélica a Colombia, en el Ecuador. El primer elemento a desnudar es el lenguaje. En el lenguaje estamos en guerra. Y allí somos no quien se defiende sino quien ataca, la estúpida máxima que la mejor defensa es el ataque, cuya verdad es demasiado limitada, y que es imbécil, en el sentido de no tener medida cuando se trata de las guerras verbales, en donde el agresor siempre sale derrotado, cuando no puede ni probar la verdad de sus juicios ni adecuar la palabra a los hechos. La correcta respuesta del “enemigo” es indirecta, cuando medios colombianos y de todas partes desmontan el discurso de Chávez. Raras veces una opinión del gobierno colombiano, institucionalmente visto, y casi siempre, el silencio como respuesta político-institucional. El o de Estados Unidos, refranero dice “a palabras necias oídos sordos” y se completa con la no menos cierta de que “perro que ladra no muerde”. La presunción de la “efectividad bélica” de la verborrea presidencial prejuzga, por una parte, que levanta en el mundo interno una actitud de machismo mesiánico y nacionalismo extremos, donde la razón se sustituye por la manipulación y, por la otra, que ese discurso presupone que las fuerzas “bolivarianas” de Colombia lo harán suyo, que las FARC lo tomará como bandera y que el resto de los “bolivarianos”, y albistas, Ecuador, Bolivia, Nicaragua lo han hecho suyo. Y en parte es así. Ortega, Evo, Correa son el muñeco del ventrílocuo.
Pero hay superiores razones éticas, y entre las sustantivas razones éticas está la verdad. Empecemos por observar que el presidente Chávez hace del imperialismo yanqui su verdadero y peor enemigo, tal su discurso sistemático y concibe como su gran hazaña su destrucción, mediante la sustitución del capitalismo, que es la muerte, por el socialismo, que es la vida. Pero sus fusiles apuntan Colombia, partiendo de supuesto múltiples, uno, infringir una derrota parcial a Estados Unidos derrotando a Colombia. Dos, que al derrotar al gobierno pitiyanqui, oligárquico, narcotraficante (y otros adjetivos) Colombia asumirá el camino del socialismo. Tal vez bulle en su alma el triunfo soviético sobre Hitler, siempre mal evaluado. Por donde pasa el Ejercito Rojo, se siembra el socialismo. Y el mandado esta hecho: La Gran Colombia socialista. Entre tanto, amamanta al imperio y se amamanta del Capitalismo con el petróleo, al mismísimo capitalismo que desea derrotar y para el cual no hay bloqueo posible, bloqueo que impone a Honduras, por ejemplo; pero, al imperio solo maldiciones de palabra pero bendiciones de hecho y de hechos. Chávez sabe que una guerra contra Colombia, está perdida. Lo tiene que saber. Nuestras FAN burocratizada, personajes de Rabelais nuestros altos oficiales, émulos del Sargento García pero sin su bonhomía y el Zorro pareciera estar del otro lado. Las organizaciones populares armadas, las milicias son mercenarios casuales, militarmente ineptos. Los equipos bélicos, casi en estado de inutilidad. Y el país todo, sin ninguna motivación, ninguna, que nos permita agruparnos en torno a una idea libertaria, ni un líder que vaya mas allá de la mala palabra. Pero el presidente Chávez sabe, necesariamente, que el país carece de fuentes para comer, beber agua, medios de transporte, carreteras incluidas, que, cuando menos podamos garantiza en catacumbas las calorías necesarias para sobrevivir. El presidente sabe y tiene que saber, que los puntos vulnerables de Venezuela están en manos de cualquier colombiano con un poco de audacia, volar el puente Rafael Urdaneta, bombardear Puerto Cabello y la Guaira, destruir las refinerías que están a “pata de mingo”. Sabe el presidente que no tenemos medicina para curar heridos y que los hospitales, centros de salud en la “retaguardia” están en coma. Que no tenemos camillas para heridos ni tierras que no estén invadidas, para enterrar con honra a nuestros muertos. Que en guerra no es fácil “fiar” petróleo, y sabe y tiene que saber que nuestro primer y fundamental comprador son los Estados Unidos. Que paradoja: nuestro enemigo, nuestro mejor amigo. Que tenemos que comprar armas muchas mas y mas, y hacerlo de tan lejos que tarda menos un burro de Margarita a Mérida, nadando sobe el Caribe y el sol a cuestas para impresionar a las Águilas Blancas que ya se fueron, pero burro al fin, él no sabía de eso.
Y entonces para qué armas, para que guerras imaginarias, bramadas de bueyes, castrados tiempo ha. Son producto del miedo. Son la ampliación de los chalecos contra las balas, y en este caso, las balas son la palabra, la razón, la justicia. Estas monstruosas armas son el instrumento del terrorismo de estado para provocar que el miedo, el terror impidan el ejercicio de la libertad. Obligados estamos, y el chavismo en primera línea, a reflexionar para corregir. Aun hay esperanza. Evitemos juntos la catástrofe!