Una explosión que aturde a Chile
Por primera vez desde que Chile retomó la democracia, un atentado con saldo de sangre sacude a este país. Ocurrió el pasado lunes, a las 2:04 p. m., en un pasaje comercial de la estación Escuela Militar del metro de Santiago, y dejó 14 heridos y a todo un país aturdido.
No es que la nación austral sea ajena a las explosiones repentinas en lugares públicos. En los últimos nueve años, más de 200 bombas de estruendo fueron detonadas en lugares poco concurridos. La mayoría han sido luego reivindicadas por grupos antisistema. Las dos últimas estallaron en Viña del Mar.
Pero lo que llama la atención con el episodio del lunes es que el dispositivo estalló en un lugar que es transitado cada día por 120.000 personas, en un momento de alta afluencia y sin que nadie se haya adjudicado una acción que claramente buscaba causar mucho más que impacto mediático.
Por ello, muchos consideran que este hecho no es otra escaramuza a cargo de jóvenes rebeldes en oposición a aquellos que culpan a los colectivos anarquistas. Los que adhieren a la primera hipótesis resaltan las diferencias del suceso con los anteriores, en particular el que haya sucedido en un lugar concurrido, y señalan a grupos de extrema derecha opositores de la presidenta Michelle Bachelet.
La incertidumbre sobre los autores aumenta la zozobra y dificulta el diseño de la estrategia para hacerle frente a esta situación. De lo que sí hay certeza es de la fragilidad institucional de cara a este tipo de desafíos. De ahí que ayer se hayan anunciado la creación de una nueva Dirección de Inteligencia, Drogas e Investigación Criminal y la radicación de un proyecto de ley para modificar el sistema nacional de inteligencia. Bachelet ha dicho que con esto se busca desestabilizar no un gobierno, sino a todo el sistema democrático.
Lo ocurrido ha logrado que, por desgracia, el miedo sea un nuevo compañero de viaje de los santiaguinos. Ayer fue necesario suspender seis veces el servicio del metro. Todo esto, en el país con menor tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes del continente, que no quiere ni merece revivir tiempos en los que la cotidianidad estaba impregnada de desconfianza y temor.
(Editorial)
